Como sabe todo buen lector de Virginie Despentes,
el sexo y la violencia, el poder masculino, la violación y la victimización
femenina, son los temas dominantes de la narrativa y la teoría de esta heroína
de la posmodernidad. Si Walter Benjamin atribuyó a las lesbianas y a las
obreras del siglo XIX la condición de heroínas de la modernidad, en el sentido
de pioneras valientes de la libertad de las mujeres, Despentes merece la misma
consideración en tanto representante de lo que las mujeres pueden hacer con sus
vidas una vez que han conquistado esa libertad y han tomado conciencia de
cuáles son sus enemigos e impedimentos.
Despentes, novelista y cineasta, no deja de ser un
personaje minoritario que ha sabido granjearse la atención y el respeto del
público mayoritario. Desde sus comienzos más revulsivos en “Fóllame” (1994)
como activista porno de la causa feminista radical contra la conformista
sociedad francesa de finales del siglo XX, hasta esta última novela, una suerte
de sumario intelectual de su madurez, han pasado muchas cosas en el mundo y en
su vida como para no tenerlas en cuenta. Despentes se hizo lesbiana en 2005 y
estuvo más de una década unida a la mujer (Beatriz Preciado) que convirtió su intimidad
en un paradigma de los nuevos modos de relación sexual, con la ayuda de los
dildos y la testosterona. Todo lo que Despentes no había contado a sus lectoras
en “Teoría King Kong” (2006), un magnífico panfleto que es también una
autobiografía moral, lo contaría su amante en “Testo Yonqui” (2008), antes de
transformarse en Paul. Paradojas del deseo y la identidad fluida. Nadie es perfecto...
Pero Despentes sigue siendo Despentes, a pesar de
todos los cambios y mutaciones, errores y confusión, y, por esto mismo, en esta
novela se atreve a fracturar su conciencia en tres personajes de lengua
absuelta que entrelazan sus discursos antitéticos, en un intercambio epistolar
actualizado, hasta conjugarlas de un modo insólito, componiendo una unidad verbal
en que la ficción, la narración y las voces expresivas integran la totalidad de
la experiencia humana, preservando sus diferencias y diferendos.
El irónico título de la novela plantea
un duelo retórico: el oxímoron por el cual el destinatario del mensaje es el
protagonista, Oscar, novelista en bancarrota por su cancelación en las redes
sociales, y la mensajera es la coprotagonista, Rebecca, la actriz en declive
profesional. Lo que comienza como un binomio dialéctico entre dos polos sexuales
que se atraen y repelen por igual, no tarda en configurarse como un triángulo
de voces cuando se suma la intervención de la víctima del novelista, Zoé
Katana, la bloguera y agente de prensa acosada, para acabar transformado, al
final, en un polígono de personajes interconectados, trazando quizá una
geometría hexagonal representativa de Francia. De ese modo, “Querido capullo” podría
leerse como una alegoría nacional cargada de connotaciones políticas que
afectan a los goces y las miserias de diversas generaciones, géneros y clases.
En el fondo, esta novela es un acto de
fe ideológica en la supervivencia de la libertad en una sociedad que atraviesa
una de sus peores crisis históricas. El conflicto entre religiones y culturas que
desgarra a la sociedad francesa no parece hallar en la novela de Despentes una
respuesta simple. Más bien al contrario. La tesis larvada de esta novela es más
fácil rastrearla en las teorías iniciales de Preciado, ese “Manifiesto
contrasexual” (2002) donde expresaba la necesidad de construir “un
cooperativismo libertario somático planetario, una cooperación de (todos) los
cuerpos vivos dentro de la Tierra y junto a ella”. Así sea.
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