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prosistas, tantos como letras del alfabeto español, se enfrentan al mayor
desafío creativo de sus vidas. Impedir que El Quijote se
convierta en letra muerta tras los exangües festejos del centenario de la Segunda parte (1615) y Miguel de Cervantes, su
autor eficiente, en una momia literaria en el mismo año del cuarto centenario
de su muerte (1616). Para reanimarlos de algún modo y sacarlos de su atonía de
siglos no dudarán en someterlos a una violenta terapia de choque. Este es el
deslumbrante resultado de tal empresa: El Quijote a través del espejo,
una obra sin precursores, a pesar de Borges y de Menard, y sin continuadores
posibles. Como sabía Shakespeare, como adivinó Carroll, tal vez…
Extracto
del prólogo
En principio, Cervantes es para mí una herencia
inconsciente. Todos contamos anécdotas personales sobre nuestra filiación
cervantina. La mía, desde la infancia, contiene a un abuelo manchego
(trasplantado a Madrid muy joven) que recitaba de memoria capítulos enteros del
Quijote como si fuera su Biblia regional. Con todo, cuando leí la novela
completa por primera vez, no estaba preparado para la conmoción mental que iba
a causarme. Sin exagerar, considero que esa lectura adolescente constituyó una
experiencia fundamental en mi vida (las relecturas posteriores, totales o
parciales, no hicieron sino confirmarme esa perturbadora impresión inicial).
Se nos olvida con facilidad, un hábito de la
“mala educación” recibida, que Cervantes es, además del cronista cómico de un
tiempo histórico extenuado, el primer escritor plenamente consciente de la
singularidad específica de las formas narrativas y que el Quijote
(especialmente su portentosa Segunda parte, de 1615) es el gran experimento
novelístico de la literatura universal, un sofisticado artefacto de ficción tan
innovador como la imprenta misma (artilugio del que este libro capital, por
cierto, supo extraer un inmenso beneficio creativo). Por traducirlo a la jerga
de moda: Cervantes, siendo un artista tecnológicamente al día, se comporta en
las dos partes del Quijote como el máximo DJ narrativo de su época, un hacker
de ideas, formatos y estilos y un remezclador genial de muestrarios literarios
descatalogados o sin inventariar todavía.
En este sentido, la herencia del Quijote es
antigua y caduca en no pocos aspectos desde la perspectiva de lo que se puede
escribir y, sobre todo, publicar en la actualidad, e inexplicable el entusiasmo
aparente de tantos escritores contemporáneos que asisten al centenario
cervantino y a la publicación de libros conmemorativos cuando en su literatura
no es posible detectar la menor influencia de Cervantes…