La historia natural y la historia de la cultura comparten muchos más atributos de los que el humanismo aún imperante les suele otorgar. Es oportuno recordar esto pasado ya el segundo centenario de Darwin, junto con Nietzsche, Marx y Freud, uno de los hombres que más hizo por cambiar la idea errónea que los seres humanos se habían hecho de sí mismos a lo largo de siglos. Con todo, no parece que en el siglo veintiuno, en esta materia como en tantas otras, la mentalidad de las mayorías esté dispuesta a asumir todas las consecuencias. La tiranía de las religiones y los valores tradicionales sigue imponiéndonos una idea falsificada de la realidad y de nuestro papel en ella (y algunos escritores de los de "lanza en astillero y adarga antigua", exhibiendo un fundamentalismo cristiano sólo digno de lástima, fulminan todavía al que se atreve a defender el aborto libre, la eutanasia o la homosexualidad, con argumentos de una lacrimosa moralina que debían reservar para los premios corruptos que se embolsan desde hace años con total impunidad). En un régimen global que se sitúa ya más allá de la biopolítica (modificación de la estructura genética, experimentos transgénicos, diseño genético de la especie, reproducción asistida, clonación, tráfico de embriones, bancos de semen y de óvulos, transexualidad, debates sobre el aborto y la eutanasia, posthumanidad ciborg, etc.), la transvaloración de todos los valores convencionales por la que abogó Nietzsche (quien, por desgracia, no pareció entender a Darwin de otro modo que como un vulgar positivista/materialista/naturalista) pasa hoy más que nunca por la biología y no sólo por la tecnología. O, más bien, por la intersección de ambas (el régimen tecno-fármaco-pornográfico cartografiado por Beatriz Preciado). No es extraño, en este sentido, que el Frankenstein de Mary Shelley sea mucho más relevante para la cultura contemporánea más avanzada que cualquier poema de su marido, el bueno de Percy Bysshe Shelley. Y si no me creen, pregúntenle a Paul, que sabrá darle a esta historia la perspectiva cósmica necesaria…
A Michel Onfray, Steven Shaviro, Richard Dawkins y David Cronenberg
En palabras de Richard Dawkins, el gran continuador del pensamiento de Darwin en la actualidad: “La vida inteligente sobre un planeta alcanza su mayoría de edad cuando resuelve el problema de su propia existencia”. Como asevera Dawkins, con su habitual apasionamiento: “los organismos vivientes han existido sobre la Tierra, sin nunca saber por qué, durante más de tres mil millones de años, antes de que la verdad, al fin, fuese comprendida por uno de ellos”. Este organismo privilegiado no fue otro que el naturalista inglés Charles Darwin (1809-1882), el primer animal en comprender las bases fundamentales de la vida.
La teoría de la evolución elaborada por Darwin, tras veinte años de infatigables investigaciones, proporciona una explicación científica del modo en que ese fenómeno aleatorio llamado vida puede comenzar al nivel más simple, con organismos unicelulares, y desarrollarse hasta producir no sólo al dinosaurio y al "mono" sino al mismo Darwin, el ser vivo que posee la inteligencia o la información suficiente como para dotar de cierto sentido a ese complejo proceso desplegado en el curso de eras interminables. Para empezar, por tanto, esta teoría muestra el asombro de una mente ante su existencia material y, al mismo tiempo, su propia posibilidad de conocimiento, es decir, su potencia para construir una narrativa coherente basada en “hechos reales”, como suele decirse, que abarcan miles de millones de años y todas las formas de vida conocidas o desconocidas. Vista desde esta perspectiva, la teoría evolutiva responde a la necesidad primordial de la inteligencia humana de preguntarse por el origen de todo lo que la rodea como medio de integrarse en el cuadro de una realidad que ella misma ha contribuido a producir con sus meticulosas observaciones.
De ese modo, la personalidad y la vida de Darwin admiten una lectura alegórica del significado global de la existencia humana. Establecer su lugar en un mundo al que pertenece, a pesar de las apariencias, como cualquier otra especie, a medida que va desarrollando la inteligencia (o la razón) y descubriendo en su análisis del mundo objetivo los nuevos fundamentos de su relación con el orden natural (vocación original de la ciencia). El procedimiento racional culminado por Darwin conduce a una paradoja científica de gran alcance cognitivo: el descubrimiento del carácter fortuito de la inteligencia y, de paso, de cualquier forma de vida. Nada puede ser más aleccionador para el espíritu humano, en este sentido, que saberse liberado de cualquier origen y destino divinos, y, además, inscrito sin prerrogativas especiales en el mismo nivel de realidad de los millones de seres con que comparte espacio en este planeta.
No es de extrañar, por tanto, que Darwin no sintiera ningún apego por la medicina ni interés por la teología. La ciencia de curar los males del cuerpo, por su propia limitación intrínseca, y la ciencia fantástica de imaginar una entelequia superior hecha a imagen y semejanza de la vanidad humana, no podían entusiasmar a una inteligencia rigurosa desarrollada en la inagotable fascinación por la multiforme apariencia de la vida. Como Empédocles o Sade, Darwin sintió al principio de sus investigaciones la llamada vocacional de la geología: los movimientos sísmicos y la morfología terrestre le parecían representativos de los atributos generales de la vida material. Fue así, rastreando con metódica curiosidad la constitución de rocas, grietas y estratos, como halló una figura esencial a su pensamiento: los fósiles. Los restos de organismos ya extinguidos hacía milenios. Las pruebas empíricas de que la vida tenía una larga historia, es decir, era producto de los cambios y las metamorfosis tanto como de la diversificación y la acomodación a un medio también cambiante. Como signos palpables de una naturaleza que tantea y se equivoca, el fósil y el monstruo, el residuo de la especie desaparecida y el subproducto de la especie en mutación o transmutación, constituyeron los conceptos nucleares del pensamiento darwiniano. Con un complemento imprescindible: el mecanismo de relevo de unas especies por otras en entornos que siempre resultan hostiles y a los que siempre se adaptan los organismos mejor preparados por una selección basada en el pragmatismo biológico y no en las cualidades inherentes a la especie.
Al señalar que la vida comete errores y puede ser en sí misma un error, Darwin subraya la carencia de finalidad de los procesos naturales. Uno de los aspectos más impresionantes de la teoría evolutiva (y uno de los menos aceptables para la reaccionaria teoría del así llamado "diseño inteligente", los antidarwinianos reciclados de nuestro tiempo) es esta idea de un proceso incontrolado que deleitaba a Darwin con su gratuidad y falta de trascendencia vital. Como dice Jeremy Campbell: “Donde Lamarck se detiene en la razonabilidad y confianza de la naturaleza, Darwin saborea sus excentricidades y desviaciones, incluso por momentos sus ridiculeces. Estaba en busca de lo marginal, de lo que funcionaba mal, para sostener su selección natural...He aquí la quintaesencia del darwinismo. Nada de creación especial, de adaptación perfecta, de sintonía dada entre la mente y el mundo”. En su visión, de un materialismo extremo, lo que garantiza la preservación de la vida no es un principio de ahorro sino de gasto y dilapidación, de derroche y exceso. La vida ha condenado a muchas especies a la extinción, generando otras al mismo tiempo con actos de una prodigalidad envidiable (y ésta es una verdad que el ecologismo institucionalizado, humanista en exceso, también se niega a aceptar). El orden natural se caracteriza así por la catástrofe y la destrucción a escala masiva, sin necesidad de que la especie animal más cruel y desaprensiva (la humana) haga su terrible contribución. Pero también por la creación y multiplicación de seres a un nivel inconcebible para los defensores ideológicos de la así llamada “vida”.
A pesar del tiempo transcurrido desde su formulación, las teorías ilustradas de Darwin sobre la evolución siguen suponiendo una provocación y una burla considerables para las estrechas categorías con que las culturas humanas y, sobre todo, las morales religiosas han tratado de encorsetar el orden natural, amoldándolo a los prejuicios más tradicionales. Por fortuna, las polémicas ideas de Darwin (afinadas hoy por el “neodarwinismo” beligerante de aguerridos seguidores como Dawkins) ponen todos estos tabúes y creencias convencionales en el lugar intelectual que les corresponde: el de la superstición y el engaño, la represión y el miedo, la cobardía y la pereza, auto-replicándose estos "memes" (como el egoísmo narcisista de sus homólogos biológicos, los genes) para garantizar su nefasto dominio sobre nuestros influenciables cerebros.
La revolución de Darwin se funda en esto, precisamente. En explicar por primera vez los procesos elementales de la vida con una inteligencia tan radical y desinhibida como la misma naturaleza de la que pretendía dar cuenta. Y, con ello, entregaría a los humanos, en plena era industrial, el más paradójico de los dones imaginables. La libertad de ser lo que queramos ser, sabiendo que nunca, así recurramos a las tecnologías más sofisticadas para modificarla, podríamos traicionar nuestra naturaleza.
4 comentarios:
Hay que reivindicar a Darwin, sí, pero cuidado con las desviaciones "peligrosas". Peligrosas no tanto por sus consecuencias políticas (darwinismo social) como por la tendencia al reduccionismo. Al hilo de tu referencia a los "memes", te recomiendo un articulito titulado: "Los memes: la teoría de los memos", de Elena Fernández Subirá.
Son personajes que por sus pensamientos y su gran capacidad lograron marcar diferencia y dejaron su legado, muy buen post, saludos
Y de repente el darwinismo y los neodarwinistas. Con esa idea de la evolución logró Darwin meter a las formas biológicas en el esquema de la legaliformidad. Lo mencionó Huxley: la evolución muestra que las leyes sujetan la continuidad y discontinuidad de las especies, sus extinciones son racionales, sus excesos explicables, sus carencias probabilisticamente explicables...
si hay un animal que representa el fin último de la naturaleza en términos evolutivos es el gato, que se dedica básicamente a dormir cuando y donde quiere; y lo más importante, no necesita saberse gato para serlo.
que son unos capos, qué coño.
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