Todos los años, en todas partes, los premios críticos a las mejores obras literarias suelen demostrar la tesis principal que sostiene Jack Green en este libro divertido e inteligente (¡Despidan a esos desgraciados!, Alpha Decay, Barcelona, 2012) como debería ser la crítica si no estuviera en manos de incompetentes. La tesis paradójica del libro podría resumirse así: para demostrar la ineptitud e incapacidad de lo que suele considerarse crítica profesional basta con enfrentarla a una obra maestra. Una “Moby Dyck” de la creación que la obligue a delatar su insuficiencia y mediocridad.
Tómese una obra maestra para comprobarlo: Los reconocimientos, de William Gaddis, publicada en 1955 en medio del más absoluto estupor de la crítica oficial. Esta novela mereció cincuenta y cinco reseñas, una casualidad numérica, de las cuales solo dos fueron “acertadas”, según Green, fan temprano del mamotreto de Gaddis (mil páginas torrenciales de un texto tan hermético como cómico), y el resto “chapuceras e incompetentes”. Este incisivo libro de Green, publicado en 1962 y reeditado después varias veces, es uno de los más rigurosos alegatos escritos en contra de la crítica convencional, es decir, aquella que tiende a celebrar por inercia la obra convencional, en sintonía con la medianía intelectual del crítico, y a despreciar o atacar con clichés la obra creativa e innovadora por su originalidad y rareza estéticas.
De todos modos, yo no sería tan duro con los críticos como Green. Es verdad que a Gaddis le hicieron mucho daño con su incomprensión. Pero también es verdad que el gran culpable de todo es Aristóteles, sí, el Papa del formalismo lógico y la demagogia estética. Ataquemos la raíz del problema. La literatura es una declaración de guerra al aparato lógico-simbólico de la cultura institucional. Ese aparato es aristotélico, esto es, lógico, político, ético y metafísico. La verdadera literatura es una corrosiva máquina de guerra contra este nocivo conglomerado de valores. Y los críticos, como representantes de la cultura establecida, sus defensores acérrimos. Así vamos.
No obstante, no deja de ser una deliciosa ironía y motivo de risa sarcástica que el mejor juicio crítico sobre la genial novela de Gaddis en aquellos años cincuenta apareciera en una novelita pulp de David Markson (autor años después de la espléndida La amante de Wittgenstein) titulada Epitaph for a Tramp, donde el narrador declara sobre Los reconocimientos: "quizá el libro más significativo de toda la literatura de ficción americana desde Moby Dick".
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