martes, 16 de julio de 2019

COSAS EXTRAÑAS



[Publicado hoy en medios de Vocento]

Un golpe de calor es un golpe de calor, y a veces un ataque de lucidez. Ves cosas entonces que no sospechabas y tu conciencia las reconoce ahora como ciertas. Cosas curiosas como los datos custodiados en los ordenadores de Bárcenas antes de que los martillazos de Thor los destruyeran. El golpe de calor inflama tus neuronas y te revela cosas extrañas. Información pura sobre el mundo global y sus conexiones infinitas, como los negocios lucrativos que ya se urden en Madrid al calor de los nuevos pactos comunitarios. Quién ha dicho que el calor vuelve tonta a la gente. Hace cincuenta años, Borges, un conservador inteligente, profetizó que en el futuro mereceríamos no tener gobiernos. Lo que no imaginaba el imaginativo escritor es que con el tiempo no mereceríamos los gobiernos que seguimos teniendo, por desgracia, ni los políticos que pretenden formarlos.
Tras las últimas elecciones, todo el sistema ha alterado su apariencia, como un milagro o una catástrofe, sin que nada cambie realmente. Y pasan cosas raras. Fenómenos anormales o paranormales y no son las anomalías nostálgicas de la serie Stranger Things. El escenario político es mucho más complicado. Es extraño lo que pasa entre Iglesias, un comunista de salón, y Sánchez, un socialista de sacristía. Es todo tan extraño que muchos podrían pensar que algo huele a quemado en la democracia española y no son los incendios forestales. Está en juego el retorno o no del bipartidismo y es a eso a lo que juegan todos en el tablero de ajedrez, cada uno con sus estrategias y recursos, obstaculizando los pactos y los gobiernos, volviendo ineficaz una estructura institucional que cuesta demasiado como para enredarla en caprichos sectarios. De eso trata, nada menos, el guión chapucero de esta comedia de situación que alimenta tertulias mediáticas y aburre a muerte a los veraneantes.
Cosas extrañas, cosas nunca vistas. Estamos acostumbrados a despachar los hechos más estrambóticos con un encogimiento de hombros o un signo de perplejidad que solo invitan a recuperar el sentido común y el valor antiguo. Así creemos conjurar los peligros de la novedad y el riesgo de caer en modas pasajeras. Antes de escandalizarnos con la criptomoneda de Zuckerberg, que ya tiene millones de clientes feudales a su servicio, pensemos si los gobiernos, los bancos y los estados no están complicando con sus leyes la vida de los ciudadanos del siglo XXI más de lo debido. No es impensable que, en un momento dado, a los tristes ahorradores les acabe tentando esa forma virtual de anarquismo capitalista liderada por los magnates tecnológicos hartos de sufrir la opresión fiscal y el control policial de su patrimonio y cuentas. Hay entusiastas del subversivo encanto del dinero cibernético que hablan ya, sin sonrojo, de “criptocomunismo”. Cosas más raras se han visto. Aquí y en Pekín.

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