martes, 5 de agosto de 2014

HABLEMOS DE PABLEMOS


[Pablo Iglesias Turrión, Maquiavelo frente a la gran pantalla, Akal, 2014, págs. 157]

Frente al cinismo capitalista, todos los discursos antagónicos pueden parecer ingenuos. Unos más que otros, desde luego, pero para desmantelar la organización del capitalismo neoliberal se necesita mucho más que discursos abstractos y buenismo intelectual. El fenómeno político-mediático de Pablo Iglesias y su partido PODEMOS obliga a pensar en el desarrollo de proyectos alternativos utilizando como medio eficaz los recursos espectaculares del adversario. En esto, Iglesias y los suyos serían perfectamente fieles a la tradición de la dialéctica que invitaba a tomar apoyo en el punto débil del enemigo para desviar su fuerza, invertir sus estrategias y ganarle la batalla en su terreno.
En ausencia de un verdadero programa de gobierno, nada mejor que afrontar el ideario de Iglesias a través de un libro que, en menos de seis meses, se ha convertido en referente tanto para partidarios como para detractores. Iglesias no es un cantamañanas de la política, como algunos han pretendido transmitir, a derecha e izquierda, para restarle influencia social, ni uno de esos políticos chusqueros cuyo mayor currículo consiste en los servicios prestados, no todos confesables, a sus superiores inmediatos. Al contrario, Iglesias es un político de gran solvencia intelectual, un académico de formación impecable y un estratega inteligente.
Este libro lo demuestra con creces desde su postulado inicial, cuando el autor, rindiendo homenaje a Carl Schmitt y a Sade, a Hobbes y a Lenin, lo declara “un homenaje a las amistades políticas peligrosas”. Con la agudeza dialéctica de un buen discípulo de Žižek, ha sabido aliarse con una mente principesca (Maquiavelo y su idea de la política como pragmática del poder) para enfrentarse sin complejos al espinoso tema que domina el libro desde el título. Cómo el cine construye hegemonías políticas y morales conformistas que el espectador adopta sin problemas por considerarlas, al revés de los discursos procedentes de otras instancias, como no ideologizadas. Más allá del principio de placer, Iglesias entiende el cine “como productor de imaginarios y consensos hegemónicos, como revelador privilegiado de verdades políticas y como fuente de conocimiento teórico”.
Iglesias propone un sugestivo viaje por la filmoteca mundial en el programa del libro, evitando los lugares comunes y los clichés de la cinefilia más casposa y siguiendo al pie de la letra los renovadores presupuestos de los estudios culturales, multiculturales, de género, biopolíticos, etc. Se echaba de menos esta perspectiva avanzada en el grueso de los discursos de la izquierda oficial española, demasiado lastrada por el sentido común, la ranciedad tradicional de los discursos dominantes y la demagogia electoralista como para poder enunciar análisis más sofisticados de la compleja realidad contemporánea.
Parte Iglesias de los análisis poscoloniales de películas paradigmáticas como Apocalypse Now o La batalla de Argel, con la representación del otro subalterno como centro de la crítica a lo Fanon, o de la aplicación algo esquemática de las teorías de Agamben a Dogville (Trier), para llegar a lúcidas reflexiones sobre el empoderamiento femenino inscrito en la Lolita de Kubrick, o en una película tan minoritaria y atractiva como The Girlfriend Experience (Soderbergh), con la mujer fatal (o la prostituta de alto nivel) como figura de la transformación del objeto de deseo en sujeto dominador (aunque discrepo en que la opción de la muy deseable Sue Lyon para encarnar a la nínfula canónica fuera una decisión artística y no una imposición de cierta censura previa). 
Los momentos más polémicos quizá sean aquellos en que Iglesias examina las muestras del cine español sobre la guerra civil, concluyendo que la mayoría de las representaciones actuales del conflicto (tipo Soldados de Salamina y demás) participan de una falsificación histórica y una voluntad de consenso inaceptables desde una perspectiva ideológica exigente. El único fallo de Iglesias en este punto delicado de sus análisis no reside tanto en salvar una película fallida del gran Álex de la Iglesia como Balada triste de trompeta, un desliz en su brillante carrera, sino en considerar una propuesta digna de encomio ese bodrio infumable titulado La voz dormida, de Benito Zambrano. (Una mala película sobre la guerra civil es una mala película sobre la guerra civil es una mala película sobre la guerra civil, defienda lo que defienda.) Y habría que discutir mucho sobre si la tesis de Orwell sobre la matanza de anarquistas ordenada por Stalin es o no, como sostiene Iglesias, una idea reaccionaria. Pero esa es otra historia…
En suma, vivimos un tiempo crítico en que la falta de ideas está matando la política y la cultura. Al menos este interesante libro de Iglesias, a pesar de su estilo algo desmañado, tiene el valor de recordarnos la vinculación indesligable de ambas y remachar el triunfo del optimismo de la inteligencia sobre el pesimismo flagrante de la realidad. 

8 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Una idea reaccionaria matar a otros seres humanos por sus ideas o supersticiones? Es una idea criminal, una idea propia de un fascista rojo o azul. Una canallada.

JUAN FRANCISCO FERRÉ dijo...

Amigo anónimo, o como diría un humorista negro, amigo de la fosa común del anonimato de las redes, es obvio que no lee usted bien el comentario, o lo lee con ceguera apasionada al desconocer la fuente con que discuto: Iglesias niega la tesis de Orwell sobre la orden de Stalin de exterminar a los anarquistas y tilda de reaccionarios a quienes la sostienen. Eso es lo que yo considero discutible, a ver si nos informamos...

Molina de Tirso dijo...

Una perspectiva interesante la de ese libro. Es cierto, siempre olvidamos la influencia de productos culturales o pseudo en la forma de pensar de la gente y, posiblemente, produzcan los mítines más eficaces, sobre todo porque sus ideas entran subliminalmente y muchos se forman una opinión sin saberlo y sin molestarse en razonar, con lo incómodo que es.

Anónimo dijo...

Amigo Ferré, desde el foseado anonimato, permitame una pregunta. Ante eso que llama capitalismo neoliberal, ¿qué alternativa propone los neosocialistas? ¿El socialismo neocapitalista franchute a lo Manolo Val, con recortes de 50.000 millones de euros? ¿¿El neosocialismo corrupto del PSOE andaluz (32 años de socialismo y Andalucia es la comunidad donde menos derechos reales tienen (tenemos) los ciudadanos? ¿O quizá el bolivarianismo neosocialista de Iglesias pasado por la cosa de Monedero, el padre del leninismo amable, o sea, una especie de socialismo asambleario del partido único?

JUAN FRANCISCO FERRÉ dijo...

Ay, las fosas comunes de la red, que permiten el diálogo de los muertos con los vivos y viceversa...
La pregunta es atinada, a pesar del anonimato del autor. No tengo la respuesta, pero señalar todos los casos de corrupción de la izquierda es un argumento débil, como enfatizar el fracaso de las alternativas del pasado, sin tener en cuenta que el problema esencial del capitalismo consiste en entronizar la corrupción como dinámica misma del sistema. No es posible, por tanto, más que criticar sus excesos o abusos, es decir, aquellos lugares o momentos en que su lógica se vuelve más obscena y desaprensiva. Mientras el núcleo duro, esencialmente corrupto, sigue activo y funcionando a toda máquina. Que no pueda aplaudir ninguno de los modelos que usted denuncia con razón no implica que deba adherirme al neoliberalismo vigente. Por otra parte, no se ha entendido aún que la socialdemocracia solo sirve para engrasar la máquina capitalista en lugares como Europa, donde la aplicación pura y dura del capitalismo ha sido hasta el momento impensable. Quien como yo ha vivido en USA conoce perfectamente lo que es el capitalismo sin profilácticos socializantes. Si lee atentamente mi última frase, verá que el optimismo de la inteligencia ha de ser crítico con lo que hay o puede haber sin por ello claudicar ante el pesimismo innegable que emana de una realidad abyecta…

Anónimo dijo...

Gracias por contestar. Muy interesante lo que escribes, estoy leyendo Karnaval y me parece excelente. Yo creo que es imposible, en la realidad, distinguir la socialdemocracia del neoliberalismo. No creo que Rajoy sea menos neoliberal que Zp, ni creo que ZP fuera más socialdemocrata que Rajoy, al menos en materia fiscal. Tienen razón los jefes de PODEMOS cuando censuran el bipartidismo corrupto, pero el problema, en mi opinión, es el modelo que proponen. Quieren superar el sistema, el bipartidismo consensuado (y nunca se ha visto más claro que ahora la entente rampante PP-PSOE para repartirse los poderes e instuciones del Estado, desde las televisiones al Poder Judicial), pero cuando bajan de la metafisica a la realidad se enredan en discursos ambiguos de los que uno tan malicioso como yo podria deducir que tratan de sustituir el bipartidismo corrupto por el unipartidismo en blanco.

JUAN FRANCISCO FERRÉ dijo...

Gracias a ti por tus comentarios. Para mí la fuerza de la democracia, al revés de los que creen en ella solo para aprovecharse, reside en generar cada tanto movimientos internos que supongan una regeneración de lo corrupto y podrido que anida en ella y amenaza con parasitarla al servicio de intereses espurios. Podemos, en este sentido, me interesa como una apertura del juego en una línea inesperada, una jugada de ajedrez en un tablero que muchos daban por definitivamente bloqueado y una partida trucada. En suma, puedo no compartir sus aspectos más discutibles, como los que señalas, pero no me cabe duda de que el bipartidimo PP-PSOE no puede ser todo lo que nos queda por soportar en los próximos años. Y menos en un contexto tan complejo y difíicil, con una Europa virando a la extrema derecha y una tiranía económico financiera apenas afectada por la situación...

Anónimo dijo...

Suena saludable el ensayo del líder de “podemos”: la acción crítica como un modo de pensar la relación entre cultura y política a las española más allá de las oscuras fuerzas que impulsan al capitalismo actual. Corrígeme si me equivoco pero parece que no se trate sobre un ensayo formal del cine como fenómeno estético. En la onda de los cultural studies parece que el interés se centra en la capacidad del cine como fenómeno de masas de determinar nuestras ficciones colectivas a golpe de industria del celuloide.

La verdad es que una de las cosas que más me llama la atención de cosas como “podemos” o el “15 M” es su visceral rescate de la idea de Arendt de “ficción” política: ese vieja idea republicana que decía aquello de que todo proceso colectivo de construcción de imaginario políticos de pureza virginal sin pecado concebidos, debían tomar forma en el espacio de lo común, de lo compartido y de lo que nos debe implicar a todos, a través de un uso del poder enunciativo del lenguaje pleno de sentido y significado. Mágico lugar creado a golpe de decreto de ley, donde la idea de ciudadano estaba llamada a realizarse en todo su esplendor.

El lema “no nos respresentan” que aglutina tanto al 15 M como a "podemos", parte de esta premisa esencial: la política actual gravita en torno a un horizonte de sentido puramente biopolítico.
Un terrorífico orden de sentido para la práctica del noble arte de gobernar que ha reducido a pura ruina el bello ideal del ciudadano de pleno derecho que tanto les costó parir a los padres fundadores del liberalismo genuinamente democrático.


En este sentido su visión de lo político no es precisamente novedosa.

Pero más allá de la (no) novedad formal de este modo de pasar a la acción política lo que me resulta curioso de estos movimientos es el hecho de que se llenen la boca hablando de ficciones (políticas) pero se resistan a entrar en dialogo con el mecanismo perfecto de ficciones por antonomasia: la literatura. En líneas generales da la sensación que prefieren estudiar la producción de ficciones culturales en la España actual tomando como referencia el cine de autor y el documental. Géneros donde esa vieja idea novecentista de la “vision autorial”, se ha preservado mucho mejor que en la narrativa actual: mucho más dada, por la maligna influencia del posmodernismo, a tratar temas de moralidad politica a través de un uso más impersonal del lenguaje que dificulta el afirmar categóricamente la identidad del sujeto que habla.

Temo que estos nuevos movimientos sociales mantienen una relación poco amigable con buena parte de la narrativa actual. Desde el 2008 he escuchado a grandes voces indignadas comentar a grito pelado sobre la falta de implicación política de la literatura actual; "que hacen los escritores mientras la gente toma las calles". También he leído en revistas de reconocido prestigio académico, como “The hispanic Review” sobre la falta de tacto genuinamente político de la narrativa mediáticamente rica en leche, cacao, avellanas y azúcar.
Quizás sea cierto.”
En el fondo la narrativa que se dio a conocer en los grandes medios de información por el infortunado nombre de generación mocilla mantiene una pulsión literaria globalizada que le impide el “hacer patria”: algo que para el líder de “podemos”, según expresaba en una tertulia televisiva no hace mucho, debería ser el alfa y omega de la nueva/ vieja política por venir.

Creo que aquí reside el punto del desencuentro. En el fondo la buena literatura, parafraseando la Don Delillo “is act of literary vandalism and bad citizenship”. La literatura como experiencia narrativa no se adecua a marcos normativos determinables. En el fondo se le da mal la práctica del noble arte de la pedagogía inductiva: crear sanos ejemplos ficcionales cargados de ardor cívicos para las jóvenes mentes de futuro. Por este motivo los nuevos pedagogos de la revolución política por llegar prefieren otros modos de generar ficciones: pero esto ya es otra historia.

Antonio Martin-Ledesma