Algunos
buenos lectores me han preguntado por qué no incluí ninguna referencia en
mi post anterior (Muerte
y resurrección de la novela) a la magna historia novelística de Steven
Moore (The Novel: An Alternative History,
de la que solo se han publicado hasta ahora los dos primeros volúmenes: el
primero (en 2010) abarca desde los comienzos de la narrativa hasta el
siglo XVI y el segundo, recién publicado, los siglos XVII y XVIII). A pesar de
su inteligencia y ambición, me parece más una obra historiográfica que teórica, un censo analítico y cronológico más que un tratado o una interpretación conceptual. De todos modos, es sin duda
la perspectiva más exhaustiva y sorprendente sobre las posibilidades de un
género en constante mutación desde sus inicios. Basta con leer las brillantes páginas que
dedica Moore en el primer volumen de la summa al Momus de Leon Battista Alberti, esa sátira humanista de una causticidad y un pesimismo insuperables, o a esa especie de
Finnegan´s Wake veneciano del siglo
XV que es la Hypnerotomachia Poliphili,
de Francesco Colonna, para comprender la originalidad estética y la riqueza histórica
de la novela que otros intérpretes tratan de minimizar o estrechar. Reviso en este post las ideas, estrecheces y limitaciones de la teoría de Thomas Pavel sobre la novela.
Coincidiendo con la salida de la tercera
entrega sobre la novela de Milan Kundera (El
telón) se publicó en 2005 este interesante libro de Thomas Pavel (Representar
la existencia: el pensamiento de la novela, trad.: David Roas, Editorial
Crítica, 2005) cuya edición original (La
pensée du roman, Gallimard, 2003), escrita por el rumano Pavel directamente
en francés, fue la que leí en el momento de su aparición, y no esta traducción
española.
El punto de vista de ambas obras difiere
tanto como se puede imaginar a partir de las posiciones respectivas de Kundera
y Pavel: uno, un novelista de prestigio y talento incuestionable, y el otro, un
reconocido profesor de Princeton y teórico de talla internacional, situado en
la avanzadilla de la renovación de la teoría literaria de las dos últimas
décadas desde la publicación de “Universos de la ficción”, su innovador estudio
sobre los mecanismos singulares de la ficción literaria en su diálogo artístico
con el mundo.
En esta obra capital, Pavel da un paso
más en la dirección apuntada y concreta todos sus hallazgos anteriores en el
género novelístico, modo privilegiado de la ficción de cuya historia y
variantes culturales da cuenta con erudición y solvencia. A pesar de no
compartir la integridad de sus juicios y argumentos, considero este riguroso tratado
una aportación fundamental y, sobre todo, una significativa vuelta de tuerca a
todo lo que se nos había dicho hasta ahora sobre el género. Y es que Pavel ha
hecho sus deberes académicos y maneja a la perfección las teorías de maestros
como Lukács, Auerbach, Bajtin, Watt o Moretti, que se habían ocupado de la
narrativa desde perspectivas también reveladoras si bien restringidas a
aspectos parciales o ideológicamente condicionados.
Desde el principio, Pavel establece la tesis
que va a guiar su investigación histórica del género: “el logro de una obra
narrativa proviene de la convergencia del universo ficticio escenificado con los
procedimientos formales que lo evocan”. Hasta aquí, sólo estaría repitiendo lo
expuesto en la obra citada. El avance decisivo sobre su posición previa lo
consigue cuando formula una aproximación a la novela tan alejada de las trampas
del formalismo a ultranza como del sociologismo empobrecedor: “Para captar y
apreciar el sentido de una novela, no basta con considerar la técnica literaria
utilizada por su autor; el interés de cada obra proviene de que propone…una «hipótesis
sustancial» sobre la naturaleza y la organización del mundo humano”.
A pesar de que esta reflexión impecable es
puesta a prueba remontándose hasta los primeros balbuceos del género (la novela
helenística o bizantina y la grecorromana) y devolviendo su prestigio a
episodios marginales de la narrativa occidental como la novela francesa del
diecisiete, no cabe duda de que los pilares del género para Pavel siguen
encontrándose, contradictoriamente, en el “Quijote” y en las grandes novelas
del diecinueve. Este lugar común, la supuesta superioridad del género
decimonónico sobre otras líneas narrativas más heterodoxas, es el gran pecado
intelectual del exhaustivo inventario de Pavel y lo conduce erróneamente a
considerar la modernidad y postmodernidad novelescas con suspicaz distancia
crítica. Esta postura más que cuestionable por su conservadurismo estético
cristaliza en una de las tesis menos felices del libro, enunciada con la
intención de desacreditar una obra fundacional de tanta envergadura y peso artístico
como la de Rabelais: “un papel mucho más importante en la historia de los
géneros narrativos en prosa ha sido cumplido por las obras que, despojándose de
la vocación cómica, enfocaron la imperfección de la vida humana con la seriedad
deliberada que se reserva de ordinario a la representación de objetos dignos de
admiración”.
Es posible no estar de acuerdo con Pavel cuando
aborda obras individuales y les atribuye una u otra relevancia en la historia y
evolución del género. Pero es imposible no compartir la lúcida perspectiva del
conjunto cuando Pavel califica la novela como “el primer género que alcanza a
concebir el mundo en tanto unidad que trasciende la multiplicidad de las
comunidades humanas”.
No obstante, al concluir el libro, el
lector adicto sentirá el “mono” de releer a Kundera. El espíritu de la novela
se expresa en él con igual inteligencia, pero con mayor ironía y desenfado. Y,
sobre todo, con el humor del novelista practicante: “el rayo divino que
descubre el mundo en su ambigüedad moral y al hombre en su profunda
incompetencia para juzgar a los demás…la embriaguez de la relatividad de las
cosas humanas; el extraño placer que proviene de la certeza de que no hay
certeza”.