lunes, 13 de septiembre de 2021

AFINIDAD FATAL


 [Johann Wolfgang von Goethe, Las afinidades electivas, trad.: Manuel José González y Marisa Barreno, Cátedra, 2020, págs. 352] 

El contacto con los clásicos vivifica las relaciones con la literatura. El redescubrimiento de un clásico memorable como Las afinidades electivas (1809), de Goethe, abre de pronto un mundo nuevo ante los ojos de la mente y fuerza a releerlo en clave contemporánea.

El cincuentón Goethe, instalado en Weimar, deja de ser romántico y se hace clásico, se aburguesa y se hace conservador, amigo superficial de la norma y del orden. El antiguo romanticismo se vuelve interior, una combustión anímica que abrasa los sentidos, las emociones y la inteligencia. “Todo clásico es un romántico que se reprime, y a la inversa”, decía Rafael Cansinos-Assens, gran traductor y conocedor de la obra de Goethe, en la biografía que le consagró (Goethe: una biografía).

Goethe utilizaba los instrumentos de la ciencia (óptica, química, zoología, astronomía, botánica, geología) para refinar la razón con argumentos objetivos y pulir sus dotes cognitivas. Pero también, pese a su condición de diletante, empleaba sus observaciones y descubrimientos para refutar las teorías de científicos tan solventes como Newton, a quien en su Teoría de los colores (1810) pretendió negar e invalidar por su estrecha interpretación del fenómeno de la luz.

Goethe utilizaba igualmente las técnicas de la novela de ficción para corregir o refutar las tesis de los filósofos más reputados de su tiempo. En el caso de Las afinidades electivas, su novela más ambiciosa y lograda, el objeto dialéctico de discusión fue nada menos que la negación punto por punto de los Fundamentos de la metafísica de las costumbres (1785), de Immanuel Kant. Goethe aspiraba, en especial, a recusar su perspectiva sobre el matrimonio, las relaciones íntimas y el amor, y a colocar en su lugar una interpretación de la vida y la naturaleza humana que fuera una síntesis de la sabiduría clásica, enriquecida con elementos de vitalidad pagana, y la intuición y visión genuina del romanticismo.

A partir de aquí, la lectura de Las afinidades electivas se tiñe de ambigüedad y admite dos exégesis antagónicas, según se atienda al principio de causalidad o al de casualidad. En los planteamientos de este último, asistimos a una ecuación narrativa de cierta complejidad en la que participan el cuarteto kunderiano de protagonistas (Eduard, Charlotte, Ottilie, el Capitán) sometidos al rigor aleatorio de las atracciones sentimentales y afinidades fatales que ponen en peligro un orden de la realidad más formal o convencional. En los planteamientos del principio de causalidad, en cambio, todo lo que ocurre en la novela, desde los enredos y devaneos amorosos a los acontecimientos trágicos, pasando por las escenas de jugueteo rococó y libertino, participa de la necesidad de descomponer esa regulación convencional de las cosas para crear un nuevo orden o una nueva realidad.

En el fondo, Goethe reconoce la fuerza de los poderes oscuros que ejercen su influencia sobre la vida y las existencias individuales, en particular, y también asume los límites de las fuerzas racionales con que se trata de mantener a raya sus efectos más nefastos. Y duda, al tratar de representar una idea total de la condición humana, entre los impulsos demoníacos y los impulsos angelicales, creando un mito que no resuelve las contradicciones, pero las hace visibles. De ahí el coeficiente de perversa ingenuidad con que aborda escenas como la intensa noche de amor conyugal de Eduard y Charlotte, descrita como si fuera un crimen moral, o el nacimiento de una criatura condenada (Otto) que porta los estigmas somáticos de los amantes cómplices del complicado juego. Entre la ley y el caos, la novela se debate sin solución, como el cerebro y el corazón de su autor. 

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