El mundo
está globalizado, quién lo desglobalizará. El desglobalizador que lo
desglobalice buen desglobalizador será. Madre mía, cuántos caracteres perdidos
en un trabalenguas idiota. No conviene alarmarse, como dicen los chinos. La
globalización está en cuarentena y no sabemos cuánto va a durar. Nos
acostumbramos a ver circular dinero, viajeros y mercancías de aquí para allá,
sin excesivas limitaciones, y llega este maldito virus y le pone freno a todo,
comenzando tristemente por la vida de muchos ciudadanos. La globalización no se
acaba, pero ahora un simple organismo mutado, surgido de las entrañas de un
país desigual, superpotencia económica con regiones y modos de vida
tercermundistas en su seno, la amenaza seriamente.
Viendo la
otra noche “Nekrassov”, la inteligente comedia de Sartre escenificada por el
Teatro de la Abadía, pensé mucho en Villarejo y sus turbios manejos de
espionaje y extorsión. Pensé, sí, en el poder del partido de la cloaca y las sucias
estrategias de sus servidores. Los ciudadanos no se inmutan. Asumen la
corrupción encogiéndose de hombros y entienden la cloaca como la piscina
infectada donde las élites se zambullen a pelo tarde o temprano. A unos analistas
les asusta la información secreta que revelará el sumario judicial; a otros, en
cambio, les inquieta la mala reputación bancaria en un momento de crisis estructural.
El sistema también muta incesante y solo lo percibimos cuando nos enfrentamos a
una pandemia letal, o a una sórdida conspiración mafiosa.
La
globalización fuerza a cada punto del globo a tomar nota de su pertenencia al
sistema y, al mismo tiempo, a singularizarse en el mapa mundial del turismo y
los negocios. Lo local compite a vida o muerte con lo global en un partido de
fútbol que elige el escenario del planeta como terreno de juego, creando
heridas de difícil cicatrización. El Brexit desgarra a Europa, Cataluña divide
a España, el campo se subleva contra la especulación que lo arruina, sí, y la nueva
Copa del Rey provoca orgasmos pueblerinos en los estadios del Reino, a costa de
su pegada en la pantalla global. Y entonces muere Cuerda, cerebro del terruño.
En el fondo, su película más popular desnuda con retranca la norma abstracta que
gobierna los destinos concretos del mundo. La indiferencia total. Cuando se
acepta el absurdo como natural, todo da igual. Amanecer eterno en el
ciberespacio globalizado. Eso tenemos. Y qué más da. Ahí os quedáis, maldijo
Kirk Douglas malhumorado antes de palmarla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario