[Adam
Thirlwell, La novela múltiple,
Anagrama, trad.: Aleix Montoto, 2014, págs. 470]
Y aquí
mi héroe fue Roland Barthes, a quien tanto disgustaban las novelas.
Para escribir
una verdadera novela, el novelista debe adoptar la perspectiva del infinito.
-A. Thirlwell-
La historia de la literatura no existe. Tampoco
la geografía, que nadie se sobresalte. La historia de la literatura no puede escribirse, por tanto,
tomando en consideración siglos o naciones, períodos o identidades regionales.
La historia de la literatura solo podría escribirse, como hace Adam Thirlwell
en este magnífico ensayo, a la manera excéntrica del “Tristram Shandy” de
Sterne, dando saltos adelante y atrás en el tablero, sin respetar la cronología
lineal ni los movimientos euclidianos en la cartografía planetaria, en busca de
los autores que han definido sus características con más libertad e inventiva.
En este sentido, la literatura solo puede ser
mundial, si por tal entendemos una literatura escrita en cualquier lengua del
mundo para ser leída por lo que Thirlwell llama “el lector internacional”, uno
de sus grandes hallazgos categoriales, que no es el lector que conoce todas las lenguas y
dialectos con que los seres humanos se comunican o expresan sino el que acepta
la traducción como medio de multiplicación de los libros y, sobre todo, las
novelas.
De todas las formas literarias, el ensayo de
Thirlwell apuesta por el increíble poder de metamorfosis de la novela por
considerarla, en una línea afín a Kundera, la más adecuada a la experiencia
humana en toda su complejidad e incertidumbre: “Toda nueva novela supone
asimismo el descubrimiento de un contenido nuevo. Si no es así, no puede
suponer un descubrimiento a nivel formal. Y, mientras sea fiel a eso tan cómico
llamado vida real, toda nueva novela supondrá asimismo el descubrimiento de
nuevas versiones de lo cómico”.
Los protagonistas de este inteligente tratado literario
no pueden ser otros entonces que los grandes jugadores del género: Rabelais, Cervantes,
Sterne, Diderot, Flaubert, Machado de Assis, Joyce, Kafka, Gombrowicz, Gadda,
Nabokov, Hrabal, Macedonio Fernández. Thirlwell plantea desde el principio un proyecto
consistente en escribir una novela de novelas donde las historias de los escritores
y obras incluidos construyan una máquina narrativa extravagante sobre las
estrategias y formas con que la novela, como los organismos en la evolución de
la vida, se ha ido expandiendo y multiplicando al infinito a lo largo del
tiempo.
Como siempre, en un libro tan extenso y rico,
uno puede practicar una lectura fetichista y quedarse con secciones que
suscitan especiales resonancias en la sensibilidad o el gusto de cada cual. Yo
reconozco que los capítulos consagrados a Sterne y a Gadda están entre mis
favoritos absolutos. El primero adopta la técnica excepcional de asumir la
singularidad artística del objeto de estudio (“Tristram Shandy”) como método creativo
de abordarlo. El segundo es una de los más lúcidos intentos recientes de
interpretar la originalidad filosófica de la obra de Gadda.
Pero si hay una historia conmovedora (digna de
Nabokov) en el corazón delator de este libro repleto de historias y anécdotas
del destino es la de Ms. Herbert, la institutriz inglesa que colaboró con
Flaubert en la primera traducción al inglés de “Madame Bovary”, perdida para
siempre en una maleta durante un viaje de vuelta a Londres a causa de los
delicados problemas sentimentales entre ambos personajes. Si este no es un tema
paradigmático para una novela que venga el novelista Thirlwell (autor de las
excepcionales “Política” y “La huida”) y me lo diga a la cara sin complejos de
clase intelectual oxoniense.
No obstante, el designio final de Thirlwell
apunta hacia las posibilidades para un novelista contemporáneo de mantenerse al
nivel de los grandes maestros de un género en perpetua renovación. Y este es, como
diría el "lector internacional" con el que se identifica Thirlwell y todos los
que suscribimos sus audaces tesis, el verdadero meollo del asunto. Qué novelas escribir
(o cómo escribirlas) cuando se es plenamente consciente de que la literatura o
es mundial o no vale nada de nada.
Postdata:
Una sola pega irónica pondría a la traducción de este libro escrito en defensa
de la traducción como instrumento de multiplicación creativa de las novelas,
¿por qué el traductor Montoto se empeña con sospechosa perseverancia en citar
todos los libros, incluidos los extranjeros (brasileños, húngaros, italianos,
polacos, etc.), solo en su versión inglesa, privando al lector español de una
bibliografía en su lengua de las obras citadas?...
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