[Lo diré con ironía para que se me entienda mal, como es frecuente en la red. Como saben los que me conocen, nada puede estimularme más que haber ganado el Premio Herralde de Novela en su edición Triple X (XXX). Para celebrar esta extravagante cifra y, de paso, la aparición hoy en librerías de España y Latinoamérica de Karnaval, una novela calificada con la Triple X de la provocación pornográfica, la exuberancia fabuladora y la incógnita política, obsequio a los numerosos visitantes del blog (amigos asiduos, sobre todo, pero también algún que otro “enemigo” curioso) con un breve fragmento de la misma. En concreto, se trata de la primera intervención, de un total de tres, de Michel Houellebecq en el documental ficticio El agujero y el gusano intercalado entre las dos partes de la novela a modo de entreacto o entremés.]
MICHEL HOUELLEBECQ, novelista
La nave de la catedral de Notre-Dame de París. Houellebecq está arrodillado en uno de los últimos bancos, con las manos dispuestas en actitud de orar. El interior del templo está casi vacío de feligreses. Al fondo, unos monaguillos disponen los objetos del culto para el inicio de una ceremonia que no se intuye inmediata. Hay un par de mujeres de mediana edad en los primeros bancos de la derecha. Un matrimonio anciano y tres niños hacia la mitad de la bancada izquierda. Algunos turistas de ambos sexos pasean por las capillas laterales. Nadie más. El silencio de las piedras y las bóvedas inmensas, como un eco secular, acompaña las graves palabras de Houellebecq, tomado de perfil, desde la izquierda, en un plano lateral que enfatiza la sinceridad de sus gestos y sentimientos.
Houellebecq: Vengo aquí cada vez que tengo ocasión en busca de algo de inquietud metafísica, de un temor reverencial, de una intuición cósmica, que no encuentro ya en otra parte. Escapo así de la banalidad, de la trivialidad, del aburrimiento. No creo en nada de esto, no se engañe, pero esta falta de creencia me conforta, por así decir, me permite entender lo que pasa aquí durante la misa no como un misterio sino como un acontecimiento en el que no he sido invitado más que como observador indiferente. Es un buen papel. En el sexo me pasa cada vez más, no consigo creer en la comedia en que se funda, pero no obstante sigo empeñado en hallar en él una revelación que no se produce nunca por desgracia. Los gestos, las muecas, las contorsiones, las posturas, los esfuerzos, no merecen la pena. Todo ese despliegue por tan poca cosa. Si pudiera creer en esto lo dejaría todo. Creo en el vicio y en la maldad. Eso sí. Y el caso por el que me pregunta es una flagrante manifestación de tal. Pero toda la culpa no es del vicioso, ni del malvado. No. Mire usted, esta es una sociedad que cada vez restringe más la conducta y al mismo tiempo estimula todos los deseos del sujeto. El resultado es la población más esquizofrénica de la historia. Se nos invita a participar de todas las orgías y luego, cuando nos tomamos en serio la propaganda y queremos meter mano en la mercancía, sea cual sea esta, legal o ilegal, saltan las alarmas de seguridad, los controles de detección de infracciones se ponen en marcha y la policía se nos echa encima sin remedio. Nos esposan y nos exhiben en todas las televisiones como a grandes depravados. Este castigo mediático sirve de escarmiento universal. No exagero. Así es. No se puede pretender, como se ha hecho en los últimos cien años, liberar la libido, eliminar la represión, etc., todo ese trabajo de la modernidad, en nombre del progreso y demás entelequias demagógicas, y luego escandalizarse cuando aparecen los monstruos merodeando por las calles y rondando las casas. Rasgarse las vestiduras ante los pedófilos, los violadores, los sadomasoquistas, los psicópatas, los perversos de toda especie, que proliferan como una plaga, para consuelo de mojigatos y biempensantes. Es hipócrita pedirle a un hombre que se ha permitido todas las licencias en su vida, que comienza a notar cómo se le descuelga la bolsa de los testículos cada día un poco más, indicándole que ha comenzado la cuenta atrás, que sus días están contados y algún día cercano, como decía el profeta, serán pesados en la balanza de Dios [Houellebecq se persigna en este momento de manera irreflexiva], es hipócrita, insisto, no esperar de él un comportamiento desesperado como este. Es vil, es rastrero, es canallesco incluso, sí, ese asqueroso libertinaje burgués, ese repugnante hedonismo de clase social superior, que es el de nuestras autoridades y mandatarios y potentados, es todo eso, desde luego, pero es también el síntoma de la esquizofrenia y el malestar crecientes de nuestra cultura y nuestra especie…