jueves, 15 de enero de 2009
RÍOS DE BABEL
Afirma Carlos Fuentes, en un pasaje especialmente intenso de su texto seminal Cervantes o la crítica de la lectura, que la literatura está escrita por un solo autor: “un polígrafo errabundo y multilingüe llamado, según los caprichos del tiempo, Homero, Virgilio, Dante, Cervantes, Cide Hamete Benengeli, Shakespeare, Sterne, Goethe, Poe, Balzac, Lewis Carroll, Proust, Kafka, Borges, Pierre Menard, Joyce”. Todos los nombres de la literatura, como quería Borges, designan al mismo escritor de todos los libros de la historia. Esa lista infinita incluiría también a Julián Ríos, escritor plurilingüe y cosmopolita como pocos.
Con Larva. Babel de una noche de San Juan, Ríos había dado muestras sobradas de sus múltiples afinidades con dos de esos eximios escritores: Cervantes y Joyce. Un apareamiento literario no tan obvio como algunos pensarían. El ilusionismo especulativo y (meta)ficcional del barroco español se conjugaba, sin perder el sentido del humor, con la moderna alquimia del verbo del irlandés trasterrado para producir una de las novelas más ingeniosas e innovadoras del siglo pasado. Uno de los libros más libres de la literatura española y uno de los más felices (la carne se hace verbo y el verbo se hace carne de verdad en cada una de sus jugosas páginas) de la literatura universal. Conviene recordarlo ahora que se cumplen veinticinco años de su primera edición.
Con el paso de los años las potencias creativas de la literatura de Ríos fueron expandiéndose libro tras libro (Poundemonium, Impresiones de Kitaj, La vida sexual de las palabras, Álbum de Babel, Amores que atan, Monstruario o Casa Ulises, entre otros). No obstante, faltaba en este corpus admirable un tomo dedicado a trazar con rigor las genealogías librescas de Ríos. Y esto es lo que, por fin, ofrece con generosidad esta espléndida colección de ensayos y artículos literarios[*]. Una biblioteca babélica en la que rastrear, volumen a volumen, las preferencias singulares de su autor y los fundamentos de su original concepción de la novela como “canibalización y carnavalización cultural”.
No hay mejor comienzo para el libro de lecturas de un escritor que la evocación de otro escritor entregado de lleno a la lectura. El elegido en este caso es Thoman Mann, quien durante la travesía del Canal de la Mancha huyendo de la Alemania nazi decidió leer íntegro Don Quijote de la Mancha. La coincidencia toponímica de la historia de Mann en "La Mancha" sirve a Ríos, en un acto de ventriloquía literaria, para probar dos conceptos estrechamente relacionados con su escritura creativa. En primer lugar, que los juegos de palabras no son más arbitrarios ni gratuitos que las propias palabras, como creen los dómines de la pureza en todos los ámbitos, sino expansiones de la realidad en el dominio del significado. Y, en segundo lugar, que hasta un escritor tenido por decimonónico como Mann pudo entender, gracias a Joyce y a Cervantes, que el estilo más moderno, como respuesta a los desafíos de su tiempo, era una vez más el de la parodia.
Después de esta extensa entrada en materia que da título al conjunto ("Quijote e hijos: travesía del océano de historias"), las evocaciones e invocaciones se multiplican, ramificándose de autor en autor, de obra en obra, hasta constituir un programa de lecturas tan suculento como instructivo. Es en esta festiva serie de ensayos donde el artífice de Larva explora con amenidad y perspicacia los enigmas cervantinos del brasileño Machado de Assis, el argentino Cortázar, el alemán Arno Schmidt, el ruso Nabokov y el dublinés errante Joyce (sólo faltarían Sterne y Flann O´Brienn para que la cuadratura de Ríos fuera perfecta). En particular, los textos dedicados a Lolita ("Lolita a los cincuenta") y a Pálido fuego ("Grados de lectura o el prisionero de Zembla") no sólo se cuentan entre las lecturas más inteligentes y documentadas de estas memorables novelas de Nabokov (junto con Ada, o el ardor, una trilogía narrativa insuperable para mí), sino que demuestran que el humor verbal y una larvada ironía son los aliados más productivos de la erudición crítica.
En cualquier caso, si hay una lección provisional que extraer de Quijote e hijos es ésta: el arte de la prosa, tan descuidado en la actualidad, alcanzó un nivel supremo en el siglo veinte, aboliendo cualquier distancia estética con la poesía. Leer o releer a Joyce, a Nabokov, a Cortázar o a Schmidt supone así una experiencia tan intensa como leer a Ríos escribiendo estos crucigramas verbales sobre todos ellos. Ningún amante de la verdadera literatura debería perderse este breviario exigente y hermoso.
[*] Quijote e hijos, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2008.
Publicado por
JUAN FRANCISCO FERRÉ
en
0:34
Enviar por correo electrónicoEscribe un blogCompartir en XCompartir con FacebookCompartir en Pinterest
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Eché de menos tu intervención final en la polémica...
http://oscarsaenz.blogspot.com/2008/06/anti-mutantes-anti-anti-mutantes.html
Publicar un comentario