[Publicado en medio de Vocento el martes 16 de junio]
Anoche
soñé que volvía a Wuhan. Es el principio de la pandemia y tengo fiebre. Paseo
por las calles vacías en busca de una explicación y me encuentro con tres viejos
misteriosos que cubren sus bocas con mascarillas de tela. Yo entiendo el chino
de la región sin esfuerzo y los ancianos me hablan como a uno de los suyos. Los
sueños son caprichosos. Los tres clones de Lao Tse pasan de ochenta años y se
saben condenados por la historia. El primero me habla de murciélagos y
pangolines sin parar de reírse. Esto se esperaba desde hace tiempo, me dice el segundo.
La ONU lo anunció. Si no se hacía algo antes de 2020, el mundo se iba al
garete. Es un ensayo. Vendrán otros confinamientos y nos resignaremos a vivir
así. Nos ponen a prueba. Me mira a los ojos y me dice que estoy muy enfermo.
Reconoce los síntomas enseguida. Ha visto a mucha gente en ese estado. Lo
merecíamos, me dice el tercero. Esto tenía que cambiar de algún modo. No
podíamos seguir así. Hay que darle amor a la gente, no odio, como dice el
maestro Soros. La vida se hunde y nadie hace nada.
Escuchándolos
me sube la temperatura y empiezo a sudar. Me preocupo, pero no me resisto a
preguntar. He venido aquí en busca de la verdad. Quiero respuestas a todas las
preguntas. Se me acumulan en la lengua y los tres venerables me piden que me
relaje. Si me pongo melodramático será peor. Son demasiadas preguntas mal formuladas,
me dicen. La mayoría sin respuesta. Ellos lo saben bien, por eso ríen sin descanso.
Aprovechan la pausa para quitarse las mascarillas. Necesito una solución, antes
de que la epidemia se extienda. Un plan estratégico. Planteo las cuestiones del
momento. Por qué ha sucedido todo esto. Hubo otros virus antes y no pasó nada
igual. Por qué ahora. Cuál es el motivo.
Atravesamos
tiempos interesantes, me responden. Tiempos de grandes cambios. El virus es una
respuesta y una pregunta al mismo tiempo. Una respuesta al mal y la violencia que
propagamos. La situación era insostenible y lo sabíamos. El virus es la madre
de muchas otras preguntas. ¿Aprenderemos alguna vez? Más bien no. Es imposible.
Nada se repite y nunca somos los mismos, me dice el oráculo chino sin inmutarse.
Una interferencia molesta se cuela entonces en el sueño y no logro entender las
últimas reflexiones de los tres sabios taoístas. Escucho saliendo de sus bocas
la palabra mágica que encierra todas las preguntas y las respuestas, pero la
fiebre me impide memorizarla. Cuando desperté, la Nueva Normalidad todavía
estaba allí.
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