Ahora que se reedita en bolsillo Cuando Alice se subió a la mesa (Mondadori, 2005; tercera novela de Lethem que en su primera edición española de 2003 apenas si obtuvo la atención crítica que merecía), me parece oportuno recuperar esta joya de la narrativa contemporánea, un ejemplo impecable para comprender qué novedades puede aportar todavía la novela en un contexto cultural dominado por las múltiples variantes de la narrativa audiovisual.
Como uno de los rasgos más notorios de Lethem es su portentosa imaginación (asentada, como debe ser, en un refinado conocimiento de la enredada realidad de su tiempo), nada mejor para medir el alcance de esta fábula excéntrica que poner a prueba nuestra propia imaginación. Imaginemos, pues, que en el sofisticado laboratorio de una universidad californiana, gracias a los extraños experimentos realizados por un equipo de físicos en un acelerador de partículas, se creara un fenómeno físico similar a un agujero negro de reducido tamaño; imaginemos que sus creadores experimentales bautizaran a esta réplica monstruosa del universo, con indudable ironía lacaniana, como “Ausencia” (“Lack”); imaginemos que la integrante más inteligente del equipo (Alice Coombs) se “enamorara” perdidamente de “Ausencia” y tratara por todos los medios de atraer su atención y aprecio; imaginemos, finalmente, que el narrador (Philip Engstrand), un antropólogo cultural dedicado a las más disparatadas investigaciones de campo, sea el novio abandonado y celoso de Alice, dispuesto a todo con tal de recuperarla, incluso a perder la cordura.
Con estos extravagantes elementos, Lethem construye, como un virtuoso discípulo de Philip K. Dick, una asombrosa historia de amor reescrita a la luz de los presupuestos cosmológicos de la física y la astrofísica cuánticas. Sin embargo, no es imprescindible ser Stephen Hawking para disfrutar con el humor soterrado y la ironía maliciosa de esta sátira de ambientación académica sobre las perversiones de la mente y los excesos del amor.
Precisamente, la física descarnada del amor (atracción, excitación, obsesión, insatisfacción) se vuelve literalmente metafísica cuando Alice ve radicalmente alterados sus fundamentos existenciales por la presencia paradójica de “Ausencia” en el laboratorio. Alice se enamora de sí misma ensimismándose en ese espejo aberrante de todas sus carencias, esa alteridad despectiva que la fascina hasta absorber la totalidad de su inteligencia y emociones con su poderosa abstracción. Alejada absolutamente de todo, Alice vive sumida en un estado de trance irremediable, bajo la mirada desesperada del narrador, entregada a los síntomas desaforados de una pasión dirigida en exclusiva a esta pluscuamperfecta vacuidad que sólo le retribuye narcisismo autodestructivo e indiferencia cósmica.
Así, Lethem consigue hacer pasar por las devoradoras dimensiones del agujero negro de la novela, como si fueran partículas subatómicas, nuestras convicciones y creencias más firmes y arraigadas a fin de enfrentarlas, sin perder el sentido cómico de la existencia, a la insignificancia comparativa de la escala macrofísica del universo. No obstante, Lethem se las arregla con ingenio “infinito” para que la historia de este anómalo triángulo amoroso tenga un inesperado final feliz, el reencuentro inconcebible de los amantes al otro lado del espejo como la promesa de un edén renovado. Al concluir la novela, el desconcertado lector seguirá pensando, como Rimbaud, que ninguna tarea terrestre urge más que reinventar el amor, aunque sea en el agujero negro de la vida contemporánea[i].
[i] En este sentido, a nadie debería sorprenderle el rumor reciente de que David Cronenberg podría acabar dirigiendo su adaptación cinematográfica.
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