[Donald Barthelme, Las
enseñanzas de Don B., Automática Editorial, trad.: Enrique Maldonado Roldán,
2013, págs. 288]
Donald Barthelme (1931-1989) es un autor
fundamental de la narrativa norteamericana del siglo veinte, uno de los nombres
primordiales de la narrativa breve en cualquier lengua, con siete libros de
relatos que lo convierten en uno de los grandes renovadores históricos del
género. Y, además, un novelista innovador, con cuatro novelas extraordinarias:
desde la original Snow White (1967), traslación del célebre
cuento de hadas a la turbulenta América contracultural, hasta El rey (1990), reescritura cómica del
mito artúrico destinada a una sensibilidad formada en la lectura de novelistas imaginativos
como Italo Calvino o Raymond Queneau más que en los estilemas de la novela histórica o fantástica al uso,
pasando por El padre muerto (1975),
comentario cáustico a la desautorización patriarcal en curso con un impagable
“Manual para hijos” huérfanos convertido en un texto autónomo con el paso de
los años, y Paraíso (1986), una
penetrante ficción sobre el fin del contrato sexual entre hombres y mujeres y
las nuevas relaciones entre los sexos en una situación vital tan excitante como
carente de reglas.
Esta espléndida antología de relatos combina una
amplia selección de lo que Thomas Pynchon, adicto a los efectos cerebrales de esta
asombrosa droga literaria, denominaba “Barthelmismo”: ficciones excéntricas,
sátiras inteligentes, fragmentación narrativa, delirios verbales, bromas
hilarantes, grotescos retratos de la vida cotidiana, malicia sexual, metáforas
expandidas, sarcasmos culturales, ácidas
glosas políticas, etc. Sus componentes se extraen de tres fuentes principales.
Una póstuma colección de textos raros o inéditos (de cuya edición americana
toma el título) y, sobre todo, las dos grandes recopilaciones que
Barthelme concibió en vida para preservar del olvido o del descrédito sus
mejores relatos (Sixty Stories, 1981,
y Forty Stories, 1987). Las
diferencias entre los textos expresan la evolución creativa de Barthelme hacia
formas lingüísticas más legibles y formatos de ficción más pura. Todo lo que parecería
perderse de experimentación, riesgo y dificultad en unos se ganaría en placer
de lectura, desenvoltura formal y vuelo imaginativo en los otros. Esta
instancia, en particular, la de la imaginación filtrada o infiltrada por los
estímulos seductores y nocivos a un tiempo de la sociedad de consumo, quizá
sea, junto con el desbordante humor y la corrosiva ironía, uno de los
ingredientes más atractivos de Barthelme, un bromista genial al estilo de S. J.
Perelman, su precursor en el New Yorker, o de Cabrera Infante, su contemporáneo
de lengua bífida e ingenio igualmente versátil.
En el fondo Barthelme, como buen postmoderno,
planteaba desde la ficción no solo críticas inventivas e ingeniosas, exentas de
moralismo, a la sociedad postmoderna, replicando con procedimientos narrativos
intachables sus atributos y vicios más notorios, sino también una redefinición
pletórica del papel y el sentido de la práctica literaria en un contexto
sociocultural saturado por formas masivas de ficción como el cine, la
televisión, la música popular, la política o la publicidad omnipresente. En
este sentido, para el lector español ahíto de los exiguos placeres del
minimalismo carveriano y sus incontables imitadores de medio pelo, la aportación
cultural y estética de la narrativa de Barthelme es ahora, paradójicamente,
mucho más significativa que hace unas décadas.
La cuestión esencial radicaría, por tanto, en que
los modos de ficción practicados por Barthelme son ahora más que nunca una
experiencia formativa imprescindible para cualquier escritor inteligente del
siglo veintiuno que se plantee seriamente su posición problemática en el mundo
contemporáneo sin atenerse a los dictados del mercado o la moda ni perder el
sentido del humor. Sobre todo porque el centenar largo de relatos escritos por
Barthelme en toda su carrera (y no solo los incluidos en esta antología) ilustra a la perfección esta humorada intemporal de
Mark Twain: “Cuando recordamos que estamos todos locos, los misterios desaparecen
y la vida queda explicada”.
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