jueves, 19 de mayo de 2011

FAUSTO EN WALL STREET (Redux)

Leí la novela en inglés hace unos meses después de ver la película en su estreno americano. Como corresponde al tipo de producto, la novela la compré en el aeropuerto de Philadelphia con la condición de que podría revenderla a mitad de precio en cualquier librería aeroportuaria una vez acabada. Comencé a leerla con asombro durante un viaje transatlántico. Cuando la terminé, aún más asombrado, supe que se trataba de una obra que, por su inteligencia e ironía, merecía otros lectores que los habituales del género best-seller, sólo preocupados por el entretenimiento estricto que sirve para distraerse de los asuntos de verdad importantes. Tengo curiosidad por saber qué dirían de ella los colectivos más concernidos por su historia: ejecutivos y directivos de corporaciones, sin hablar de los plutócratas que, como todo el mundo sabe, sólo leen informes económicos. Acaba de ser publicada en España por Mosaico de Gen y no debería pasar desapercibida. La película vale por el fascinante diseño visual y, en lo narrativo, es un buen ejemplo del nuevo subgénero que el Cahiers du Cinéma francés llama “ficción capitalista”, del que otros ejemplos recientes serían La red social y Origen. La novela es mucho más ambiciosa que la película y, desde luego, mucho más compleja y sofisticada de lo que esta nota sumaria puede abarcar. No se la pierdan.

Por un extraño prejuicio del gusto, ligado a las jerarquías culturales establecidas, tendemos a considerar como literatura libros sobre asuntos que nos incumben poco o nada, o que fundan sus estrategias de seducción en estilos rimbombantes, emociones trilladas, banalizaciones históricas o perspectivas algo tópicas sobre la realidad. Por el contrario, solemos desdeñar obras de género que abordan cuestiones fundamentales de nuestro tiempo que la literatura tenida por más seria no se atreve a afrontar.
Leamos, pues, Sin límites, este deslumbrante thriller del irlandés Alan Glynn, bajo esta óptica insólita. Sin complejo de inferioridad cultural, Glynn escribe una novela donde los temas más acuciantes del presente son tratados con la vibración eléctrica que merecen. La bancarrota del humanismo, la depredación bajo todas sus formas, la crisis como algo endémico al capitalismo, la pervivencia de las castas y clases adineradas, la perversa alianza del sistema capitalista y la farmacopea estupefaciente, el orden de los deseos y los placeres mediatizado por las estrategias de la mafia económica, el maquiavélico mercado financiero, el terrorismo bursátil, etc. Al manejar las técnicas de la ficción con un estilo elegante y eficaz, Glynn crea un discurso capaz de conjugar ambas cualidades: la narración de lectura compulsiva y la especulación más inteligente.
La vertiginosa historia de Sin límites tiene que ver con el carismático Fausto, desde luego, pero también con el Gran Gatsby, como indica el epígrafe de donde procede el título original de la novela, cambiado ahora por espurias razones comerciales (“Los campos oscuros”). Como Fausto, su protagonista, Eddie Spinola, pacta con el poder mundano y acaba hundiéndose en la noche americana donde ha brillado como una estrella fugaz. Como nuevo avatar de Gatsby, este arribista dopado por la droga más potente que se pueda imaginar acaricia el sueño de ingresar en las más altas esferas de las finanzas, la sociedad y la política de ese paraíso para ricos que es Estados Unidos. En este sentido, esta trepidante novela es, sin pretenderlo, un híbrido perfecto de American Psycho (Ellis), El club de la lucha (Palahniuk) y Cosmópolis (DeLillo). Es decir, un artefacto narrativo de una lucidez aplastante sobre la mediatizada vida contemporánea.
Al comienzo de la novela, Spinola es un escritor fracasado, que malvive postergando encargos de bajo nivel, hasta que un día prueba por azar una droga sintética llamada MDT-48. Un potentísimo intensificador de las facultades mentales de quien lo consume. Spinola descubre entonces que su cerebro estaba aletargado y funcionaba al mínimo. Ingiriendo esa misteriosa droga con regularidad logra poner orden en su vida y escribir libros a una velocidad inusual hasta el momento en que decide adentrarse, en pos de más sustanciosas recompensas, en la jungla humana y financiera de Nueva York como consejero superdotado y hombre de mundo. El nervio sensible que esta trama pulsa en el lector no tiene tanto que ver con la satisfacción total de los deseos materiales que Spinola experimenta como con la irónica sensación, inoculada por Glynn como un efecto colateral de la lectura, de que los triunfos de su personaje en todos los ámbitos demuestran que los fines que el capitalismo impone a sus servidores es imposible cumplirlos si no se poseen determinados privilegios o una fortuna incalculable y, sobre todo, un fármaco experimental que maximice las facultades más valoradas entre los potentados: agudeza instintiva, adicción al riesgo, eficiencia absoluta, manejo hiperactivo de la información, indiferencia robótica a la realidad social de los procesos económicos, etc.
La verdadera droga que nutre el cerebro de Spinola no es, pues, el MDT-48. La verdadera sustancia que enloquece a los escualos de las finanzas y la política como si fuera la sangre de sus víctimas se llama información. El MDT-48 es sólo el medio más efectivo de sumergir el cerebro en ese océano de información ingente donde se cifra todo: el éxito y el fracaso, la riqueza y la pobreza, la fortuna y la desgracia, el acierto y el error, el ascenso y la caída. En el vértigo moral de esa vida vivida al límite, en ese desafío a los límites de la conducta y los poderes del cuerpo y la mente, es donde el Gatsby del viejo capitalismo se transfigura en el Fausto postmoderno de la era de la globalización mediática.
Sin límites fue escrita hace una década, cuando la crisis de las corporaciones tecnológicas amenazaba la economía mundial. A la luz de la devastadora crisis en curso, un drástico reajuste del sistema para incrementar su eficiencia y rentabilidad hasta extremos impredecibles, esta fascinante novela cobra una actualidad política aún más insidiosa.

3 comentarios:

José Luis Amores dijo...

Gran post. Resulta poco menos que revelador que, cuando el protagonista toma conciencia del alcance y magnitud su nuevo poder cerebral, abandone la literatura para lanzarse al mundo de los negocios...

Anónimo dijo...

"Si tienes un horizonte medio capitalista, sólo expropiar sus maquinarias de producción mediante textos colectivos puede redimirnos. No firmes. Haz sin hacer, y obra en consecuencia". Colectivo Tiqqun

Alberto Sánchez dijo...

Magnífico post. ¿Sería posible tener la referencia completa del apelativo de Cahiers du Cinéma que menciona?