[Publicado en medios de Vocento el martes 6 de noviembre]
Pagar
y pagar. Es el único argumento de la obra. Quieres una casa. Pagas. Quieres un
coche. Pagas. Quieres circular por la ciudad. Pagas. Quieres aparcar. También pagas.
Al final pagas por todo. Es el nuevo paganismo legal del dinero. Cuanto más
pagas, más te dicen que tienes que pagar. Incluso pagas impuestos para que los
políticos hagan campaña electoral a tu costa volviendo infernal el tráfico con obras
interminables o innecesarias. Y tú, triste contribuyente, corres con todos los
gastos.
Hasta que
interviene en tu defensa el Tribunal Supremo. En buena hora los benéficos jueces
deciden acabar con las tasas abusivas y las cláusulas esotéricas de las
hipotecas. La sentencia polémica desata el terror en los hipermercados
financieros. Temblor en los bancos y nervios en las sucursales. Intensa
salivación, sin embargo, entre los clientes que sueñan con el sabroso botín. Suenan
las alarmas. Se disparan las llamadas y los contactos al más alto nivel. Esto
es una locura. No salen las cuentas. El sistema se hunde. Socorro. Estas
conversaciones histéricas no las grabó, por desgracia, el “Gran Hermano” Villarejo,
pero son fáciles de imaginar. El presidente Lesmes, obedeciendo a poderes
innombrables, se puso enseguida al frente de la operación “parada de máquinas”.
La maldita retroactividad se quedará en nada. Ya veréis. Y todos contentos.
Excepto los clientes que pagan religiosamente una hipoteca que no necesitan.
Con lo bien que se vive de alquiler. Esto de tener una casa en propiedad es la primera
religión española. La pasión inmobiliaria la injertó el franquismo en el gen
nacional para fomentar el negocio de la construcción y ningún gobierno
posterior se atrevió a combatirla con medidas democráticas. Las hipotecas se
venden como signo de bienestar y avance social cuando son solo un sofisticado engaño
financiero. Como las cloacas del Estado, todo el mundo las usa tapándose la
nariz.
Las
cloacas sirven a la razón estatal con prácticas deleznables. Ya se vio con los GAL
y ahora con el obsceno folletín de Villarejo. Algún valor tendría este truculento
personaje si fue siervo de tantos amos. El poder no funciona sin las cloacas,
así como las encuestas del CIS saben a carne cruda si no se cocinan. Y la vida pesa
poco sin hipotecas. Villarejo se creyó el pajarraco más listo de la jaula y se
ha reído hasta de su sombra. Y ahora esta, con gesto maquiavélico, se venga publicando
las cintas delatoras. El corrupto comisario presumía de manipular las
debilidades vulgares de los poderosos, como demostró en el banquete platónico
con la ministra Delgado. Una cosa es segura. Seguiremos pagando hipotecas hasta
la muerte, como si nos hicieran inmortales, y escuchando hasta la náusea las infames
grabaciones de Villarejo, como si nos hicieran más sabios. Quién dice que no
vivimos en el mejor de los mundos posibles.
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