miércoles, 24 de noviembre de 2021

GROUCHO MARX EN LA HABANA

 [Guillermo Cabrera Infante, Tres tristes tigres, Alfaguara, 2021, págs. 512] 

Tres tristes tigres ha cumplido cincuenta y cuatro años y no encuentra aún todos los lectores cómplices que merece la revolución literaria emprendida en el seno de sus neobarrocas páginas. Una revolución total que comienza con el lenguaje y el modo de representar la realidad y termina en la transformación cómica de la actitud del lector ante la vida, la cultura, el sexo y el poder.

Convendría comenzar a leer esta novela extraordinaria no por el final, sino por el revés de la trama, en pos de la presencia oculta entre sus páginas durante años: la mirada aviesa del censor franquista que obliteró zonas erógenas del libro a través de sus incisivos informes y a quien Cabrera Infante consideró siempre un colaborador textual imprescindible. Palabras o frases amputadas que aludían, en especial, a los pechos femeninos, cuya desinhibida omnipresencia perturbaba el sueño casto del censor, o expresaban opiniones irreverentes y obscenas en materias tan peligrosas como la religión, la política o la sexualidad. Leída con los ojos del censor, esta novela realiza un gesto tan insolente para la España franquista como para la Cuba castrista, demostrando la tesis más atrevida del autor: la represión libidinal como fundamento de toda forma de autoritarismo y el humor como arma disolvente contra la fúnebre seriedad de todas las dictaduras, ya sean de izquierdas o de derechas.

Comparada con otras novelas coetáneas, la audacia de Tres tristes tigres no radica solo en la representación sensorial de la sugestiva Habana de 1958, sino también en su innovadora construcción novelística. Cabrera Infante desmontó los planos de esa realidad asimétrica en tantos estratos que su reconstrucción posterior, mezclándolas al ritmo de una prosa musical arrebatadora, no podía sino causar asombro y fascinación. El discurso de Tres tristes tigres involucraba literatura y vida en un mecanismo mimético saboteado por la ironía, la comicidad irrefrenable, los juegos verbales, el ingenio desbocado, los ejercicios de ventriloquía, las parodias profanas y los exorcismos de estilo.

Un error frecuente entre especialistas consiste en insertar esta novela fabulosa en una supuesta tradición cubana, desvinculándola de la corriente carnavalesca de la antigua sátira menipea que llega hasta Joyce, Flann O´Brien o Raymond Queneau, pasando por Rabelais, Cervantes, Sterne, Carroll y Machado de Assis. En este sentido, el gran logro del libro reside en su polifonía narrativa. Exceptuados el “Prólogo” y el “Epílogo”, donde cobran voz el maestro de ceremonias del cabaret Tropicana y una loca en un parque para expresar, respectivamente, la entrada teatral en un mundo de ficciones sociales y una salida a través de la locura de una situación imposible, y “Los debutantes”, donde aparecen vibrantes voces femeninas, los capítulos restantes se organizan, sobre todo, en torno de las voces de sus protagonistas masculinos (Silvestre, Arsenio, Eribó, Códac, Bustrófedon) y los relatos de sus hilarantes andanzas por una Habana que se transfigura en un laberinto lúdico de encuentros y desencuentros carnales.

A menudo se han privilegiado capítulos concretos sobre un todo narrativo que siempre fue percibido como caótico y fragmentario por la crítica más conservadora. Es comprensible que, entre todos los capítulos del libro, la serie “Ella cantaba boleros”, donde se narra la historia truncada de La Estrella, una cantante de cualidades hiperbólicas, deslumbre con su descripción excesiva y sentimental del submundo nocturno de clubes y cabarets. Por otra parte, “La casa de los espejos”, sobre el encuentro en dos tiempos del narrador con una pareja de modelos cubanas cuyo desparpajo verbal solo es superado por su exuberante belleza y artificio cosmético, es uno de los relatos más complejos y técnicamente impecables de cuantos escribiera Cabrera Infante.

Pero Tres tristes tigres no sería una ficción suprema sin esa “Bachata” final que funciona como cuadratura espectacular de la trama caleidoscópica de este irónico remake de La dolce vita felliniana. Un alucinante viaje en coche por La Habana, durante una tarde y una noche que se prolongan hasta el amanecer tropical, de dos amigos (Silvestre y Arsenio) que mantienen uno de los diálogos más digresivos y divertidos de la historia de la literatura, mientras desfilan, interminables, los bares, las amigas, los chistes, las bromas, las confidencias, los recuerdos, las alusiones, con la tristeza y la nostalgia como ruido de fondo de todo el humor desplegado. La tristeza por una juventud cuyo esplendor se desvanece sin remedio y la nostalgia por una ciudad fastuosa que, después de la revolución, nunca volverá a ser la misma.

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