jueves, 23 de febrero de 2012

TODAS LAS PANTALLAS DEL MUNDO


La exposición Pantalla Global en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona me sirve de pretexto para relanzar este post de 2009 (cuya primera versión puede leerse aquí). Que un libro teórico como este haya acabado convirtiéndose en exposición multimedia no deja de ser relevante como fenómeno cultural, añadiendo un nuevo bucle mediático a lo enunciado en sus páginas.


“La era hipermoderna ha transformado en profundidad la relevancia, el sentido, la superficie social y económica de la cultura. Ésta no puede ya ser considerada como una superestructura de signos, como el aroma y la decoración del mundo real: se ha convertido en un mundo, una cultura-mundo, la del tecnocapitalismo planetario, las industrias culturales, el consumismo total, los medios y las redes digitales. A través de la proliferación de los productos, las imágenes y la información, ha nacido una especie de hipercultura universal, la cual, trascendiendo las fronteras y borrando las antiguas dicotomías (economía/imaginario, real/virtual, producción/representación, marca/arte, cultura comercial/alta cultura), reconfigura el mundo en que vivimos y la civilización que viene”.
Gilles Lipovetsky y Jean Serroy, La Culture-monde. Réponse à une société désorientée (Odile Jacob, París, 2008 (la traducción es mía); su edición española en Anagrama, La cultura mundo, de 2010, fue reseñada aquí).
Ser expertos en medios de comunicación, esto recomendaba Susan Sontag hace años a los artistas y, en especial, a los escritores. Esta recomendación cabría extenderla hoy a todos los ciudadanos de las sociedades democráticas más desarrolladas. Parecería inadecuado vivir en un siglo tan mediático como éste y desconocer no ya el funcionamiento sino las secuelas de ese dominio determinante: “Con la era de la pantalla global, lo que está en proceso es una tremenda mutación cultural que afecta a crecientes aspectos de la creación e incluso de la propia existencia”, apuntan el sociólogo Gilles Lipovetsky y el crítico Jean Serroy en este espléndido estudio sobre el régimen contemporáneo de lo visual (La pantalla global. Cultura mediática y cine en la era hipermoderna, Anagrama, 2009; reeditado en 2011, con nuevo prefacio, L´écran global. Du cinéma au Smartphone).
La alianza intelectual de estos acreditados autores redunda en beneficio, precisamente, de dos de las cualidades más destacadas del mismo: una abundante y actualizada información sobre el estado presente de las imágenes y una intelección perspicaz de los contextos y los procesos sociales, estéticos, tecnológicos y culturales que han conducido a una situación en el que el cine, más que un arte o una forma de entretenimiento y evasión, se ha constituido en un modo de configuración de la realidad: “Lo que nos pone delante el cine no es sólo otro mundo, el mundo de los sueños y la irrealidad, sino nuestro propio mundo, que se ha vuelto una mezcla de realidad e imagen-cine, una realidad extracinematográfica vertida en el molde del imaginario cinematográfico”.
El desarrollo ideológico del libro surge así de una constatación inapelable: el cine clásico o el moderno no tienen ya nada que decirnos sobre una era que se ha vuelto hipermoderna (no deja de ser irónico que “la era de la saturación, de la demasía, de lo superlativo en todo” corresponda a una época como la nuestra determinada por “la tecnociencia, el mercado, la democracia, el individuo”). En su lugar, desde los setenta y ochenta, aparece el hipercine, es decir, un modelo de narración espectacular en sintonía con la aceleración tecnológica, el exceso informativo y la hipertrofia de emociones y sensaciones, la complejidad vital y la agudizada conciencia del individuo en la sociedad del hiperconsumo. Las sugestivas tesis de La pantalla global logran iluminar al sesgo un mundo donde el cine, más que un arte o una forma de entretenimiento y evasión, se ha constituido en modo de configuración de la realidad (“en los tiempos hipermodernos, la vida acaba por imitar al cine”).
El cine es ahora mundial, según los autores, porque “construye una percepción del mundo”: “hoy más que nunca, el cine observa y expresa, según la perspectiva que le es propia, la marcha del mundo”. Pero si “el mundo del siglo XXI es más cinematográfico que nunca” se debería a que ese mundo hipermoderno conoce una nueva cartografía de las relaciones, los acontecimientos, las experiencias, las modas y los intercambios que el aparato cinematográfico, por su avanzada tecnología y sus medios de producción cada vez más internacionalizados, está en mejores condiciones que ningún otro arte para mostrar en sincronía con su irrupción en la realidad. En este sentido, dados los nuevos hábitos de consumo globalizado, un blockbuster de Hollywood como Inception, Sucker Punch, X-Men: Nueva Generación o Misión imposible 4 puede encerrar tanta verdad y tanta mentira sobre el presente como una película china, mejicana o tailandesa financiada con capital francés, americano, belga o japonés.
Pero el cine no está solo, ni es ya el medio dominante. Sus rivales más poderosos serían la televisión, como difusora de la publicidad y productora de series innovadoras de éxito como Los Soprano, Mad Men, Breaking Bad, The Wire, Perdidos o Juego de tronos y programas de telerrealidad; y, sobre todo, los videojuegos, con su manejo de espacios de ficción cada vez más complejos y atractivos donde el jugador se sumerge como personaje y no sólo como espectador. Y es que vivimos en un período cultural donde la necesidad de historias consumidas de manera pasiva está siendo superada por experiencias intensas de interacción y participación.
Así mismo, los modos de vida están mutando en profundidad. Cada individuo se vuelve protagonista hiperactivo de su experiencia y la de otros al grabar con cámaras de variable resolución momentos íntimos o episodios cotidianos que se incorporan después a la percepción colectiva a través de canales cada vez más universalizados como Internet. De modo que el hipercine, en opinión de estos autores, pasaría a ser también esta renovada dimensión mediática en que ingresarían las vidas individuales como consecuencia del narcisismo, el exhibicionismo o el voyeurismo generalizados y la expansión de la alta tecnología de (re)producción de imágenes. Partiendo, además, de la idea de que en la era hipermoderna “la relación con el mundo es crecientemente estética”.
En suma: la proliferación de pantallas a medida que avance el siglo será tan asombrosa y multiforme como su contenido audiovisual. Guste o no a ciertos gurús de la opinión tradicional, lo que está cada vez más claro es que la realidad futura, virtual o no, será como el cine del futuro. La predicción final de Lipovetsky y Serroy nos condena, sin embargo, a la incertidumbre sobre el género cinematográfico al que se adscribirá esa realidad inconcebible: “se acabó la película de catástrofes, se acabó el happy end”.

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