H. P. Lovecraft y Cormac McCarthy nacieron en Providence (Rhode Island), John Hawkes solo murió allí tras ejercer muchos años en la Universidad de Brown como maestro de toda una nueva generación de escritores (Rick Moody, Jeff Eugenides, etc.).
[John Hawkes, Travesti, Meettok, Donostia, trad.: Jon Bilbao, págs. 140]
¿Cabe imaginar una mejor definición de lo que es
una novela? “La armonía entre el diseño y el caos”, como dice el narrador de
esta ficción enigmática y fascinante con la que John Hawkes (1925-1998), uno de
los escritores norteamericanos más inventivos de la segunda mitad del siglo
veinte y un genuino artista de la prosa narrativa (obras maestras como El caníbal, recién editada por Libros
del Silencio, Virginie, The Passion Artist o Un brote de lima, acreditan su incomparable
talento), daba por concluida en 1976 una serie novelesca titulada la “Tríada
del Sexo”. Sin embargo, más que una consumación de las dos novelas anteriores (Naranjas de sangre y Death, Sleep & the Traveler), esta
pieza terminal representaba, según Hawkes, un comentario a su entera “vida de
escritor”. Para Hawkes, en el arte como en el erotismo, la dialéctica del orden
y el caos, el choque entre la geometría formal y la informe pulsión del deseo, el
diseño estético y la materia bruta de la existencia, constituyen un poderoso
detonante narrativo. De ahí quizá la dimensión de travestismo paródico que
desde el título propone al lector que ingresa en este sinuoso laberinto verbal
con la misma inocencia con que los personajes entraron, en un momento anterior
al comienzo, en el coche que los conduce a una muerte inexorable y cruel.
Así es. Un coche cruza a toda velocidad la
noche, atravesando una carretera comarcal plagada de obstáculos que constituyen
otras tantas tentaciones de apartarse del trayecto elegido. Al volante, desde
la primera línea, un narrador convencido de la importancia de su cometido,
dispuesto a entablar un diálogo mental con los otros dos ocupantes: Chantal, su
hija veinteañera, y el poeta Henri, un intruso masculino en el coche y en la
familia, amante de Chantal y de su madre Honorine y rival sexual del conductor psicópata.
La engañosa trama narrativa, digna de un giallo
italiano o del Chabrol de los setenta, recorre hasta el límite una calculada línea
de fuga que conduce a un choque frontal sin supervivientes. Entre tanto, el
lector asiste a la brillante escenificación del monólogo obsesivo del conductor,
exponiendo los (posibles) motivos del crimen en curso y discutiendo las
objeciones o reacciones de los pasajeros, o su papel en el enredo sexual que
sirve de pretexto a la tragedia. El narrador ha planeado al detalle la obra de
arte espontánea que acabará con la vida de sus acompañantes con el fin de que
su adúltera esposa, destinataria de ese “apocalipsis privado”, lo interprete
después, según sus preferencias, como venganza o simple consumación de sus
perversas relaciones. En cualquier caso, para el artista al volante la completa
gratuidad del acto es la condición primordial para que tenga algún sentido. Su
completa criminalidad también.
¿Hasta dónde estaría dispuesto a llegar un
escritor con tal de dar realidad artística a su visión de la vida y a los
deseos o fantasías asociados a ella? Esta parecería ser la pregunta esencial de
Hawkes en esta fábula libertina sobre los riesgos morales de la creación y las
imposturas públicas y las oscuras motivaciones íntimas del creador, con la
muerte como “convidado de piedra” de los juegos especulares de la vida y el
arte. A pesar de la mascarada egocéntrica y el travestismo temático y
estilístico, Travesti no es, en
absoluto, una abstracción descarnada, a la manera del gran Beckett o algunos de
sus epígonos, sino una ficción realista. En definitiva, cuando el coche conducido
por el dudoso narrador se estrelle contra su destino, fuera de campo, no será solo
la narración la que acabe deshecha en pedazos, fragmentos de inteligencia,
esquirlas de belleza, sino un modo de vida y de pensamiento enfrentado a las
convenciones y prejuicios puritanos que obstruyen el mundo de los deseos
carnales y los actos eróticos.