[Yuval Noah Harari, Homo
Deus (Breve historia del mañana), Debate, trad.: Joandomènec Ros, 2016, págs.
490]
Gracias a
los ordenadores y la bioingeniería, la diferencia entre ficción y realidad se
difuminará, a medida que la gente remodele la realidad para que se ajuste a sus
ficciones favoritas.
En el
siglo XXI, la censura funciona avasallando a la gente con información
irrelevante.
-Y. N. Harari, Homo
Deus, págs. 203 y 430-
Ya en el capítulo final de “Sapiens”, el libro
anterior que convirtió a Harari en el divulgador de moda y referente global del
ensayismo contemporáneo de éxito, se postulaban muchas de las ideas que sustentan
esta nueva entrega de su ambiciosa historia de la humanidad.
Ahí, bajo el pretexto de comentar el final del
“Homo sapiens” como epílogo de su planteamiento narrativo, Harari apuntaba ya dos
conclusiones imbricadas, una mirando en el retrovisor de la historia milenaria y
otra pulsando la tecla de avance rápido para anticiparse al desenlace de la
película. La revolución cognitiva que hizo del homínido, por evolución natural,
un animal inteligente ha llegado a su consumación y ahora, como analiza hasta
sus últimas consecuencias en este instructivo libro, solo cabe pronosticar una
nueva revolución cognitiva que ya no ocurrirá por medios naturales sino
artificiales y que tendrá como gestoras a las nuevas tecnologías médicas, genéticas
e informáticas.
Era lógico que el mono kubrickiano que inició su
inestable andadura en la tierra áspera hace millones de años completara su
compleja aventura dando paso a una forma de vida superior generada por su
propio progreso técnico y cultural. La inapelable tesis de Harari, en este
sentido, es perfectamente consecuente y se sostiene de un libro a otro con
argumentos sólidos.
No es que se produzca un salto evolutivo imprevisto
o una catástrofe que altere el viejo programa humano. Vivimos en la era crítica
de agotamiento del humanismo (la visión excepcional de lo humano que dominó los
últimos siglos). Este estancamiento del ideario humanista, tal como lo
disecciona Harari, su incapacidad para generar un paradigma nuevo, una
renovación de sus principios y fines, coincide con el momento en que el mundo está
a punto de rendirse a la hegemonía de los productos más peligrosos de la
tecnología humana: la superinteligencia artificial, el diseño inteligente del mapa
genético y cuanta manifestación de supuesta inteligencia puedan los ordenadores
y sus aliados biológicos crear con el fin de gestionar el flujo infinito de información
(algoritmos y datos) que configura la realidad cada vez más a su imagen y
semejanza digital.
Sin adoptar un tono apocalíptico, muy al
contrario, Harari aborda capítulo tras capítulo tanto las claves de este
proceso en curso como las secuelas razonables, tratando en todo momento de
convencer a su lector de que, pese a toda la buena voluntad de los agentes de
la escena mundial, tras esta fase de transición nada de lo que dábamos por
conocido se parecerá ni remotamente a lo que fue en el pasado. De ese modo, la
política y el deporte, la educación y la medicina, las relaciones amorosas y
familiares, la democracia y la economía, el trabajo y el entretenimiento
masivo, irán acomodándose progresivamente a un nuevo mundo iluminado por las
luces halógenas de las inteligencias cibernéticas que controlarán sin descanso cualquier
mínimo aspecto de la vida o la actividad humanas. Y todo ello, en gran parte,
por satisfacer los deseos humanos de poder, felicidad e inmortalidad.
Los humanos mismos serán más longevos, gracias a
la innovación médica y la manipulación genética, pero también se volverán más
inteligentes, gracias a implantes neuronales y fármacos estimulantes, como
anunciara el filósofo Nick Bostrom, en quien Harari se basa sin citarlo
expresamente, con objeto de cumplir con las exigencias de un mundo capitalista tiranizado
por una idea funcional de la inteligencia impuesta por las máquinas.
El diagnóstico es terrible: el futuro será
gobernado por minorías sobrehumanas asociadas a computadoras superinteligentes
y la mayoría subalterna se resignará a vivir en la inutilidad más absoluta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario