A Joe Sarno (1921-2010), el así llamado “Chéjov del softcore”
Hace unas semanas, inadvertidamente, un canal de la TDT española ofreció a sus espectadores una imagen en alta definición del funcionamiento esquizofrénico de la conciencia moral en la actualidad. En una de esas inenarrables y ubicuas tertulias donde se tritura a diario la información para hacerla digerible a la mayoría se habían reunido, para regocijo del telespectador más perezoso, un representativo grupo de contertulios profesionales, de esos que multiplican su presencia de tertulia en tertulia acotando el territorio de lo decible a los límites marcados por sus respectivos intereses o jefes. Pues bien, allí, sí, en aquella mesa de debate y no en otra de la competencia, estaban sentados, de izquierda a derecha de la pantalla, la columnista política de turno, el sabio de salón, el presentador empalagoso, la escritora florero, el periodista de guardia y un curioso espécimen de filósofo autista. Ninguno de ellos, insisto, sospechaba lo que se les venía encima, en qué extraña representación acabarían participando contra su voluntad. Después de haber discutido hasta la saciedad de los temas del día sin aportar mayor luz que ninguna otra tertulia de la larga jornada tertuliana, el moderador inmoderado decidió proponer a la mesa de debate, en un arrebato de inspiración, el periférico asunto de la campaña electoral catalana y, muy en particular, el grosero gusto de algunos vídeos propagandísticos aparecidos en ella.
De buenas a primeras, la retórica moderada de la discusión se tornó en un chirriante coro de voces que amonestaba de modo despectivo, sin siquiera molestarse en entenderlo y analizarlo, el perverso menú audiovisual que les servía el realizador. Este, con la malicia consabida en todo manipulador de imágenes, había decidido, en un momento de lucidez que ninguna academia de la televisión tendrá el valor de recompensar como se merece, dividir la pantalla en dos ventanas asimétricas. En una, a la izquierda, se veía por turnos a los contertulios repitiendo, ofendidos, la contraseña del vilipendio moral y el rechazo estético que parecía dictada por telepatía desde los sótanos teológicos de la conferencia episcopal. En la otra, situada ex profeso a la derecha para confundir al ideólogo naïf que siempre está al acecho, desfilaban los vídeos infames con que los candidatos más soeces, en opinión de la mesa, habían pretendido encandilar a los votantes más cándidos.
Pasaban los minutos y los segundos hurtados a la publicidad y la pantalla reproducía el duplicado espectáculo sin apenas variaciones significativas. En la sección izquierda, el griterío polémico, la invectiva unívoca, la descalificación unánime, el sermón del agravio y la vergüenza, el discurso de la moralina de los biempensantes acogidos al refugio electrónico de la TDT (Tertulia Digital Terrestre). En la derecha, en cambio, el derroche de sarnosa imaginación del golferío publicitario, la obscenidad política, la abyección electoral, el recurso a la más baja forma de representación, la pornografía. Sí, la pornografía, esa palabra impronunciable en ciertos contextos, no había otra mejor para explicar el estupor de los invitados al debate ante la contagiosa virulencia de las imágenes. ¿O no era pornográfica la exhibición del orgasmo místico de la votante socialista? ¿Y no lo era también, además de pecaminosa, la ostentación callejera del jamón catalanista de María Lapiedra, esa promesa tangible de una soberanía territorial asentada en las medidas más exorbitantes y provocativas? ¿O la juerga adulterina y corrupta escenificada por Montserrat Nebrera con ingenio escolar? Los contertulios infatigables proseguían en vano la denuncia vehemente del descrédito político generado por tales aberraciones audiovisuales, mientras el realizador de técnica conspirativa, ese aprendiz de Mago de Oz de la mesa de mezclas que nadie en el gremio premiará como corresponde, insistía una y otra vez, despreocupado de tales consideraciones, en mantener durante demasiados minutos, con sospechosa intención, las dos ventanas sintonizadas a canales en apariencia distintos, sabiendo que producía al mismo tiempo una peligrosa interferencia mental en la audiencia, ya de por sí inconstante...
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3 comentarios:
que buena época cuando lo del pecho
Ta parece que tienes aqui tambien las dos ventanas: ire a kritik ahora.
El sentimentalismo y el esteticismo, vomitados por tertulianos a cuyo lado el más bajo lumpenproletariat es una remesa de licenciados por la Sorbona, son las bases ideológicas de tipejos como Laporta, a quien veo un cierto parecido con el difunto Haider:
http://es.wikipedia.org/wiki/J%C3%B6rg_Haider
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