[Publicado en medios de Vocento el martes 20 de noviembre]
Dejémonos
de trampas. Trump no es un demonio ni el espíritu maligno que denuncian sus
enemigos. Trump no es un enfermo tampoco, aunque luzca esa pinta de albino
desgreñado, sino el síntoma del malestar que corrompe la vida democrática. Por
eso los demócratas no saben cómo librarse del grotesco personaje y conjurar su
nefasta influencia. Trump es todo menos una casualidad histórica. Es alguien
que ha penetrado el misterio de la vida americana con mentalidad publicitaria
para venderle al pueblo lo que más echa en falta. Un simulacro de autenticidad.
La fractura americana es radical. Sus votantes representan esa facción del país
que profesa el cristianismo, el patriotismo, el racismo, el culto a la armas y
cree que el mundo exterior es hostil y asilvestrado. La facción liberal, que
votó a Obama por decencia y se negó a votar a Clinton por lo mismo, vive en
grandes ciudades, sostiene un credo multicultural, suscribe el ideario LGTBIQ+,
la nueva norma sexual, y piensa que el mundo es alegre y multicolor como sus
manifestaciones callejeras.
Entre
tramposos anda el juego político del momento. Como era previsible, al frente del
CIS el presidente Sánchez colocó a un propagandista de su causa. El pez gordo
electoral no se le puede escapar al equilibrista Sánchez y si hace falta, como
demuestran sus polémicos decretos y presupuestos, está dispuesto a pescar
tiburones con dinamita. Tezanos es un chef de múltiples recursos y sabe que el
gusto culinario actual recomienda las viandas poco hechas. Hasta ahora el CIS
ingería los datos crudos y la digestión estadística no le causaba acidez ni
vómitos. Al sondear la Andalucía bipolar regida por el chip de Susana Díaz,
Tezanos cambia el algoritmo engañoso, como es lógico. Aquí las encuestas sin
cocinar se atragantan y hay que recurrir al sartenazo y la freidora grasienta
para que el pescado fresco no sepa demasiado japonés al paladar regional.
Trump,
otro pescador ambicioso, ya ha cebado el anzuelo para revalidar su tremendo
mandato en 2020. Ha cedido la Cámara de Representantes a los demócratas para
compartir el desgaste y el descrédito. Trump es ese presidente performativo que
rellena el vacío mental de los electores con tuits majaderos y provocaciones
pueriles dando tiempo a la economía a que imponga su autoridad. Así los
adversarios quedan en evidencia como políticos de retórica pretenciosa y
valores inútiles. Cuando los votantes tengan que elegir al candidato demócrata
se quedarán en casa por hastío, pero los devotos de Trump, adictos a los
exabruptos del líder, irán en masa a votar como zombis al energúmeno que, si
alguien no lo remedia, acabará con la democracia americana, como pretende
Putin. Mientras la democracia siga girando en círculos viciosos sin remediar
los males endémicos que la aquejan, los orates, los tramposos y los falsarios
estarán al mando del negocio.
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