miércoles, 14 de agosto de 2019

EL ÁRBOL DE LA VIDA (EPÍLOGO)



No ha escapado a algunos lectores sagaces que el título del post donde comentaba The Overstory (El clamor de los bosques, en su traducción española), la extraordinaria novela de Richard Powers, permitía una doble lectura, según se atendiera al genitivo objetivo o al subjetivo y a sus bifurcaciones semánticas. La vida es un árbol o el árbol es la vida, he ahí el dilema básico planteado en esta metáfora antigua y sus ramificaciones simbólicas. 
Quizá por ello la proximidad léxica en inglés entre tree y truth (propongo verdor y verdad como posible equivalencia española, añadiendo un guiño irónico a la profecía bíblica (Isaías 15:6): Todo verdor perecerá), fundamental para Powers en el discurso de la novela, sea la matriz del pensamiento expresado en el aforismo 371 (“Nosotros, los incomprensibles”) de La Gaya Ciencia de Nietzsche. Powers pudo o no tenerlo en cuenta al escribir la novela, no lo sé, pero esta se enriquece a posteriori con su aporte de fuerza, savia y sabiduría. Le da todo su sentido filosófico y vital, para entendernos.

Esto es lo que dice este aforismo capital (las negritas son mías):

¿Nos hemos quejado alguna vez de que no nos comprenden, de que nos ignoran, de que nos confunden con otros, de que nos calumnian, de que no nos escuchan o de que apenas lo hagan? Este es, precisamente, nuestro destino y lo seguirá siendo por mucho tiempo, hasta 1901 por lo menos, calculando con modestia; y eso es también nuestra distinción y nuestro orgullo; no nos valoraríamos bastante a nosotros mismos si deseáramos que fuese de otro modo. Nos confunden con otros y eso hace que crezcamos y en nuestro cambio perpetuo nos desprendemos de las cortezas viejas, estrenamos piel nueva cada primavera, no dejamos de ser cada vez más jóvenes, de más porvenir, más elevados y más fuertes, echamos raíces cada vez con más fuerza en lo profundo —en el Mal—, mientras a la vez abrazamos el cielo siempre con más amor y amplitud y absorbemos su luz, cada vez más sedientos, con todas nuestras ramas y todas nuestras hojas. Crecemos como los árboles —¡qué difícil es comprender esto, tan difícil como comprender la vida!—. Crecemos no sólo por un lado, sino por todas partes, no en una dirección sino en todas, por arriba y por abajo, por dentro y por fuera. Nuestra fuerza actúa a la vez en el tronco, en las ramas y en las raíces, no nos corresponde hacer algo por separado ni ser algo separado. Tal es nuestro destino; crecemos en altura, ¡y eso debería ser nefasto para nosotros, pues habitamos cada vez más cerca del rayo! Tanto mejor, no por eso lo vamos a honrar menos; es algo que no podemos compartir con otros ni comunicárselo: el destino de la altura, nuestro destino.

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