miércoles, 19 de septiembre de 2018

ANIMALES



[J. M. Coetzee, Siete cuentos morales, El Hilo de Ariadna/Random House, trad.: Elena Marengo, 2018, págs. 128]


   [Reseñando en 2005 su primera novela tras la concesión del premio Nobel, “Hombre lento”, escribí lo siguiente: Confieso que he sido refractario durante mucho tiempo a la literatura de Coetzee. Me parecía el típico escritor recomendado como modelo de seriedad por los suplementos culturales al uso y los escritores y críticos de gusto menos fiable. Finalmente, voces autorizadas, casi siempre extranjeras, me convencieron de la necesidad de leerlo. Aún recuerdo a Guy Scarpetta amonestándome amistosamente: “Usted debe leer «Desgracia»”. No podía decirle que no a uno de los grandes expertos en novela contemporánea y leí enseguida esa deslumbrante novela, una de las mejores de su autor y una de las obras maestras de la narrativa mundial de las últimas décadas, exploración alegórica de la experiencia traumática sudafricana. Y después «Esperando a los bárbaros», otra obra maestra, que hace palidecer a «El corazón de las tinieblas» de Conrad…El arte de la novela según Coetzee: estilo lacónico y elíptico, humor sardónico, un sentido tragicómico de la existencia despojado del aspecto religioso de toda tragedia y del aspecto vulgar de toda comedia, una determinación moral de llegar al fondo de todas las situaciones, por violentas, desagradables o equívocas que sean, y, finalmente, una firme inclinación por el dilema ético abordado al modo novelesco. En este sentido, acaso sea Coetzee el primer novelista de la historia fascinado con el bien, con la idea y la posibilidad del bien, con la problemática, no exenta de ambigüedad moral, derivada de ese compromiso decidido con el bien…]

Estamos viviendo una época muy interesante en este aspecto y este nuevo libro de Coetzee no hace sino contribuir a clarificar algunas de las cuestiones en juego, además de aportar, como siempre, una dosis de lucidez intelectual y sensibilidad anímica que también necesitamos para pensar con acierto. Si debemos redefinir nuestra idea del animal y nuestras relaciones con los animales es porque debemos también redefinir nuestra idea de lo humano y la cultura que le ha servido de respaldo durante milenios. No es solo un problema ecológico, científico, zoológico o ético, es mucho más que eso. Así como los humanos hemos reaprendido a comprender el papel de los sexos en el mundo social, o la importancia de la infancia, o la significación de las emociones y no solo del intelecto, como contribución a nuestra comprensión científica de la naturaleza necesitamos repensar la cuestión animal. Los humanos necesitamos repensar nuestros deberes hacia los seres con los que compartimos el mundo desde los orígenes de la vida.
Todas estas cuestiones y argumentos afloran en la mente del lector mientras lee este admirable libro de Coetzee donde reaparece uno de los personajes estelares de su literatura. La inefable Elizabeth Costello, representante inconformista y escandalosa del bien moral, que protagonizó la gran novela homónima de 2003 y que ha visto, desde entonces, cómo la cuestión animal se transformaba en motivo prioritario de las reflexiones políticas que se hacen sobre el tema con pertinencia y perspicacia crecientes. [A comienzos de este mismo año Errata Naturae publicaba un estupendo libro (Zoópolis, una revolución animalista, escrito a dúo por los filósofos canadienses Sue Donaldson y Will Kymlicka) dedicado a la cuestión de los derechos de los animales que no tiene desperdicio, suscribamos o no al pie de la letra todas sus tesis y planteamientos. Y el filósofo alemán Peter Sloterdijk aborda también en su nuevo libro (¿Qué sucedió en el siglo XX?; Siruela, 2018) la cuestión del maltrato y el exterminio animal realizado por los humanos.]
En el cuento final de la serie, “El matadero de cristal”, cuando afronta ya la presencia de la muerte con nobleza ejemplar, Costello convence a su hijo John de que revise los documentos que ha escrito en los últimos años. Entre estos textos existe uno dedicado al filósofo Heidegger y sus tribulaciones sexuales con Hannah Arendt, su incomprensión del animal y de la faceta animal que lo anima a copular con la joven estudiante judía sin entender del todo, como razona Costello, si siente que la superioridad del animal reside en vivir sin conciencia y la inferioridad del humano en no poder abandonar la racionalidad y abandonarse del todo a la experiencia del instinto, o viceversa. Es irónica esta asociación del cuestionamiento del pensamiento humanista de Heidegger, consumación de una idea limitada o ambigua de lo humano, y la evocación cruenta del holocausto animal realizado en factorías donde el criterio productivo y comercial trata a los animales como desechos.


Como se ve, este no es un simple libro de cuentos. Si presta atención a los signos, quizá el lector repare en que la única pieza que no tiene como protagonista a una anciana anónima (“El perro”, “Vanidad”) o a la vieja Costello (“Una mujer que envejece”, “La anciana y los gatos”, “Mentiras” y “El matadero de cristal”) es el titulado escuetamente “Una historia”. Y esta historia, desnuda de retórica y de ornamentos, es la historia de la desnudez radiante de una mujer adulta que está casada y tiene un amante al que visita con regularidad y con el que experimenta un placer pletórico y sensual que, sin embargo, no pone en riesgo su matrimonio ni su condición de madre feliz de una niña. Es un cuento de los que Costello está escribiendo en esa época crepuscular de su vida, como confiesa a sus hijos en “Una mujer que envejece” antes de contarles otra historia (in)moral sobre el hombre que usa los servicios de una joven prostituta para relajarse en la víspera de una importante entrevista de trabajo y acaba descubriendo que es secretaria en la empresa que lo contrata y, además, hija de uno de sus compañeros.
          Otro aspecto fundamental que envuelve la recepción de este libro es el rechazo a la idea anglosajona del mundo que el inglés globalizado está imponiendo como pensamiento único y que Coetzee ha denostado en innumerables entrevistas. Esta idea del autor, por si alguien dudaba de la sintonía entre ambos, queda refrendada por las palabras de Costello cuando recrimina a su hijo por esa manera de pensar que ve la vida “como una sucesión de problemas que el intelecto debe resolver”.
Como en novelas anteriores, Coetzee juega con el arte literario no ya con la madurez profesional, sino con la libertad inédita que confiere a todo creador el reconocimiento universal. Así, “Siete cuentos morales” funciona como secuela apenas disfrazada de “Elizabeth Costello”: una novela testamentaria sobre los últimos espasmos de vida de la protagonista, sus últimos actos de resistencia y sus valientes decisiones finales. Fragmentos narrativos donde la estética realista se somete a la ética más exigente.

1 comentario:

Ireneo dijo...

En efecto, Coetzee va siempre hasta el final, de modo implacable. Y como si hiciera una cosa muy sencilla... Es un espécimen de una raza en vías de desaparición. Está bien animar a su lectura. https://antiguoescriba.blogspot.com