Hay un momento irónico en la tercera temporada de
la gran serie Ozark, culminación de
sus planteamientos más críticos, cuando el hijo de los protagonistas, obligado
en la escuela a escribir una reflexión sobre la guerra contra las drogas,
recuerda cómo el sistema financiero fue sostenido por el dinero negro del
narcotráfico en la crisis de 2007. Se evitó así la catástrofe que hubiera
supuesto el colapso de la economía americana y, por ende, mundial. A este hecho
escandaloso se refiere también de Sutter en uno de los apartados de este
incisivo e inteligente ensayo, una tentativa de electroshock sobre el
anestesiado cerebro del presente.
Para llegar a esta era de la anestesia, como la
tilda de Sutter, este momento “narco” del capitalismo global, ha habido que
recorrer un largo periplo histórico, con secuelas insólitas y conclusiones
terribles: desde el descubrimiento y primera aplicación de la anestesia, con el
fin de suprimir el dolor de los pacientes que experimentaban su paso por el
quirófano como una tortura y un tormento, al uso abusivo del cloral para anular
la actividad de los enfermos de manías y depresiones, pasando por la adicción a
la morfina y luego la cocaína como calmantes del alma inquieta, o la aparición
de la píldora anticonceptiva, inhibidora libidinal.
En todas estas fases progresivas, en
efecto, la palabra excitación, con sus sinónimos el entusiasmo, la animación y
la exaltación como matices de estados desbordantes del ser, se impone como el
mal que es necesario reprimir y domesticar. Y las consecuencias de estas
políticas (anhedonia, pasividad, apatía, sumisión) funcionan como modos de controlar
la psique individual y la actividad insurgente de las masas, esa multitud cuyo
desenfreno dionisíaco pone en peligro el orden social. Esta historia sobre cómo el control de los
cuerpos por el poder (o biopolítica) se transformó en control del cerebro (o
psicopolítica) posee rasgos foucaultianos innegables, pero se expresa con la
originalidad intelectual y la elocuencia conceptista que representa de Sutter
en el panorama del pensamiento europeo contemporáneo.
En el desarrollo lógico de sus
argumentos, parágrafo a parágrafo, a la manera de un Wittgenstein de las implicaciones
farmacológicas del capitalismo de los dos últimos siglos y, por supuesto, de
las implicaciones políticas, sociales y económicas de la farmacología, de
Sutter establece conexiones asombrosas entre fenómenos disímiles. La conquista
de la noche, por ejemplo, como amenaza de la cultura proletaria más politizada
contra el orden diurno del trabajo y la producción, con el nacimiento de la
discoteca como apoteosis de la libertad y fraternidad de los cuerpos de las
clases populares, y el uso de la cocaína para exacerbar la diversión tanto como
la guerra, el trabajo a destajo como el insomnio, insensibilizando la vivencia corpórea
mientras potencia la acción neuronal.
Las secciones dedicadas a la píldora
anticonceptiva rebosan de paradojas, uno de los recursos retóricos más
efectivos del autor para evidenciar la complejidad del tema. Financiadas por
movimientos liberadores de la mujer, las investigaciones científicas en torno a
la cuestión de la infertilidad inducida con progesterona dieron lugar a fármacos
ambiguos utilizados por la medicina para impedir el poder reproductivo de las
mujeres en un período histórico donde el número de partos era excesivo para la
contabilidad demográfica y, de paso, para disminuir la demanda libidinal de las
mujeres. Así que la famosa píldora, instrumento de liberación de la mujer en
los discursos feministas al uso, fue también un potente inhibidor del deseo
femenino y no solo de su fecundidad. Esta es una de las numerosas sorpresas que
este informado ensayo revela a sus lectores atentos.
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