[Julie Légère, Elsa
Whyte y Laura Pérez, El secreto de los
vampiros, Errata Naturae, trad.: Regina López Muñoz, 2022, págs. 76]
Hace
dos años, al filo de la pandemia, la Cinemateca francesa y el CaixaForum de
Madrid y Barcelona dieron a la luz una magnífica exposición dedicada a la
trascendencia en el imaginario popular del cine y la literatura de la figura
del vampiro, acompañada de un catálogo suntuoso escrito por algunos de los
grandes especialistas internacionales en el tema. Este nuevo libro nos permite
adentrarnos en los entresijos antropológicos y folclóricos de los vampiros, y
en su devenir histórico, creando un perfil global de la polifacética criatura.
Desde el “nukekubi” japonés, esa falsa mujer que cuando llega la noche separa
su cabeza del cuerpo y se dedica a morder a los vivos, hasta el africano
“adze”, un insecto succionador de hemoglobina, hasta el “jiangshi”, un vampiro
chino disfrazado de mandarín siniestro o dama cortesana ávida de cuerpos vivos, el “vurdalak” bosnio y
húngaro, el “strigoi” y el “nosferat” rumanos, la “tlahuelpuchi”, bruja y
vampira mexicana, o el “soucouyant”, anciana diurna y bola de fuego nocturna que se cuela en los hogares antillanos y contagia del mal a sus moradores, plurales son las máscaras carismáticas que adopta en todas las
culturas del mundo esta amenaza parasitaria que se cierne sobre los vivos para
robarles la esencia vital.
La leyenda negra del vampiro es milenaria, como demuestran figuras terribles como la legendaria Lilit del Génesis gnóstico y del poema “Eden Bower” de Rossetti, las serpentinas lamias y las empusas romanas, Vlad el Empalador, supuesto modelo de Drácula, y abarca toda la geografía terrestre, como hemos visto, con modalidades locales y regionales de enorme interés, como el travieso “vetāla” de los antiguos cuentos sánscritos, pero hasta la llegada del romanticismo con tonalidad gótica, contra el imperio de las luces, como señalan con acierto las autoras, no alcanzó las formas definidas que lo actualizarían y transformarían en un icono de las culturas modernas. Es aquí donde conviene pronunciar el sonoro nombre de Polidori y su célebre vampiro byroniano Lord Ruthven, primera encarnación de esta nueva variante del tipo ancestral, a comienzos del siglo XIX. A lo largo de este siglo de predominio de los valores burgueses, la metamorfosis del vampiro, título del poema de Baudelaire que celebra el poder demoníaco de una amante vampira, se convierte en uno de los capítulos más logrados por su riqueza temática y la variedad de personajes literarios o reales que lo encarnan. El vampiro se vuelve entonces una criatura subversiva y transgresora, en respuesta a las mutaciones de la época, mujer fatal o dandi peligroso, reniega del realismo estético, y se impone en la poesía maldita (Maldoror) o en las narrativas de género fantástico.
La Geraldine del poema
“Christabel” de Coleridge se anticipa setenta y dos años a la Carmilla de Sheridan Le
Fanu, dos vampiras adictas a la bioquímica erótica de las vírgenes adolescentes,
como lo era también la condesa sangrienta Erzsébet Bathory, pero ambas demuestran
que el vampirismo femenino, incitado por el deseo lésbico y destructor del
orden patriarcal y familiar, incorpora un signo (pos)feminista de relevancia
contemporánea. Mientras que la virilidad clásica del Drácula de Bram Stoker y
las interpretaciones cinematográficas de Max Schreck, Bela Lugosi, Christopher
Lee y Gary Oldman no deberían eclipsar la deriva posmoderna del Lestat homosexual
de Anne Rice, o el romanticismo adolescente
de la saga “Crepúsculo” de Stephenie Meyer. Los cazadores de vampiros
también son homenajeados en estas páginas y, muy en especial, la gran Buffy
Summers, la más poderosa y encantadora protectora de los humanos en su guerra
secular contra el poder de los parásitos de colmillos aguzados.
Este estupendo libro no es, sin embargo, una enciclopedia sobre los vampiros. Es un álbum fascinante y seductor como las criaturas que describe, un álbum diseñado con esmero para saciar con los ojos, una y otra vez, nuestra sed de sangre. Quiero decir, de tinta.
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