[Publicado en medios de Vocento el martes 23 de octubre]
La
filosofía entiende de presupuestos. Quizá por eso sobrevive arrinconada por las
leyes educativas mientras la religión, esa ciencia superior, campea en los institutos
con una insolencia digna de otros tiempos. Antes de pelearse por el conocimiento
y la inteligencia de los escolares andaluces, habría que preguntarse si un país
no tiene mucho que perder dando privilegios a las ideas más atrasadas y
marginando el pensamiento libre y crítico. No hago filosofía barata, me remito
a las pruebas históricas.
Así las
cosas, hemos pasado de la discusión sobre la tesis fraudulenta al acuerdo sobre
los presupuestos “podemitas” con un mágico chasquido de dedos del doctor
Sánchez. Los presupuestos del tándem Sánchez-Iglesias son políticos, no
económicos. Es lógico que la oposición se cabree. Han perdido la palanca de la
propaganda y el voto y eso duele. Su pataleta europea no sirve de nada. Los polémicos
presupuestos son una apuesta arriesgada contra la banca del casino nacional. Un
programa publicitario diseñado para exhibirlo como cebo electoral. Es evidente
que el PP preferiría que los presupuestos se pactaran con los altos directivos
del IBEX 35, los dictadores de la economía española que revalorizan sus sueldos
como los futbolistas galácticos. Esta sería la forma definitiva de entregar la
democracia al plebiscito de los mercados y no al de las urnas, más
incontrolable. Entre tanto, nadie parece darse cuenta de cuál es la jugada
ganadora de Sánchez. Quemar la imagen de su contrincante Iglesias en misiones
imposibles de correveidile con “indepes” y “anticapis”. Como siga en ese plan,
los votantes de izquierda van a tener muy claro a quien colocar en el
chiringuito de la Moncloa.
Pregúntenle,
si no, a un niño andaluz de 7 años. A esa edad, aquí, se las saben todas. En
Andalucía, la comunidad número uno en esto, hay 11.500 niños y niñas con “altas
capacidades” intelectuales. En las tierras de Susana Díaz ahora todo es
posible, desde el genocidio de mentes geniales por falta de empleo e innovación
a la implantación anticipada de una utopía científica del siglo XXII. Diga lo
que diga el informe Pisa, un dislate estadístico, los niños y niñas andaluces,
a los 10 años, ya han aprendido a hacerse los tontos, el único medio de
prosperar en un mundo jurásico de listillos y trepas sin estudios. Por eso los
políticos hablan de cualquier cosa menos de educación pública. No tienen ni
idea de cómo mejorarla sin empeorar aún más la situación. Les entra pánico en
cuanto alguien menciona el tema. Se acuerdan de todo lo que no tuvieron tiempo
de aprender. Mejor callarse. La mala educación de siglos no se cura con medidas
mediocres. Y en Andalucía, como saben los niños y niñas con superpoderes
cognitivos, hasta la inteligencia artificial más avanzada entraría en bucle si
tuviera que decidir a quién votar en las próximas elecciones.
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