[Caitlin Moran, Cómo
ser mujer, trad.: Marta Salís, Anagrama, 2013, págs. 355]
Ser o no ser mujer, he ahí el dilema. Se olvida
a menudo que el primer Hamlet del cine fue un travestido interpretado por una
actriz danesa (Asta Nielsen) y que quizá el gesto de feminizar al epónimo
personaje shakespiriano no representaba tanto una alusión a su velada
homosexualidad como una forma de reivindicar, a través del arte genuino del
siglo veinte, el signo de la feminidad en la definición cultural de lo humano.
Por esta razón, este ingenioso y atrevido libro
de Caitlin Moran concluye a modo de posdata poniendo en cuestión el título
mismo con que se presenta al mundo y estableciendo una nueva trayectoria
intelectual y vital. No tanto ya “cómo ser mujer” sino, más bien, “cómo ser
humano”. Ser, con independencia del sexo de nacimiento o de adopción, “un ser
humano productivo, honrado, tratado con cortesía”. Parece un programa de
mínimos, desde luego, pero esta conclusión puede no ser necesariamente lo más estimulante
de un libro cuya lectura yo recomendaría a todo el mundo sin excepción. Mucho
más si pertenece a culturas donde las mujeres padecen las más drásticas formas
de represión, silenciamiento o negación. Por decirlo de otro modo, este apasionante
libro de Moran celebra indirectamente una cultura como la occidental que, a
pesar de todo lo negativo que pueda decirse de ella, ha permitido a las mujeres
del siglo veintiuno alcanzar una libertad de conducta, expresión y pensamiento
más que envidiables por sus colegas de otras épocas o culturas.
Para empezar, Moran tiene mucha gracia. Es una
suerte de comedianta desenfadada y estrafalaria que, en cuanto aparece en el
escenario, ya predispone a la sonrisa cómplice y la carcajada inteligente.
Mientras escribe su autobiografía en el margen, desde la adolescencia hasta la
primera madurez, va emitiendo incesantes opiniones sobre todo lo que podría
preocupar a la mujer de hoy, sin distinción de edad, y, por supuesto, al
hombre, heterosexual o no, curioso por el modo de vida contemporáneo y los
problemas y experiencias de sus semejantes del otro sexo. De ese modo, Moran no
deja pasar tema ni obsesión ni complejo sin dedicarle, con desparpajo, su
comentario corrosivo o su crítica feminista. Pero siempre desde una perspectiva
desternillante, tan alejada del resentimiento o el victimismo, tan entusiasmada
con el hecho de poder realizar un proyecto estimulante de vida, que el lector
masculino no puede sino sentir cierta envidia. Ser mujer resulta hoy, en
definitiva, mucho más festivo y emocionante en una sociedad que ha terminado
por darle la razón en su querella secular con el patriarcado.
Ahora lo sabemos mejor que nunca. El hombre es
una desviación genética y la mujer es la norma. Por más que la historia haya
hecho de esa desviación algo avasallador, la historia misma se ha vuelto sobre
sí misma para corregir el error fundacional y volver a poner las cosas en su
sitio. No cabe duda de que el siglo veintiuno, en este sentido, nos reserva aún
muchas sorpresas, pero mientras persistan las circunstancias actuales y la vida
humana se desarrolle dentro de las coordenadas descritas con tanta ironía como
implicación por Moran, este libro seguirá marcando una pauta liberadora de
tabúes, necedades e idolatrías perjudiciales para la prosperidad paradójica de
uno y otro sexo. Porque, en suma, la lección que los hombres tendrían que
aprender de una lectura como esta se reduce a eso. La libertad de las mujeres, sin
que suene demagógico, hace más libres a los hombres.
2 comentarios:
No, no hemos llegado todavía, exceptuando circunstanciales emblemas (que existen en todos los grupos discriminados) seguimos estando en un segundo plano. Pero antes ni siquiera estábamos en ningún plano y hay un aire de culpabilidad que antes no existía. Pero también mucha más hipocresía ¿eh?
Que una mujer haga una refrescante declaración de principios sin victimismo y con humor, no quiere decir que las cosas estén bien del todo. Por supuesto, es un libro que tendré que leer más pronto que tarde.
Me quedo con tu última frase, a ver si, poco a poco, los reticentes acaban por creérselo (incluidas unas cuantas de nosotras). Porque es la pura verdad.
pueda resumirse en in chistsmoMe alegra como mujer que con sentido de humor podamos llegar al pensamiento de hombres y mujeres fuera de victimismo, que la violencia desnodada pueda resumirse en un buen chiste que saque una buena sonrisa. Si me alegro que esta sea una herramienta que nos evite reflexionar con amargura de aquello que hace, con demasiada frecuencia, algunos hombres <> y mujeres, porque no, sobre la mitad de la población, dejando de vacio el esfuerzo de gran parte de las personas (hombres y mujeres) que no conversa con el abuso: sexual, económico, familiar.....social...lo que debería ser una conviencia
entre dos no se entre uno y porque mandan mis huevos.
Si con el sentido de humor, y con los <> alcanzados, podemos sentir que estamos alcanzando el respecto al otro, bien venido sea.
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