Tercera entrega del podcast MÁS ALLÁ DE LO HUMANO Y LO DIVINO. En esta ocasión hablamos, sin pelos en la lengua, del ardor de los Vedas y de la corrupción imperante en la política occidental, de los escritores santurrones y los monaguillos de la derecha y la izquierda cultural, de la idolatría machista de Putin, de la misoginia y de los bucles de la masculinidad, de la autobiografía psíquica y de los secretos sexuales de los escritores y los artistas, del fin del mundo y del fin del capitalismo, de la teleserie y el videojuego The Last of Us, de la trilogía MADDADDAM de Margaret Atwood y de mi novela El Rey del Juego, de la Inteligencia Artificial y del Supremo Hacedor, entre otros muchos temas.
lunes, 18 de agosto de 2025
viernes, 8 de agosto de 2025
ANIMALADAS
El humano es el único animal que hace de la muerte una cultura y una política.
El
humano es el único animal que mata a otros animales por placer. Llamarlo
sadismo es simplificarlo. Pienso en esto mientras veo, impresionado, “Tardes de
soledad”, la película de Albert Serra sobre la fiesta de los toros. Me había negado
a verla por un rechazo visceral a la crueldad de su objeto, la tortura pública
de un animal transfigurada en sacrificio primitivo. Ahora la estrena Movistar
Plus, acompañada de una entrevista a su director en la que reivindica la
inteligencia del cine frente a la brutalidad de la tauromaquia. Y me rindo a la
idea y la comparto, pese a todo. La mirada impasible de la cámara no legitima
filmar cualquier cosa. Un documental reciente sobre la cineasta nazi Leni
Riefenstahl así lo muestra.
Al principio,
las caras totémicas de dos toros de lidia, piel negra bañada por la luz de la
luna, miran a la cámara fijamente, en primer plano, nos miran a nosotros, los
espectadores, con gesto imponente. Qué sentido tiene esto, nos preguntan esos
ojos negros y esos belfos babeantes. Para qué nos hacéis esto. Veo el resto de
la película sobrecogido por la verdad culpable de esas imágenes. Y la coreografía
escalofriante de sus secuencias de toreo se revela puramente cinematográfica.
No detecto ahí la supuesta belleza de la corrida ni el heroísmo del matador de
toros. Hace bien Serra en excluir al público taurino. La soledad del espectador
ante la pantalla lo enfrenta al grosero papel del espectador en la plaza.
La cobardía
atávica de quien asiste al linchamiento del animal sin correr peligro alguno es
análoga a la impotencia que se siente al ver los coches de caballos recorriendo
las calles turísticas de Málaga. El maltrato convierte a esos caballos en
imágenes ambulantes del sufrimiento ciego y el dolor silencioso. Cada vez que
veo esta atrocidad permitida por la ley me acuerdo del caballo herido del
“Guernica” de Picasso, ese heraldo del terror y la destrucción. No me extraña que
Swift, en “Los viajes de Gulliver”, imaginara un mundo más evolucionado regido
por caballos inteligentes, donde los humanos eran tratados con desprecio como especie
inferior.
El humano, por cierto, es el único animal que mata a sus semejantes en nombre de entelequias políticas o de pasiones mezquinas. Llamarlo sadismo, una vez más, es simplificarlo. La masacre en Gaza y en Ucrania no tiene nombre. Y permitimos esa infamia, como la carnicería de los toros y la mortificación de los caballos. La barbarie ancestral. El corazón de las tinieblas. El horror, el horror.


martes, 29 de julio de 2025
IMPOSIBLE DUELO
Cuando una autora recibe el Premio Nobel
y esa autora pertenece, además, a una literatura periférica, como ocurre con
Han Kang, escritora coreana de prestigio internacional ya antes de la
nobelización, o con Olga Tokarczuk, escritora polaca de envergadura mundial, la
ocasión debe ser celebrada doblemente: que sea una mujer y que proceda de
literaturas excéntricas, que suponga, en este sentido, la afirmación de una
voz original en una lengua singular y minoritaria. En el contexto de la
literatura mundial, la globalización de la novela como género principal
favorece esta clase de reconocimientos.
No se puede leer esta novela de Han, la undécima
suya, publicada en Corea en 2021, sin conectarla, como exige la autora, a una
novela anterior, Actos humanos,
publicada en 2014 y traducida al español en 2018. Muchos elementos de esa
novela reaparecen en esta, estilizados e intensificados. Donde antes la
polifonía narrativa estructuraba un relato colectivo sobre el dolor y la
memoria ante una masacre histórica como la de la ciudad de Gwangju en 1980,
bajo la dictadura militar, ahora es la voz íntima de un avatar ficcional de la
autora la que canaliza la recuperación de la memoria de una matanza situada en
la isla de Jeju en los años de la Guerra de Corea.
Pero Han es una novelista con una poderosa tendencia
a la escritura poética, como demuestran La
vegetariana (2007), su obra más conocida y celebrada, y Blanco (2016): el registro lírico,
cargado de metáforas y símbolos, ancla su prosa en una dimensión espaciotemporal
difusa, donde el pasado y el presente, lo temporal y lo intemporal, lo natural
y lo histórico, lo real y lo onírico, se entremezclan hasta constituir un mundo
de compleja belleza. Un mundo, por cierto, donde la belleza apenas compensa el
horror y el dolor de estar vivo. No es casual, por tanto, que la novela comience
con el sueño recurrente de una escritora que parece indicar que la terrible
temática de su libro recién terminado no consigue cicatrizar, como una herida,
y sangra todavía.
Esta evocación del período en que Han trataba de
liberarse de la pesadilla de escribir Actos
humanos sirve de prolegómeno a los sueños invasivos que la arrastran de un
modo inexorable a escribir Imposible
decir adiós, estableciendo una filiación umbilical entre ambos libros. En
este caso, la mediación la establece la relación entre la narradora Gyeongha y
la amiga fotógrafa, Inseon, natural de Jeju, y los traumas de su madre, Jeongsim,
que perdió siendo una niña a su hermano mayor, asesinado en apariencia durante
el genocidio anticomunista de los isleños.
El relato onírico impregna la novela y le confiere
a la narración una apertura psíquica por la que se filtran el inconsciente
individual y el colectivo, la evocación más o menos distorsionada de las
matanzas y las secuelas sociales de las mismas, la recurrencia del mar como
símbolo de la profundidad de la memoria y el olvido, los sueños obsesivos y,
sobre todo, la comunicación extrasensorial, la transferencia de historias,
entre las dos mujeres: una, Inseon, postrada en la cama de una clínica de Seúl,
recuperándose de un accidente que le ha amputado los dedos de una mano, y la
otra, Gyeongha, encerrada en la casa familiar de Inseon en Jeju, recopilando
toda la información y los recuerdos subjetivos de la tragedia, bajo las
acometidas de una tormenta de nieve y un apagón eléctrico.
La historia es horrible, como decía Sartre, algo
en lo que vivimos atrapados y de lo que solo deseamos escapar, y siempre
implica una victoria del poder sobre la justicia y la libertad de los pueblos. Esta
hermosa e inquietante novela de Han Kang comparte la idea y demuestra que la
memoria histórica no cura las heridas, pero sí la memoria poética, la memoria
novelesca de los actos atroces que unos seres humanos cometen contra otros
seres humanos en nombre de falacias y entelequias ideológicas. La literatura
contra el olvido y la desmemoria.


martes, 8 de julio de 2025
MÁS ALLÁ DE LO HUMANO Y LO DIVINO (volumen 2)
Segunda entrega del podcast MÁS ALLÁ DE LO HUMANO Y LO DIVINO. En esta ocasión hablamos, a partir de Los seductores, la
reciente novela de James Ellroy sobre el asesinato de Marilyn Monroe, del mundo
de Hollywood y el cine hermético, La
Dalia Negra y la novela policial, el canon de Harold Bloom, el barroco y el neobarroco, Athanasius
Kircher, el teatro de la memoria de Giulio Camillo, Terra Nostra, Lezama Lima, Il
sorpasso, Frank Henenlotter, Jess Franco, el cine barroco de Stroheim y de Sternberg, Marienbad, Antonioni, Alphaville, Tarkovski, Los pájaros…


lunes, 30 de junio de 2025
CAMPO DE JUEGO
Los años de estudio habían convencido a Evelyne de que las mantas eran mucho más inteligentes de lo que el mundo sospechaba. Había dedicado demasiadas décadas a su observación minuciosa para que la prohibición del antropomorfismo la acobardara. Lo que empezó, siglos atrás, como una sana salvaguarda contra la proyección se había convertido en una insidiosa contribución al excepcionalismo humano, la creencia de que en la Tierra nada se asemeja a nosotros en ningún aspecto. A su edad, Evelyne Beaulieu ya no tenía tiempo para autocensuras ñoñas. Como buena empirista, no reparaba en poner nombre al comportamiento que tenía frente a ella. La forma en que el Solitario se entretenía con las burbujas lo dejaba bastante claro. Había que llamarlo como indicaban las pruebas. Había que llamarlo como lo que parecía: ese pez gigante semejante a un ave estaba jugando.
El juego era la manera con que la evolución construía cerebros, y estaba claro que cualquier criatura con un cerebro tan desarrollado como la manta gigante oceánica lo utilizaría. Si quieres que algo sea más inteligente, enséñale a jugar.
-Richard Powers, Patio de recreo, p. 81-
Esta es una novela de ciencia ficción
rara. Una novela de ciencia ficción que contiene mucha ciencia y no poca
ficción y se atreve, además, a poner en cuestión, sin proclamarlo, los
fundamentos convencionales de la ciencia ficción. En el curso de su narración
aparecen criaturas marinas más extrañas que cualquier forma de vida alienígena y
máquinas más avanzadas y prodigiosas que las conocidas hasta hoy. Una
tecnología, por cierto, que revoluciona el modo humano de concebir el medio
marino, posibilitando incluso la resurrección y la pervivencia narrativa de los
muertos y la escritura de ficción.
Es una magnífica novela en la que la ciencia
ficción se aleja de la idea estereotipada del género para mostrarnos cómo el
discurso de la literatura (sea literatura de laboratorio o ficción sobre el
cambio climático) puede servir al conocimiento más riguroso del planeta que
habitamos, a despertar la conciencia de su multiforme realidad, y a transformar
ese modo de vida y de relación con la dimensión acuática del mismo. La ciencia
es aquí el fundamento de las exploraciones de la ficción al mismo tiempo que la
ficción funciona forzando las categorías de la ciencia a asumir la
extrapolación, la especulación y la fabulación como herramientas de descubrimiento
e inteligencia del mundo. Y todo ello para deleite e iluminación de los lectores.
No es la primera vez que Powers escribe una novela
como esta. Desde sus comienzos en los años ochenta, los poderes inventivos de
Powers han revestido el propósito cognitivo de describir niveles insólitos y
facetas increíbles de la experiencia humana y no humana en el planeta Tierra.
Sin ir muy lejos, su galardonada novela El
clamor de los bosques (2018) era una epopeya ecológica de ambición
extraordinaria sobre la
vida arbórea y quienes buscan protegerla de los desmanes de la explotación
capitalista.
Patio de recreo narra, en capítulos alternos, una historia enredada en la que los cuatro personajes principales comparten un vínculo más allá de la vida y la muerte: un genio informático de cerebro enfermo, Todd Keane, creador de una IA (Profunda) omnipotente y omnisapiente; su amigo del colegio en Chicago, el genial afroamericano Rafi Young, siempre competitivo y protestón; el amor absoluto de este, la artista activista Ina Aroita, oriunda de Hawái; y la oceanógrafa de Montreal y buceadora pionera Evelyne Beaulieu, sirena amante del mar y de los habitantes de las profundidades oceánicas.
Todos estos personajes acaban reunidos en el desenlace en la maravillosa isla
de Makatea, como en una versión posmoderna de La tempestad (1611) de Shakespeare, uno de los referentes esenciales
de la novela, en la que el papel del mago renacentista Próspero lo desempeñaría
Keane, dueño de una tecnología cibernética superior a la magia que obra el
milagro de reconciliar a todos estos personajes en la recreación virtual de una
isla micronesia, de arenas blancas y aguas azules, que es también la novela-simulacro
donde viven en paz como inmortales. Tampoco es la primera vez que Powers
introduce en su compleja narrativa, para clausurarla, el bucle metaficcional
generado por un cerebro artificial, como ya sucedía en Galatea 2.2 (1995).
El verbo preferido de los protagonistas, el verbo
que conjuga las actividades recreativas de los humanos y los animales marinos
más asombrosos, como la raya gigante o la sepia, es jugar. El juego ayuda a
evolucionar a los diversos reinos naturales y, finalmente, los enlaza con el
nuevo dominio computacional en un campo de juego unificado donde la
inteligencia se expande jugando consigo misma y con el entorno más o menos
artificial. El amor a la naturaleza y a la tecnología anima el proyecto de esta
espléndida novela que propone una utopía planetaria que se lee como una alegoría
optimista sobre el Antropoceno,
el Capitaloceno, el Chthuluceno, o como demonios prefiera denominarse nuestra
época.


viernes, 20 de junio de 2025
TIBURÓN EN PROVIDENCE
[Publico un montaje de cuatro fragmentos de mi novela Providence (Anagrama, 2009) para rendir
homenaje a los 50 años de la película Tiburón,
estrenada en Estados Unidos el 20 de junio de 1975. En el primer extracto, un
sueño de gloria fílmica del director Álex Franco, se parodia hasta el absurdo
el análisis freudiano (con Buñuel y Dalí en el trasfondo) de sus temas más
recurrentes; y en los tres siguientes, que reproduzco editados, se plantea un
posible remake (El
gran blanco) de las secuencias playeras del
principio de la novela de Benchley y de la película de Spielberg, recreándolas en las playas de Martha´s Vineyard y
mezclándolas sin renunciar a las proyecciones psicoanalíticas, teóricas y
cinematográficas de sus componentes…]
A Fredric Jameson y a Robert Coover
I
…Buñuel quiere quedarse con mi mano derecha a toda
costa, ésa es su pretensión manifiesta mientras me distrae una vez más
hablándome de la película, quiere llevársela para jugar con ella a solas esta
noche o regalársela a Dalí, que se ha quedado sin voz durante la proyección y
no podría contrariarlo, para que también aprenda a jugar en serio y abandone de
una vez las cursilerías onanistas de su pintura. Sin embargo, en mitad de
nuestro forcejeo, Buñuel se pone serio de repente, la seriedad infalible con la
que resolvía todos los conflictos durante los rodajes de sus películas. Serio
y, sobre todo, alerta. Como si hubiera percibido una vibración extraña en el
entorno, un cambio en la atmósfera recalentada del cine. Renuncia a sus
intenciones anteriores, lo que me tranquiliza, no podía sostener el pulso con
Buñuel por más tiempo, y decide marcharse a toda prisa, tirando a duras penas
del fardo adormecido de Dalí, al notar que Spielberg, parapetado tras una de
las rojas cortinas de acceso a la sala, se había impacientado con nuestra
conversación y había decidido en ese mismo instante avanzar hacia nosotros,
detenidos en mitad del vestíbulo, sin darle tiempo a que acabara de instruirme.
Ha esperado su oportunidad en la sombra y no acepta que ningún otro
contrincante, y menos que nadie Buñuel, se la dispute ahora. Oculto tras una
gorra de béisbol y unas gafas de aviador de la segunda guerra mundial para
disimular la edad, es verdad que ha envejecido mucho desde la última vez, Spielberg
se precipita a estrecharme la mano mientras me advierte contra Buñuel sin
contemplaciones. Tenga cuidado. Es un tipo muy peligroso, recuerde La dalia negra. Pobre Brian. El autor
del crimen fue él, el autor de Él, no
se equivoque de hombre. Tengo pruebas concluyentes sobre el caso, aunque no
podría utilizarlas ante ningún jurado, ya me comprende, películas y fotografías
de aficionados, cartas de Buñuel a algunas de sus amiguitas de Hollywood
comunicándoles que se excita con la idea de cortarlas en pedazos, confidencias in extremis de testigos moribundos a los
que no podría traicionar ahora sin perder a una parte de mi público, secuencias
inéditas de sus propias películas y, por si fuera poco, el bodrio de Brian. Si
no me cree, pregúntele a Marty, que lo sabe todo sobre películas y directores.
Todo, créame. Marty es una enciclopedia ambulante, aunque cuando se pone
pedante no lo aguanta nadie, ni siquiera ese bobo de George… Me estoy
entusiasmando, disculpe, luego nadie se cree que no bebo alcohol ni me meto
drogas. Soy así. Es la grandeza del cine. Cuando se trata de películas, me
pongo como loco, no lo puedo evitar. La suya, por ejemplo. Me ha puesto a cien.
Esto no me pasaba desde que vi en la intimidad de un pase privado, a solas con
la viuda de Stanley, ya me entiende, su película póstuma, ¿cómo se llamaba?
Algo sobre los ojos, ¿es que nadie se acuerda ya?…
Después de unos segundos de vacilación, vuelve a
felicitarme por mi película exprimiendo mi mano aún más, pero sé con seguridad
que no se la quiere llevar. Tiene la suya y le basta. Le trae suerte. La idea
del celuloide virgen es brillante, permítame que se lo diga. No se me habría
ocurrido pensar en nada parecido, me dice, pero me sugiere al mismo tiempo, por
solidaridad entre colegas, ya me entiendes, una lista exhaustiva de doscientos
cincuenta y tres retoques, los trae anotados en una libreta que extrae de
debajo de la gorra con la mano libre, simples recomendaciones para incrementar
el peso de la acción y la trama narrativa en el metraje final y compensar el timing de los actores. No pierda nunca
la conexión con la taquilla, amigo Franco, ni desespere por las dificultades y
si tiene alguna duda financiera llame a mis abogados, me tiende una tarjeta,
ellos sabrán sacarle del apuro. Esto es lo fundamental. Esta convicción
técnica. Esta capacidad para crear en medio del agotamiento más extremo.
Dígamelo a mí. Quién dijo que esta profesión era como la jardinería, menudo
gilipollas. Este negocio es como la guerra, como me decía siempre el tío Sam, mi
maestro, un tipo duro de verdad. Por cierto, hablando de guerra, acabo de
acordarme, ¿ha visto usted a Francis por aquí? Hemos venido juntos en la
limusina con un par de amigas suyas, una rubia y una morena de escándalo, y a
mitad de la proyección los perdí de vista. Siempre fue muy sensible a los
guiños eróticos del cine y su película, no lo negará usted, tiene de todo para
perturbar a un hombre de la envergadura y las debilidades de Francis…
Spielberg tampoco parece atreverse a soltarme la mano mientras habla sin parar para acaparar mi atención, temiendo que se la preste a los otros directores que nos rodean en el vestíbulo. He reconocido a David Lynch en la menguante cola de los que esperan para transmitirme en persona sus comentarios y felicitaciones y me he puesto nervioso al ver el tamaño de la sonrisa que me dirigía, como una navaja en las manos del carnicero apropiado. Y aún más nervioso cuando he descubierto escondido tras él a Tarantino, otro navajero del gueto, sonriendo también como un canalla de película de serie B antes de cometer una tropelía sangrienta. A éstos no les interesa la mano, en absoluto, como a ese anticuado de Buñuel, éstos vienen directamente a por el ojo, me digo preocupado en el sueño, a ser posible los dos, sin contemplaciones. Mientras tanto, Spielberg, asido a mi mano como a una palanca de propulsión en un mecanismo de feria, insiste contra toda razón en proseguir con sus desmesurados elogios. Magnolia me parece, se lo digo en confianza, no lo publique por ahí porque lo negaré por completo, el mejor remake no americano de Tiburón que hubiera podido imaginar. Sinceramente, es impecable su reformulación de los viejos estereotipos de mi tercera película. La agresividad hipermasculina del monstruoso pene blanco atacando a la chica desnuda en la playa, una eyaculación digna del porno más duro, la enorme vagina dentada contra la que combaten los hombres en el barco como desesperada negación de su homosexualidad, la victimización de las minorías sexuales y culturales, por no hablar del grosero comentario sobre la situación política. Ufff, qué horror, se me ponen los vellos de punta sólo de recordar los excesos de esta película atroz. La peor de todas las que he hecho sin discusión, reconózcalo. Pretenciosa, intelectual, sectaria y aburrida. Siento decepcionarle. Desde que soy padre, la responsabilidad me obliga a reconsiderar mi filmografía desde una perspectiva mucho menos radical, ya me comprende. Usted es más joven, puede permitirse estos juegos peligrosos. Estos discursos ambiguos. Yo ya no puedo, sinceramente. Mire, yo no soy como Francis ni como Marty que cambian de opinión cada decenio, según de dónde soplen las modas de los festivales. Yo lo he hecho una vez en mi vida y con eso tengo suficiente. Me refiero a cambiar de opinión, no me malentienda. Soy fiel a mis convicciones. No puedo perder tanto tiempo de mi vida como ellos en estar al día. Además, soy muy feliz en mi matrimonio, ¿no lo sabía?... Bueno, en todo caso quiero que sepa que ha sido todo un honor asistir a la primera proyección pública de su película. Esta fecha de hoy, no lo dude, se recordará en el futuro como aquella gloriosa efeméride de los hermanos Lumière. Ha reinventado usted el arte cinematográfico en pleno siglo veintiuno. Espere a que dentro de un rato, si Francis no me entretiene mucho con sus caprichos seniles, se lo cuente a Marty por teléfono. Tendré que aguardar un par de horas a que me cuente plano a plano las treinta películas que ha visto en esta última semana en todos los formatos existentes, pero al final merecerá la pena haber sabido esperar para contárselo y Marty me envidiará por haber asistido al estreno. Por cierto, ¿no se le ha ocurrido invitarlo? Lo de su anterior película no fue para tanto, un tropiezo lo tiene cualquiera, ¿no cree? Ah, por fin, ahí veo a Francis del brazo con sus amigas. Si me disculpa, seguiremos hablando en otro momento, me esperan…
[Providence, pp. 227-231]
II
No hacía ningún frío, a pesar del otoño
incipiente, el mar estaba en calma y estábamos solos en la casa, como pudimos
comprobar en cuanto varamos la lancha en la playa y subimos los escalones que
conducían al porche, desde donde, a pesar de la disminución de la intensidad de
la luz, aún era posible divisar una panorámica asombrosa del mar y, creando a
su alrededor un anfiteatro ideal para contemplarlo, las dunas blancas moteadas
de arbustos aplastados y las precarias vallas de madera destruidas por el viento
salino al final del verano pasado, cuando todos los veraneantes emprendieron la
huida de la isla por temor a la soledad. Se apoderaba de mí una sensación
indefinible frente a esta vista cargada de promesas y premoniciones. Era como
volver a la escena del crimen muchos años después de haberlo cometido. Ninguna
barrera de arena, me dije sin abandonar la inspección del hermoso escenario,
podría contener ahora al escualo feroz que rondaba el perímetro insular en
busca de suculentas presas, la mordedura del mar más desaprensiva en la
renegrida madera de la casa que los colmillos del monstruo en las planchas de
la embarcación de pesca con que trataban de cazarlo.
-¿No te apetece bañarte? Te despejará la cabeza.
-Ahora voy. No te preocupes tanto por mi cabeza.
Estoy bien.
-Allá tú.
Sin que me diera cuenta, extasiado en la
contemplación de uno de mis paisajes cinematográficos favoritos desde la
infancia, estaba a punto de repetir la escena inicial de la película. Tras
comprobar algún detalle nimio en el interior de la casa, Eva se había desnudado
en el porche sin perder un minuto y pasó a mi lado corriendo camino de la
orilla, donde hundió sus tobillos y luego sus rodillas antes de desaparecer
engullida en el agua que no conseguiría lavar mis ojos enfermos de toda la
putrefacción visual que años y años de visionado de las mismas imágenes
obsesivas habían implantado en mis retinas sin que pudiera librarme de su
influjo inconsciente.
No estaba en clase, así que en vez de seguir
divagando sobre la evanescencia de las percepciones fílmicas y los recuerdos
perturbadores me desnudé lo más aprisa que pude y corrí en busca de Eva que,
por lo que pude ver enseguida, había comenzado la gimnasia acuática de rigor.
Dejé mi ropa amontonada en la orilla, junto a la toalla que ella había dejado
caer minutos antes al pasar corriendo camino del agua, y mis gafas de sol
encima como una garantía de que la renuncia a mi identidad sería sólo
provisional. De poco me servirían en el agua para localizar a Eva. Lo hizo ella
en cuanto me zambullí, nos abrazamos y nuestros cuerpos reaccionaron de
inmediato a los estímulos habituales. Nos separamos por un instante y
comenzamos a nadar uno alrededor del otro como en los prolegómenos de un rito
sexual, difiriendo el apareamiento, y a bucear como distracción rastreando la
escasa profundidad y la exigua vegetación del arenoso fondo. Nos abrazamos de
nuevo y la suave corriente nos arrastró a la orilla donde me permitió
penetrarla por primera vez. Me gustó que ella no cerrara los ojos mientras la
inseminaba sin protección. Cuando acabamos, volvimos a zambullirnos cada uno
por su lado. Hundido hasta las rodillas, me entretuve mirándola de espaldas en
ese instante milagroso en que ella creía que nadie, ni siquiera yo, la podía
mirar. El agua no la cubría por entero, así que Eva se puso de pie con un
respingo grácil, se apartó el cabello de los ojos, y continuó caminando hasta
que el mar le cubrió los hombros. Allí comenzó a nadar sin esfuerzo, con la
cabeza fuera del agua y la brazada desigual propia de aquéllos que han
aprendido a hacerlo con corrección y luego han preferido olvidarlo todo por
conveniencia…
-¿Te gusta mi estilo al nadar? De niña era una buena nadadora, ¿sabes? Participé en competiciones nacionales y gané algunas medallas. Con mi primera regla se acabó mi carrera…
[Providence, pp. 276-278]
III
El chapoteo obsceno de la marea ascendiendo vino a
poner la nota estridente al final de nuestro abrazo. Eva no me permitió
inseminarla y tuve que salirme a desgana y correrme en la arena como un molusco.
Exhaustos, nos tumbamos después boca arriba y cada uno se sumió en sus
pensamientos más autistas. Un cielo oscuro que empezaba a encapotarse ofrecía
escaso espectáculo a la observación, así que nos zambullimos de nuevo, a
instancia mía esta vez. Ya no sentía ningún miedo a las presencias que el mar
podía ocultar tras su ciega apariencia de masa informe. Escrutaba el entorno a
ras del agua, como un documentalista ávido de acontecimientos, y casi deseé,
sin temerlo ya, ver una enorme aleta dorsal y una cola en forma de media luna
brotar de pronto de la espuma y dirigirse hacia mí como teledirigidas por un
operador remoto. Habría supuesto una suerte de culminación coherente con mi
historia personal y con la evolución de las especies y la historia humana, si
me apuran, que un gran pez mecánico usurpara con su voluntad de poder
controlada por la tecnología el ecosistema de un depredador natural en vías de
extinción. Para mí, en cualquier caso, zarandeado ahora por la corriente
submarina, habría sido un orgasmo salvaje. Al revés del cine, la vida casi
nunca es tan perfecta…
-¿Sabes una cosa divertida? Tiene que ver con uno
de los estudios más sesudos sobre la película de Spielberg, el autor es Fredric
Jameson, no sé si lo has leído, yo lo hice para mi clase, si te interesa está
en la biblioteca a la que tanto te gusta ir con tus amigas…
-Me sobran tus sarcasmos.
-Perdona. El caso es que Jameson atribuye una
importancia política extrema a la alianza final entre el policía Brody y el
oceanógrafo Hooper, es el punto fuerte de su argumentación, ¿lo recuerdas?...
-No, no conozco ese ensayo, aunque sí otros libros
suyos…
-Pues resulta que en el guión original, como en la
novela, Hooper, el barbudo oceanógrafo, moría en la jaula mordido por el gran
blanco. Pero ocurrió algo imprevisto durante el rodaje. Las tomas se las
encargaron a un segundo equipo que se fue a Australia a filmar escenas
subacuáticas de ataques de tiburón. A veces metían un enano en la jaula para
que cuando los tiburones la atacaran parecieran mayores de lo que eran, pues no
se trataba de blancos todo el tiempo. Una de las veces en que la jaula estaba
en el agua sin el enano dentro y las cámaras filmando todavía un tiburón de
gran tamaño embistió contra la jaula abandonada y la destrozó, de modo que, a
la hora de montar la secuencia, que había quedado perfecta, tuvieron que salvar
a Hooper en contra del guión que el actor había firmado…
-¿Y qué tiene esto que ver con Jameson?
-No lo entiendes porque no has leído el maldito
ensayo. Toda la interpretación de la América de su tiempo que Jameson se saca
de la manga está fundada en una puta casualidad. En realidad, Hooper tenía que
morir como Quint, el pescador local, en boca del tiburón, que era la gran
amenaza para todos. Tenían que morir los dos, el pescador y el oceanógrafo, los
dos expertos en peces y en la vida marina, y salvarse sólo el puto policía de
ciudad al que el mar acojonaba a muerte, ¿lo entiendes ahora? Ésa era la idea
narcisista que Spielberg tenía en la cabeza al rodar la película, salvarse a sí
mismo a través de su igual en la ficción. No existía, por tanto, ninguna
conspiración paranoica para ofrecer al público una versión consumible de la
forma de poder, una temible combinación de ciencia, tecnología y control, ante
la que debían claudicar como electores para salvar la deteriorada imagen del
país…
-Te repito que no conozco ese ensayo, ni lo he
oído nombrar nunca, no sé si te lo estás inventando como excusa para que nos
estemos aquí en el agua discutiendo sin parar sobre una película que te
enloquece y nunca comprenderé por qué…
-Ésa no es la palabra exacta, si no te importa. Y
no, no me lo he inventado, aunque me gustaría, ya puestos. Uno de los síntomas
más odiosos de nuestra cultura de especialistas es que, a partir de un cierto
nivel educativo, nos parece más deseable haber escrito una tesis doctoral sobre
Tiburón que haber dirigido la propia Tiburón…
-No sé de qué me hablas, pero estás consiguiendo
estropearnos este momento con tus estúpidas obsesiones. Parece que echas de
menos tu clase de por la mañana. ¿Es que te quedaba algo más importante por
decirles a tus alumnos? Resérvalo para la próxima clase, por favor…
-Ése es tu problema, Eva, reconócelo, no seas
hipócrita. Estás prisionera, como tantos otros, del puto prestigio de la mentalidad
académica y no puedes escapar de ello. Es una extraña perversión del síndrome
de Estocolmo aplicada al mundillo universitario, aunque a veces tengo la
sensación de que son los alumnos los que han secuestrado a sus profesores y a
todo el maldito sistema, y no al contrario…
-No sé de qué te extrañas. ¿No estamos acaso
gobernados por la alianza de la tecnología y el control policial? Tú mismo lo
repites constantemente, como una aburrida letanía…
-Perdona. Me confundes con otro.
-Es imposible confundirte con otro.
-¿Estás segura? ¿Has visto en tu vida alguna
película de Hitchcock?
-Me aburren tus referencias cinematográficas, ¿no
tienes otras?...
-Desgraciadamente, es demasiado tarde para
cambiar…
-Ya. ¿Podemos salir del agua?
[Providence, pp. 280-283]
IV
Estábamos todavía en el mar, con medio cuerpo
sumergido y los pies anclados en el fondo, era noche reciente y no veíamos
muchos metros más allá de nuestra posición. Sin embargo, yo no cesaba de mirar
en todas direcciones en busca de la aleta delatora de un Bruce auténtico, generado por la evolución para exterminar a todas
las demás especies de la tierra, y no de un simulacro mecánico de tres al
cuarto diseñado para asustar con su gigantesca estupidez a los niños y a los
padres que abonaron la entrada al parque temático del estudio. El humor de Eva
mutaba con la marea y ahora, como si esperara otra aparición de signo inverso,
se dedicaba a mirar cada tanto, con inquietud creciente, hacia la casa que
permanecía a oscuras como un mal augurio, una mole negra coronando las dunas
grises moteadas de arbustos apelmazados, la única edificación visible en esta
zona agreste de la isla.
-Lo único que pretendía Spielberg con esta
película es que lo tomaran en serio como director, como artista de masas, y eso
el sagaz Jameson y sus muchos imitadores académicos y periodísticos no parecen
poder comprenderlo fácilmente porque todavía no han alcanzado a entender el
sentido histórico y la misteriosa fascinación de Hollywood. Como artista del
medio cinematográfico, Spielberg realizó con esta superproducción un manifiesto
en el que proclamaba tres cosas fundamentales para el cine por venir: puedo
filmar el asesinato de una mujer, haciendo visibles aspectos psíquicos de la
cuestión que nadie se habría imaginado antes, y puedo hacerlo mucho mejor que
el maestro de Psicosis, entre otras
cosas porque él lo hizo en la sórdida ducha de un motel de carretera y yo en
exteriores, en mar abierto, con un montón de hombres tirando de las cuerdas
desde la playa para simular el ataque feroz contra la mujer, una marioneta
desnuda encarnada por la especialista Susan Backlinie…
-¿Te pasa algo, Álex? No paras de moverte y de
agitar el agua con tu maldito entusiasmo. Pareces un epiléptico a punto de
ahogarse...
-¿Qué pensarías si te dijera que tengo un ataque
de pánico como el que acometió a Spielberg tras abandonar la isla después de
haber estado prisionero en ella durante siete meses, el tiempo de un embarazo
prematuro, y darse cuenta de que había dado a luz a una criatura monstruosa, la
propia película aún sin montar, que amenazaba con devorarlo a él y a todo el
estudio que la había producido?...
-¿No pretenderás atraer a uno de ellos agitando el
agua con tu estúpida gesticulación, verdad?
-Reconozco que estas cosas me excitan en exceso,
pero lo único a lo que quiero atraer, te lo aseguro, lo tengo ahora mismo
frente a mí, al alcance de mis manos…
-No cuentes conmigo, si estás pensando en lo que
yo creo. No tengo ninguna intención de quedarme embarazada. Ya sabes que no
soporto a los niños menores de veinte años. Me basta con los otros. Tú y tantos
como tú…
-Eva la cínica, Eva la desengañada, la descreída
de su sexo y, todavía más, del otro sexo…
-¿Por qué te empeñas en ver sólo dos, masculino y
femenino? ¿No te parece pobre como única opción? Yo descubro muchos más sexos a
mi alrededor, en la gente que me rodea, y también dentro de mí. Todo el tiempo.
Hace un momento, por ejemplo…
-No te pierdas en tonterías, Eva, ya sé dónde
quieres acabar. Muchas veces ni siquiera soy capaz de distinguir dos, así que
no me malinterpretes más…
-Está claro que en mí sólo ves clichés. Cada uno
ve lo que quiere, desde luego, en el otro como en uno mismo. Tengo la sensación
de que me usas como pantalla. Para ti no consigo ser más que eso y me apena…
-Te equivocas. Préstame atención por un instante,
por favor, y te prometo terminar enseguida…
-A ver si es verdad, me estoy quedando helada…
-La segunda proclamación del nuevo aprendiz de
brujo de la industria era ésta: puedo filmar las escenas de acción mucho mejor
que el maestro Sam Peckinpah porque no las concibo como una salida nihilista o
una respuesta hiperviolenta a mi metafísica existencialista de perdedor
profesional en un mundo del que no puedo escapar, sino como una prolongación
pública de mi fantasía de niño modelo de la clase media judía, representante de
todas las lacras y las virtudes del medio social en que nací. Y por eso,
entérate bien, querida Eva, el malencarado pescador lleva cuando muere entre
los colmillos del tiburón el pañuelo en la cabeza que el viejo Peckinpah solía
usar durante sus tortuosos rodajes. La tercera cosa que Spielberg tenía ganas
de proclamar ante el tribunal que lo iba a juzgar por vender su talento a los
mercaderes del templo es, sin embargo, la más importante de todas…
Su insistente modo de mirar hacia la casa desde el
agua, desatendiendo nuestra conversación sin disimulo alguno, me obligó a
interrumpirme cuando estaba a punto de hilar una idea que creía podría atrapar
la atención de Eva y anular su despectiva insolencia hacia mis palabras. Me
estaba empezando a preocupar y a poner nervioso su actitud, como si ella, sin
una razón clara, se sintiera obligada a vigilar con cada vez más crispada
atención cualquier movimiento o sombra, cualquier contraste de luz o
modificación del aire, producidos en las tenebrosas inmediaciones de la playa.
-¿Qué miras tanto? ¿Estás esperando a alguien?
-Nada. Estoy pendiente de tus palabras, pero no te
aproveches de mí. Quítame las manos de encima ahora mismo, no me gusta mezclar
las cosas, ya lo sabes, me parece de muy mal gusto…
-Lo siento, no he podido resistirme. Explicarte
esto aquí, precisamente, me estaba excitando más de la cuenta, ya te lo he
dicho. Además, estás tan hermosa ahora, con esta luz. Tu piel, tu pelo, tu
cuerpo húmedo, tus…
-Venga ya, Álex. Ya te voy conociendo. Dime de una
vez, ¿cuál es, según tú, la tercera proclamación mundial del gran artista
Steven Spielberg en esta obra maestra de la cultura humana?
-Eva no te rías. No le veo la gracia. Vuestra
guerra de Irak se parece mucho a una superproducción, por lo que deberías
considerar estas cuestiones con otra actitud menos condescendiente, por tu
propio interés y por la seguridad de tu país. Nada menos…
-Otra vez estás mezclando las cosas. ¿Qué te hace
presuponer que esa guerra de mierda tiene que ver conmigo o con mucha otra
gente de este país? ¿No lees los periódicos, no ves la televisión? Acabas de
llegar y ya nos estás prejuzgando sin haber entendido nada.
-Por favor, Eva. Soy un adicto a los programas de
la Fox, no se te ocurra decirme que no estoy informado…
-Por supuesto. Lo había olvidado. Con los bodrios
de Hollywood y los noticiarios de la Fox tienes suficiente para conocernos a
fondo. ¿Por dónde íbamos, profesor?...
Una repentina cadena de olas estuvo a punto de
arruinar mis pretensiones docentes. Eva se vio sorprendida por su altura y
fuerza, perdió pie y se hundió con brusquedad en el agua, como succionada por
la corriente, mientras yo conseguía mantenerme a flote a duras penas. Fue una
espera tensa hasta que la vi reaparecer sana y salva a unos metros más allá.
-¿Qué ha sido eso?
-A mí qué me preguntas…
-Acabo enseguida, créeme. El tercer postulado del sistema Spielberg de concebir el cine, como me gusta calificarlo, se podría llamar prudencia, se podría llamar capacidad de adaptación, se podría llamar coherencia, se podría llamar sentido de la oportunidad, llámalo como quieras, pero yo, que he improvisado esta teoría para dar sentido a este momento especial entre nosotros, aunque no parezcas aceptarlo con agrado, prefiero llamarlo realismo. El realismo que consiste en mostrar desde la plataforma de un producto concebido para las masas esta gran verdad del negocio: mi cine, el cine que planeo hacer en los años venideros, será todo lo creativo que sea posible en este período de la historia dentro de los férreos límites marcados por el desarrollo de la tecnología (Hooper), el orden establecido (Brody) y, agárrate ahora con fuerza a mí, no te lo vas a creer, la maquinaria descomunal del sistema de producción (el tiburón)…
[Providence, pp. 286-290]


lunes, 9 de junio de 2025
PERFIL PEYORATIVO
Hay una idea fija, una morbosa obsesión,
en el corazón de esta fascinante novela: el cadáver desnudo de Marilyn Monroe,
tendido boca abajo en su cama, con el pelo plateado derramándose sobre la
almohada como un enigma de belleza artificial. Hay también una psique obsesiva,
un cerebro monomaníaco, conectado a las vibraciones sexuales de la realidad con
hipersensibilidad e inteligencia animal, encarnada por el detective Freddy
Otash, ex policía corrupto reconvertido en agente al servicio de los famosos y
los poderosos. Otash es el narrador febril de la historia, la máscara que
Ellroy utiliza para ocultar sus turbios manejos como prosista forense al
enfrentarse a un submundo tan complejo y atractivo como el Hollywood de
comienzos de los años sesenta, tiempo real de la ficción, y las décadas
inmediatamente anteriores de los cuarenta y los cincuenta, momentos traumáticos
de algunos hechos desvelados en la trama.
Como se ve, Ellroy emplea en la novela uno de los
recursos predilectos de los novelistas posmodernos, desde Doctorow y DeLillo en
adelante, para envolver sus misterios policiales extraídos de la realidad en
los efluvios y las emanaciones tóxicas de la imaginación más calenturienta.
Muchos de los personajes secundarios y las subtramas que rodean el caso de la
muerte de Marilyn son ficción, como en La dalia negra, su novela más famosa, y permiten explorar la realidad acreditada con
una luz ambigua que la desnuda y la encubre al mismo tiempo, como el cuerpo vivo
o muerto de Marilyn ofreciendo a la mirada de sus espectadores partes selectas
de su exuberante anatomía y cubriendo otras de un pudor falsificado que la
hacía aún más deseable y seductora.
Ficción y realidad confunden sus dimensiones a tal
grado, en la trama calculada por Ellroy con tanto cuidado a los detalles, que el
lector tiene que aguardar al final, como un sabueso que a su vez fiscaliza la
labor de los detectives y policías que investigan todas las ramificaciones del
caso, para sentir la misma satisfacción que los hermanos Kennedy, Jack y Bobby,
el presidente y el fiscal general, con la resolución inesperada. Otash entrega
a Bobby, a cambio de cincuenta mil dólares, un objeto precioso: la “baraja
porno” de cartas que Orson Welles había realizado en 1948, en un picadero de
Palisades, donde se retrataba desnudos y copulando en todas las posturas
imaginables al futuro presidente de los Estados Unidos y la futura estrella de
Hollywood, muchos años antes de que Jack Kennedy y Marilyn Monroe fueran
amantes reales, según la historiografía oficiosa, al menos una vez al año.
En la retorcida versión de Ellroy, sin embargo, la
muerte de Marilyn no tiene nada que ver con los Kennedy, trama colateral engañosa,
sino con su asociación ilícita con una banda de huérfanos angelinos como ella,
llenos de ambición y codicia, aficionados al robo y al asalto de domicilios y a
otros crímenes terribles, perturbados mentales o mentes frágiles en muchos
casos, como Gwen Perloff, Ricky Dawes o Albie Haaland. Esta trama inventada por
Ellroy le permite introducir al sesgo a uno de los grandes personajes reales de
la novela, Natasha Lytess. Perdidamente enamorada de Marilyn y dispuesta a todo
con tal de salvarla de sí misma y de sus peores tendencias, esta actriz fracasada
y profesora de interpretación de origen ruso es la gran beneficiada en la trama:
de hecho, los cincuenta mil dólares que recibe Otash de los Kennedy a cambio
del documento escandaloso van a parar a su buzón en recompensa por sus generosos
servicios y su valor moral.
Este guiño irónico es una prueba de que Ellroy concibe y escribe la novela con el mismo espíritu crítico y la rabia moralista de Kenneth Anger en Hollywood Babilonia (1965-1975). Nadie está a salvo allí de la inmoralidad, la indecencia y el crimen, y las supuestas víctimas del sistema, como Marilyn, son ellas también depravados engranajes de su funcionamiento implacable.


martes, 27 de mayo de 2025
FANTACIENCIA, TECNOTEOLOGÍA Y DELIRIO ASÍ EN EL CINE COMO EN LA VIDA (Y VICEVERSA)
[Primera entrega del podcast Más allá de lo humano y lo divino. En esta ocasión, Guillermo Mas Arellano y yo mismo nos ocupamos de la fantasía, la distopía y la ciencia-ficción (o fantaciencia) en la literatura hispanoamericana y más allá, o más acá, de las fronteras culturales e idiomáticas del imaginario.]
Y también en iVoox:


lunes, 19 de mayo de 2025
CIBERPUNK ARGENTINO
[Michel Nieva, Tecnología y barbarie (Ocho ensayos
sobre monos, virus, bacterias, escritura no-humana y ciencia ficción),
Anagrama, 2024, págs. 175]
Han pasado cuarenta años desde la
publicación de Neuromante de William
Gibson, la novela que puso sobre el tapete mundial la sensibilidad ciberpunk,
es decir, una nueva sensibilidad surgida en la historia para percibir las
mutaciones en curso en los años ochenta relacionadas con los avances más
radicales de la tecnología, la economía, la sociología y todas las ciencias
relacionadas con la vida y la inteligencia. Esta nueva sensibilidad, traducida
en imágenes fastuosas y conceptos estupefacientes, obtuvo una plasmación cinematográfica fascinante en obras tempranas como Blade
Runner o Terminator.
Desde entonces, el mundo ha ido asimilando
aquellas primigenias especulaciones y las ha hecho realidad con escandalosa
facilidad, demostrando cómo a menudo la literatura especulativa se adelanta a
su tiempo, o lo prevé, en un lenguaje figurativo que al principio suscita
incredulidad y temor y luego se considera estereotipado y consabido. La cultura
también fue permeada por las categorías del ciberpunk al mismo tiempo que los
usuarios descubrían los nuevos mundos cibernéticos de internet, el ciberespacio,
los videojuegos y la telefonía inteligente.
Con el tiempo, la estética ciberpunk de Gibson, Sterling, Shirley y Cadigan, entre los más destacados representantes del movimiento, fue capaz de mutar a su vez para acomodarse a las nuevas realidades del siglo XXI. Hoy autoras norteamericanas como Ling Ma (Severance), N. K. Jemisin (La ciudad que nos unió y El mundo que forjamos), Larissa Lai (The Tiger Flu) y Malka Older (Infomocracy) han renovado el género confiriéndole una impronta contemporánea que atiende a cuestiones sobre el cambio climático, la situación crítica de la población mundial y la vida terrestre, la experimentación científica y la problemática del género, la etnia o la raza.
En este contexto, es una excelente noticia la aparición
de un joven escritor argentino, brillante narrador y ensayista, como Michel
Nieva (1988), que ha dado pruebas del poder de su ingenio fabulador con la
novela La infancia del mundo
(Anagrama, 2023), donde especula sobre el futuro de su país a partir de la
mutación genética de los marginados y la reconfiguración geopolítica del
territorio. Es una novela original, de imaginación desbordante, un cruce entre
la ficción visionaria de Gibson y el cine psicosomático de Cronenberg, para
entendernos, que termina rediseñando un porvenir similar para todas las
naciones del mundo, sean o no periféricas a los poderes centrales de Estados
Unidos y Europa.
Este volumen de ensayos, publicado en Argentina en
una versión diferente en 2020, recoge las reflexiones y especulaciones que
fundamentan la arquitectura novelesca y, además, permiten comprender ciertas
cuestiones críticas del mundo global del presente desde un ángulo esquinado o
periférico que las dota de una agudeza aún mayor. Ya en el prólogo Nieva
advierte al lector de su enfoque ciberpunk al atribuir a la literatura
argentina, clave esencial del libro, dos de los motivos típicos de esa
corriente de la ciencia ficción: la distopía y el androide. La diferencia con
sus precursores anglosajones radicaría en que la primera se traduce en la
descripción geográfica de la pampa como un desierto postapocalíptico y el
segundo en un tropo aplicado al indio y a la india, figuras traumáticas de la
identidad nacional.
En el examen de diversos relatos de autores de los
siglos XIX y XX como Quiroga, Arlt, Lugones, Borges o Aira confirma una verdad
incuestionable que es la tesis principal del libro: “el capital nos coge a
todxs por igual, y ninguna alternativa a este sistema abolirá jamás ni el
embrutecimiento del trabajo ni la explotación del hombre y de la mujer por el
hombre”. Ciberpunk concienciado que revela la influencia del ideario de
McKenzie Wark y su convicción paradójica de que la tecnología, bajo el signo
del capitalismo, trabaja lo mismo para los fastos de la cultura que para los estragos
de la barbarie.
En esta coyuntura del texto es donde aparece, con puntualidad intelectual, Borges, gran autor argentino de la literatura mundial del siglo pasado, a quien Nieva atribuye la condición de ser, en el seno de su literatura, el que mejor modula “el problema de la tecnología como punto de cruce entre la civilización y la barbarie”. En estos componentes paradójicos acierta Nieva a cifrar el designio actual de una literatura politizada: “una literatura que engendre distopías sobre los modos económicos de producción del presente…una literatura que profane el aura sagrada con la que el dispositivo tecnológico ha sido en nuestra época investido”. Magnífico programa artístico.
(La imagen que ilustra este post es del artista y escritor japonés Kenji Siratori.)


miércoles, 7 de mayo de 2025
ESPEJO NEGRO
Qué
gran espectáculo. El mundo entero, las múltiples televisiones y los millones de
espectadores, reunidos en torno al cadáver del Papa Francisco, muerto en la
madrugada del día siguiente al Domingo de Resurrección, y nadie capta la
ironía. Y, para más inri, la asamblea de mandatarios mundiales en el funeral vaticano.
Decía Gracián, gurú de jesuitas y de príncipes, que la inteligencia es
ambidiestra y discurre en dos direcciones a la vez, como el Espíritu Santo. Viendo
el sábado a esos líderes pavoneándose ante el ataúd del Papa, pienso en muchas
ideas contradictorias. Algunas tienen que ver con el poder espiritual y
simbólico de la Iglesia católica sostenido en la historia, como la maravillosa Basílica
de San Pedro. Otras, en cambio, se refieren al poder omnímodo de los que
construyen el infierno a diario en todas partes y colaboran en la destrucción sistemática
del planeta.
El Papa
Francisco, hermano de los marginados y excluidos, no lo tuvo fácil en un mundo
donde la mayoría doméstica de sus fieles idolatraba la riqueza y el poder, el consumo
y la fama. El mundo actual es sordo, dijo una vez denunciando esa tara moral, y
sórdido, añado. Echaremos en falta su figura polémica ahora que el grotesco Trump
amenaza con coronarse rey del inmundo global. Regresamos al maniqueísmo medieval
de la luz y la oscuridad, la guerra del Imperio y el Papado. El fracaso de la
Iglesia, fiel al imperativo evangélico, fue renunciar a cambiar el mundo,
conformándose con tratar de aliviar sus males. Y esa fue también su grandeza
para muchos creyentes, la promesa de una esperanza de bondad infinita, siempre
diferida. Tras el cónclave se despejarán algunas incertidumbres, sin duda, pero
creer que el mundo será mejor tras la elección de un Papa diferente peca de
ingenuidad.
El destino singular de Bergoglio se ha cumplido al fin y cabe suponer que ese destino tiene sentido para la inteligencia divina encargada de juzgarlo. Al pasar al lado luminoso, a la dimensión celestial, el Papa Francisco ya no verá la realidad, como decía San Pablo, en un espejo oscuro, lleno de enigmas. La muerte se convierte entonces en un acto cognitivo y la visión de Dios lo domina todo. El problema, como diría Borges, pope argentino aficionado a la metafísica, no es que el mundo, como las profecías bíblicas o las parábolas de Jesús, tenga o no sentido, sino que pueda tener dobles y triples sentidos, como la cábala. No simplificarlo es nuestro único deber trascendental. Así en la Tierra como en el Cielo.


miércoles, 23 de abril de 2025
UNA TERAPIA RADICAL
Poco podía imaginar el joven polaco Mieczysław
Wojnicz al llegar en septiembre de 1913 enfermo de tuberculosis al balneario
silesio de Görbersdorf (hoy Sokolowsko, en Polonia) que saldría de allí, dos meses
después, sanado definitivamente de la enfermedad pulmonar que mató a millones
hasta la década siguiente y, sobre todo, curado para siempre de los problemas
de identidad sexual que lo aquejaban como un mal insidioso desde la infancia.
Como sabe cualquier lector, hombre o mujer, Wojnicz está en excelentes manos y
no extraña el resultado. No me refiero, por supuesto, al doctor Semperweiss,
sabio representante de la ciencia en sus aspectos más avanzados y portavoz novelesco
de las opiniones de la autora, sino de esta misma, Olga Tokarczuk, la más
importante escritora europea actual y una de las voces más originales de la
literatura mundial del siglo XXI.
Estando Tokarczuk al cargo de la operación,
cualquier personaje y cualquier lector consecuente se entregarían al
tratamiento sin poner una sola pega ni emitir una sola queja. La doctora
Tokarczuk, desde su posición de eminencia literaria, posee una idea de la vida
tan exuberante como compleja, tan alejada de la estupidez común como marcada a
fuego por los traumas sociales e históricos del sexo. Tras la escritura de una
obra maestra de la envergadura de Los libros de Jacob (2014), quizá la más ambiciosa y brillante novela europea de lo que va de siglo, y la concesión
del Premio Nobel en 2018, Tokarczuk no se ha dejado sobornar por el éxito y ha sido
capaz de escribir una obra como esta que culmina intelectualmente, en cierto
modo, el sesgo iconoclasta y feminista de toda su narrativa.
En Görbersdorf, Wojnicz se ve rodeado por un grupo
de individuos de sexo masculino que, a pesar de su diversidad ideológica, se
erigen en voceros de la misoginia secular. No importa si se confiesan
socialistas, humanistas, católicos recalcitrantes o teósofos, todos concuerdan
en un solo punto, remachado por Tokarczuk con ironía, su menosprecio al género
femenino y su consideración de la mujer como una criatura de rango inferior
encargada por Dios y por la biología de labores reproductivas que, al mismo
tiempo, le ganan un lugar secundario en el orden social y una posición dudosa,
si no abyecta, en las relaciones con el otro sexo. No hace falta recurrir a
Kristeva o a Paglia para comprender el discurso de fondo contra la hipocresía y
el conformismo que Tokarczuk envuelve en su increíble poder de fabulación,
sarcástico sentido del humor y gran inventiva novelesca.
En la nota final, Tokarczuk nos revela las fuentes
perversas de las que ha extraído los juicios misóginos que pone en boca de los
diversos personajes y es toda una cultura y una civilización como la occidental
la que es acusada con ese gesto de sus múltiples errores y desviaciones. Ahí
están los patriarcas barbudos o imberbes como Platón y San Agustín, Schopenhauer
y Nietzsche, pero también Darwin, Freud y Sartre, nadie se salva de la quema,
para ratificar el problema con sus bochornosas opiniones. Hace falta mucha
retranca y mucha poesía genuina para darle la vuelta a ese bagaje infame y
transformar una comedia costumbrista de comienzos del siglo pasado en una
parábola fantástica, con la presencia mágica de las criaturas femeninas del
bosque como refuerzo, sobre la reconversión de un joven intersexual pusilánime en
un ser libre y pleno.
La referencia a La montaña mágica es relevante,
pero las pretensiones de Tokarczuk desbordan la intención de Mann al incorporar
a la reescritura mordaz de ese clásico moderno los arcanos andróginos de Jung y
la apuesta contemporánea por la pluralidad psíquica y la multiplicidad humana.


martes, 8 de abril de 2025
VIDEOJUEGOS DE GUERRA
La guerra es la política por otros medios, sí, pero una política del odio, y del odio a la política también, una política del miedo y del miedo a la política. La política, en cambio, así en la paz como en la guerra, supone siempre el odio a la guerra, pero un odio relativo, reversible. Por eso el tránsito del estado de paz al estado de guerra, mediando o no la política, es tan fácil y tentador. Más fuerte que el odio es el miedo, más fuerte que el miedo el vicio. El vicio es el medio de imponer el miedo por vías menos dolorosas. Pasó con la pandemia y ahora está pasando con la amenaza difusa de una guerra continental y el kit de pertrechos imprescindibles para sobrevivir a la catástrofe convertido en un zombi político.
Como ocurría
en “1984”, para amansarnos y mantenernos controlados, se está escenificando
ante nuestros ojos perplejos una guerra solo real en parte (Ucrania). Conforme
a la vieja lógica de la disuasión, se despliega una guerra de ficción y se
desarrolla una estrategia de simulación donde los efectos del rearme se hagan
sentir en los cerebros de los aliados más prepotentes y los enemigos más próximos
y peligrosos y no en la realidad efectiva de las ciudades y los ciudadanos. Y
todo para encubrir que Europa se ha quedado fuera de juego, otra vez, excluida del
juego de la guerra permanente en la paz perpetua, y viceversa, con el que el
adolescente Trump y su cómplice inesperado Putin pretenden reconstruir, en beneficio
mutuo, un escenario global plagiado de la Guerra Fría, con el imperio americano
de un lado del tablero y el imperio ruso del otro, dominando cada uno con celo su
zona de influencia geopolítica.
Nadie sabe
a lo que juega Europa, por desgracia. Podría creerse que la política de rearme,
que tan nerviosos pone a los socios pacifistas de Sánchez, no es más que la
simulación de una posición de fuerza por parte de un actor al que no se
atribuye poder de decisión, mucho menos de acción, con el fin de disimular su
impotencia en la situación. Qué hará la UE en el futuro con los juguetes
bélicos en los que promete invertir una fortuna es la pregunta que ningún
mandatario europeo se atreve a formular por temor al descrédito de sus colegas
envalentonados. Cuánto rédito electoral piensan extraer estos fanfarrones de la
ostentación fálica de su poderío armamentístico es la incógnita que los votantes
tendrían que despejar antes de que los ciegue la propaganda de guerra y no
puedan ver la verdad desnuda. Estos políticos son unos jugadores ineptos.

