[Publicado ayer en medios de Vocento]
Esto es Zombilandia.
La televisión lo anuncia a todas horas y no nos enteramos. Estamos todos muertos.
Cambiamos de canal nerviosos cada vez que pretenden decirnos la verdad. Quién
quiere vivir con la verdad a cuestas. La verdad solo encubre la ausencia de verdad,
lo dicen la Biblia y Baudrillard. Así que nos consolamos con la verdad del otro.
Esa verdad es siempre una mentira. Una ficción que se confunde con la realidad
creando un mundo paralelo. Una dimensión alternativa. Somos rehenes de
gobiernos incompetentes que solo han sabido protegernos encarcelándonos en
casa. Y cuando toca la hora de salir un poco se nos imponen restricciones que
quitan las ganas de hacerlo. Basta de prórrogas. Es la vida lo que está en
juego. Economía o salud, decide tú.
Todos
quieren salvar la cara. Quedar bien ante la clientela y dar la imagen, sobre
todo, de que se hace lo que se puede hacer. Cuanto más mientes más convences. Lo
único bueno de la situación es preguntarnos en serio cómo hemos llegado a esto.
Un simple bicho no destruye tanto y con tanto ahínco ni en una película de terror
barato. A ver si este monstruo microscópico ha sido engendrado para causar el
máximo daño posible antes de que se descubra la cura milagrosa. A ver si es esto,
al final, lo que intentan ocultarnos. Huele a podrido, sí. La conspiranoia ya no
está de moda. No es necesaria. Hoy rige la transparencia, ejem. Los datos están
a la vista si sabemos mirar. La corrección política impera en todas partes. Los
periodistas se enfangan. La opinión discordante se fiscaliza con celo policial.
Es kafkiano. Cualquier crítica se considera ofensiva y la duda insulta. Qué
gran favor le hace la ultraderecha al poder. Así acalla bocas y tapa negligencias
y errores.
Y me
llama mi banco, qué sospechoso, para hacerme una encuesta y preguntarme si
estoy contento con sus servicios, cuando las economías occidentales se
tambalean al borde del agujero y la economía china despega como un cohete hacia
el cielo confuciano. Qué casualidad que ocurran tantas casualidades, como diría
Groucho Marx. El síndrome chino es eso también. Creer que cuando las economías
del euro y del dólar caigan en vertical, se hundan en la tierra y atraviesen el
núcleo, se encontrarán al otro lado, como si tal cosa, a la economía china
esperándolas con los brazos abiertos. Bienvenidas al nuevo orden mundial,
hermanas. Bienvenidas a la nueva normalidad global. Quién quiere consolarse con
la verdad cuando puede vivir en un cuento chino.
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