[Richard
Brautigan, El monstruo de Hawkline (Un
western gótico), Blackie Books, trad.: Damià Alou, 2014, págs. 192]
De acuerdo, de acuerdo, ya sé que Brautigan
no es Pynchon,
desde luego, aunque imagino con facilidad al cachondo novelista neoyorquino leyendo
las imaginativas novelas de su colega de Tacoma y partiéndose de risa con sus
metáforas ingenuas y sus juegos de escritura y su humor contagioso. Brautigan
es Brautigan y con eso bastó durante un tiempo. Hasta que el mundo se cansó de
él, o él del mundo, todo es posible, y Brautigan, el gran escritor de la
contracultura de los años sesenta y setenta, un fabulador cómico irresistible,
se encerró en una cabaña forestal para pegarse un tiro con el pistolón de Harry
el sucio en plena era Reagan y liberar
a su espíritu inconformista de toda grosera atadura terrenal y permitirle volar
a las nubes a las que pertenecía por destino y vocación. Las nubes, es decir,
conforme al precepto moderno de Rimbaud, la utopía de una vida verdadera que no es de este mundo.
Con esta novela paródica escrita entre 1972 y
1973 y publicada con éxito en 1974, Brautigan pretendía escribir un comentario
satírico sobre el agotamiento de la utopía inconformista de la contracultura (la
psicodelia, la vida salvaje, el amor libre, la comuna promiscua), la falacia capitalista
del sueño americano en el siglo XX y el horror de la pesadilla científica de cambiar
radicalmente la realidad en pro de una vida mejor.
Con el fin de contar la delirante historia de dos
vaqueros (Greer y Cameron) contratados por dos hermanas gemelas (Jane y Susan),
hijas de un científico ambicioso (el profesor Hawkline), para acabar con el
monstruo que las amedrenta en la siniestra mansión familiar de Oregón, nada
mejor que recurrir a las trazas de la novela popular (oeste, gótico, fantástico,
etc.) y aderezar el cóctel narrativo con ingeniosas dosis de surrealismo
situacional. De ese modo, el decorado del western sirve a Brautigan para
alegorizar la historia y la violencia de los orígenes nacionales, la escenografía
gótica para simbolizar los fantasmas ocultos del inconsciente americano y la
fantasía y la ciencia ficción para metaforizar los peligros generados por la
amenaza nuclear y la destrucción planetaria.
El monstruo terrorífico, creado por Hawkline en
el laboratorio durante uno de sus arriesgados experimentos, no es solo la
imagen deforme de la ciencia y la técnica a través de la cual América pretendería
realizarse como utopía del futuro sino la encarnación diabólica de la energía
que anima la realidad: “una luz que tenía el poder de obrar a su voluntad sobre
la mente y la materia, y de cambiar la mismísima naturaleza de la realidad al
capricho de su mente revoltosa”. Como en “La tempestad” de Shakespeare, o en su
adaptación cinematográfica al marco de la ficción científica (“Planeta
prohibido”), el monstruo espectral de Brautigan es un subproducto aberrante de
las manipulaciones irresponsables del poder tecnológico y los deseos latentes de
una cultura enferma.
El pastiche de western de la novela queda tan
lejos de su amigo Tom McGuane, uno de los miembros de la pandilla de Montana a
quienes dedica el libro, o del más serio practicante posmoderno del género,
Cormac McCarthy, como de los estereotipos clásicos del cine de vaqueros. Y se
emparentaría, más bien, con la literatura libertaria de Thomas Berger y Tom
Robbins y las parodias fílmicas de Arthur Penn (“Pequeño, gran hombre”, basada
en Berger, o “Missouri Breaks”, basada en un guion de McGuane) y Robert Altman
(“Los vividores”, “Buffalo Bll y los indios”). La dimensión fantasmagórica de
la novela, en cambio, se alinea con las inquisiciones románticas de “Frankenstein”
(Mary
Shelley), las ironías positivistas de “El castillo de los Cárpatos” (Jules
Verne) y la sátira patafísica del “Doctor Faustroll” (Alfred Jarry).
Como en “Grupo salvaje”, la nihilista obra maestra de Sam
Peckinpah, otro miembro notorio de la banda de Montana, la pulsión de
muerte y el deseo de aniquilación de la contracultura americana de fines de los sesenta y comienzos de los setenta adoptan los disfraces y las maneras del western como imagen truculenta de
la entropía en curso inexorable. Agotada la energía, extenuado el cuerpo, solo queda autodestruirse. Brautigan
tardaría aún una década en cumplir su promesa mortal.
1 comentario:
Quién ahora nos habla es el doctor Griñós:
"Mire... le voy a ser sincero, a mí no me han quedado más cáscaras que tragármela por motivos estrictamente forenses, a raíz de conocer a Aurora y encargarme de su tratamiento, y me ha parecido una castaña pilonga. Claro que... yo ya soy viejo, un carroza como aquel que dicen, y a mí los que de verdad me van son Bukowsky, Hunter S. Thompson, Brautigan y todos esos... gorrinotes, toscos... ya ve... ¡cosas de los años!. Pero no vaya a preocuparse ¡eeh! porque ‹‹Cumbres Borrascosas›› le parezca a usted bien; a nuestro amigo Eduardo parece que también le gustaba lo suyo el dramón de marras, y no le vino nada mal, al mostrenco, ostentar esa impúdica desviación estética. ¡Qué va! le vino de perilla. Le resultó que ni pintiparada, al tío, para conseguir ligarse a ...".
(De la novela de julian bluff "La atracción del vacío")
Pero, según me cuenta este personaje, el médico... -como bien sabe, Ferré, no son pocas las veces en las que los personajes se dirigen a sus creadores como si tratara de un amigo, o por lo menos de un conocido, para, sin que venga demasiado a cuento, soltarles una opinión cualquiera; y, si no, que le pregunten a Mary Shelley, o a su espíritu, que tanto da- ...con el "Monstruo de Hawkline", además de pasar todas esas cosas que usted dice, se follaba a saco. Lo que si me atrevo a significar aquí es por el empecinamiento del susodicho. Obviamente ¡Ay de estos psiquiatras! ¡Cuanto más viejos más pellejos!
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