Los
cronistas que contaron la verdad de lo sucedido en el partido Marruecos-España aún
no dan crédito. La trascendencia histórica del evento era innegable. Los
jugadores marroquíes lanzaban bromas a la cara de los jugadores españoles sobre
el dudoso estatuto de Ceuta y Melilla cuando los tenían enfrente, negándose a disputar
la posesión del balón. Los españoles, sin saber qué decir, miraban al césped
cabizbajos, constatando el desgaste, o alzaban la mirada al cielo, implorando
el amparo del ministro Marlaska o el socorro del helicóptero de la Guardia
Civil. Los marroquíes celebraban cada ataque contra la portería española como otro
asalto a la valla de Melilla.
Cuando llegó
la tanda de penaltis, la situación se volvió crítica. Cuentan que Sarabia, al
lanzar el primer penalti, pensaba en la incoherencia de derogar la sedición y
estrelló el balón en el poste derecho. Soler, al tirar el segundo, cavilaba
sobre el disparate de abaratar la malversación y le entregó la pelota
prevaricando al portero marroquí. En el último tiro, Busquets se hizo eco del
complot para controlar el Tribunal Constitucional. Sus ojos transmitían inquietud
democrática y sus piernas temblaban como las de los magistrados. Golpeó la bola
sin convicción, como si fuera la cabeza de los artífices de la Constitución, y
consumó el desastre.
“El triángulo de la tristeza” es la película europea del año. El título se inspira en un concepto de cirugía plástica referido al ceño fruncido que expresa desazón. Está dirigida por un sueco irónico que mira el mundo con humor y crudeza. La película se burla de las cuestiones polémicas del presente y muestra que los discursos socialdemócratas y neoliberales de la Europa actual, conjugando demagogia solidaria y codicia capitalista, son una gran impostura ideológica que encubre una realidad social apenas sostenible. Europa ya la ha disfrutado. A España llega en febrero, con increíble retraso. Cuando se estrene, el malestar nacional no tendrá cirujano que lo remedie.
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