lunes, 10 de mayo de 2010

VISTA DE LA REVOLUCIÓN EN EL TRÓPICO


[Mucho tiempo he esperado, como fan total de Guillermo Cabrera Infante, la aparición de Cuerpos divinos[i]. Anunciado muchas veces a lo largo de su vida como gran proyecto narrativo de su autor, había acabado haciéndome una idea del libro quizá excesiva. En todo caso distinta. La exclusión final del admirable Delito por bailar el chachachá, que en su primera publicación (1974, editorial Fundamentos) se presentaba como un fragmento de Cuerpos divinos y que luego sería publicada por Alfaguara en una colección homónima a mediados de los noventa, me confunde y, al mismo tiempo, confirma la concepción original del libro como un inabarcable conjunto de galaxias Gutenberg en expansión mallarmeana hacia el infinito. El texto unitario que se publica al fin bajo ese nombre, como aclara la oportuna nota editorial, participa más de la idea de finitud, de secuencia temporal unificada (una extensa sección o “tranche de texte”), y, con toda probabilidad, sólo ofrece una (magnífica, eso sí) limitada muestra de lo que habría sido el corpus gigantesco de Cuerpos divinos en caso de publicarse bajo el control artístico de su difunto autor.]



“Quisiera que la vieran [su contribución a la novela escrita en español]…como las bases inestables a un monumento futuro a la irrespetabilidad. ¡Basta ya de vacas sagradas! En la literatura, en la vida, en la política, en la historia, en el lenguaje: que nada humano sea divino”.


GCI, G. Cabrera Infante, ed. Fundamentos, p. 46.


“Las revoluciones son el final de un proceso de las ideas, no el principio, y es siempre un proceso cultural, nunca político. Cuando interviene la política –o mejor los políticos- no se produce una revolución sino un golpe de estado y el proceso cultural se detiene para dar lugar a un programa político. La cultura entonces se convierte en una rama de la propaganda. Es decir, las ilusiones de la cultura, el sueño de la razón, se transforman en pesadilla”.


GCI, Cuerpos divinos, p. 554.



Cinco años después de su muerte y cuarenta y dos después de su alejamiento oficial del régimen castrista, Guillermo Cabrera Infante continúa siendo el escritor en español más revolucionario del siglo veinte. Era, por idiosincrasia, un revolucionario del lenguaje y la cultura y, por tanto, un adversario visceral de cualquier concepción autoritaria del poder. La auténtica revolución cubana la realizó Cabrera Infante en la prosa profana e irreverente de sus libros y artículos. Esta obra póstuma, de título tan incitante, lo confirma sin tapujos desde la promiscuidad autobiográfica de la narración y el desdén programático a cualquier forma de pudor o hipocresía.


Como saben sus lectores, las relaciones especulares entre literatura y vida conforman el bucle donde se anuda toda la obra de Cabrera Infante. Prosiguiendo con los juegos carrollianos tan importantes para el ideario estético de su autor, este espléndido libro se presenta como un viaje al otro lado del espejo de la literatura, allí donde la realidad acecha en toda su crudeza, desnuda de artificios y ornamentos, velos y filtros, como muchas de las mujeres que comparecen en sus provocativas páginas. En este sentido, lo más sorprendente de estos Cuerpos divinos es la minimización de cualquier referencia al cine y la atenuación de los juegos de palabras, marcas del estilo inimitable y la idiosincrasia del autor, como para indicar el ingreso en un territorio distinto de la experiencia literaria, más confesional e íntimo, menos ficcional o fabulador.


Durante décadas anunció Cabrera Infante esta suma narrativa que desenredaría muchos de los nudos de su vida y obra[ii]. Publicada ahora, su condición inconclusa y su textualidad vulnerable son las cualidades estéticas más convenientes para la auto(bio)grafía de un artista singular que, pasada la treintena, revisa las vivencias anteriores al cumplimiento de esa edad determinante. La narración se concentra con impudicia en el turbulento período que abarca desde junio de 1957 (el mismo momento en que comenzaba La ninfa inconstante, su obra póstuma anterior, sobre la que ya tuve ocasión de escribir aquí) hasta la primavera de 1959, esto es, desde las postrimerías del régimen de Batista hasta los primeros meses del triunfo de la revolución. El brillante contrapunto entre los episodios de seducción sexual (la “dolce vita” tropical) y las experiencias políticas individuales y colectivas alcanza una resonancia simbólica que acaba de dar unidad a un libro bastante digresivo y sincopado. (Vista de la revolución, desde luego, y de más de un revolcón...)


De esta vibración unitaria daría testimonio la posdata última, fechada en 1962, donde Cabrera Infante se entrevista por última vez con su amigo Adriano (muerto después alcoholizado en el exilio) en un lugar emblemático de La Habana y de toda su literatura (el Malecón) para expresar su profunda decepción ante la nueva situación política, después de haber compartido entusiasmo años atrás con el advenimiento revolucionario, y su conciencia crítica y melancólica del fin de una era. En este cierre sentimental el autor se permite parodiar a la manera de Pierre Menard el memorable final de La educación sentimental de Flaubert, traduciendo el desengaño postromántico de sus protagonistas ("C'est là ce que nous avons eu de meilleur!", dit Frédéric. -"Oui, peut-être bien? C'est là ce que nous avons eu de meilleur!", dit Deslauriers) en una clave literaria posmoderna, excéntrica y exótica al mismo tiempo (“¿Te acuerdas? Fue aquélla la mejor época de nuestra vida”. -"Sí -le dije-. Es muy posible que fuera la mejor").


Siendo las revelaciones políticas (el autoritarismo temprano de Castro, su afán de poder absoluto) y las confidencias culturales (la idea, más etílica que ética, de la masculinidad de Hemingway) de enorme interés, debo confesar que la memoria erótica que recorre el espinazo del libro es, para mí, lo más gratificante y sugestivo (como una prolongación, quizá menos jocosa, de lo narrado con tanto humor en La Habana para un infante difunto). Por fin el autor desvela la génesis de su relación afectiva con uno de sus referentes vitales más poderosos: Miriam Gómez, la futura actriz de teatro y cine a la que conoce cuando ella es aún estudiante y pierde cuando se hace famosa y recupera para siempre, ya fuera de la cronología novelesca, en algún momento anterior a su exilio europeo[iii]. Es significativo que Cuerpos divinos concluya antes del reencuentro de ambos, como si el proyecto de esta autobiografía no-velada (algunos nombres ficticios, muchos hechos ciertos) impusiera la imposibilidad de un final feliz como reconocimiento del desolador fracaso utópico que está en su núcleo conceptual.


Como ya he dicho en otro lugar, el orbe narrativo de Cabrera Infante rota alrededor del efímero femenino como de un magnetizador erógeno de experiencias y sensaciones. Ningún otro escritor ha penetrado con tanta indiscreción en la mente y el cuerpo de las mujeres, recurrente objeto de sus correrías sexuales, rondas nocturnas y devaneos amorosos[iv]. La espectacular galería de mujeres de todo pelaje y condición (con preferencia, como sucedía ya en TTT, por las comediantas, de la vida o de la escena, las actrices o las modelos de cuerpos procaces y fotografiables) que desfila por estas páginas incisivas completa el fascinante cuadro felliniano iniciado en La Habana para un infante difunto y permite, además, reconocer los juegos de identidad con que en TTT desfiguró, con mano perversa, a muchas de las deseables mujeres que aquí, en pleno desparrame, aparecen restituidas, no sin ironía, a una dimensión más histórica y concreta de la realidad habanera.


La anécdota cómica que origina el título, cuando una conquista adolescente del narrador declara, ante los impedimentos ventrales de éste para consumar sexualmente el encuentro, que “no somos cuerpos divinos”, indica no sólo el propósito donjuanesco de Cabrera Infante, sino la filosofía pagana, la exuberancia libertina, de las que nacería tal actitud descreída: un hedonismo carnal que, asumiendo la escandalosa intrascendencia de la vida, transforma las relaciones con otros cuerpos en una ocasión placentera no exenta de humor, refinamiento e inteligencia.


[i] Guillermo Cabrera Infante, Cuerpos divinos, Galaxia Gutenberg, 2010.


[ii] Cuerpos divinos funcionaría como el “negativo” fotográfico realista de Tres tristes tigres. Muchos de los personajes, las situaciones y las anécdotas son fácilmente asimilables.


[iii] Nunca se insistirá bastante en el destino singular de Cabrera Infante como exiliado cubano que no eligió las soleadas costas de Florida sino la intempestiva y nublada vida londinense como refugio.


[iv] Modestamente, he querido rendir tributo a este aspecto de la obra del maestro (y, en especial, a ese manual de goces literales y literarios que es La Habana para un infante difunto) en la prolífica dimensión (hetero)sexual de Providence.

6 comentarios:

Madison dijo...

Si a ti te gusta, a mi me gusta.

JUAN FRANCISCO FERRÉ dijo...

Muchas gracias. Espero no decepcionarte. De todos modos, TTT y La Habana son sus dos obras maestras indiscutibles...

Anónimo dijo...

De acuerdo de que TTT sea una obra maestra, la leí hace algunos años y todavía tengo presente el placer sensual que me brindó el manejo del lenguaje de Cabrera Infante (y es o que no soy hispanoparlante nativo ni menos cubano, o sea que mucho se me habrá escapado, pero aun así: a real treat!)
Sin embargo también recuerdo pillarme pensando durante la lectura: oye, este tío no es capaz de construir ni una mujer integeligente en todo el libro, ni una figura femenina que sea más que "cuerpo", "naturaleza", "ignorancia", "objeto", que se escape des los casposos tópicos.
En contraste de lo que Usted dice sobre la capacidad de CI de "penetrar en la mente y el cuerpo de las mujeres" me atrevería a afirmar todo el contrario (por lo menos en lo que a TTT respecta, única obra que he leído de CI): penetraciones habrá habido, pero las figuras femininas en TTT me parecen ser más fruto de las penetraciones de CI en su propio coco (o sea de sus proyecciones un poco trilladas).
Saludos desde Alemania
Andreas

JUAN FRANCISCO FERRÉ dijo...

Agradezco tu comentario, de gran interés, pero no comparto algunas de tus opiniones. Con ellas podríamos descalificar del mismo modo a la mayoría de lo que entendemos por literatura de los últimos 200 años, por no remontarme más atrás. Que yo sepa, rara vez la literatura se alimenta de la inteligencia humana, sea ésta masculina o femenina. La diferencia entre Cabrera y otros autores hispanos no radica en lo que dices sobre los estereotipos de que se alimenta sino en el modo en que asume sin complejos la perspectiva masculina, la literaliza y extrema hasta producir, en cierto modo, una autocrítica sutil de su propia posición. Tanto en TTT como en La Habana y ahora en Cuerpos divinos esta dimensión de su obra es evidente. Por otro lado, los tipos de mujer de que habla con preferencia en TTT (atestiguados como reales gracias a Cuerpos divinos) no agotan el género, responden más bien a categorías tipificadas dentro de lo que él mismo criticaba como "habanidad de habanidades", subproductos del subdesarrollo cultural. En esto no difiere tanto quizá, a pesar de diferir en todo lo demás, del Pasolini que elige como objeto de deseo preferente al muchacho semianalfabeto de las borgate romanas.
Por otra parte, en Cabrera sí es posible encontrar mujeres inteligentes, unas deseadas y conquistadas y otras no. Entre las primeras: la mujer del escritor en TTT que cuenta su vida a un psiquiatra y que, con toda probabilidad, es Laura Díaz; Julieta Estévez y Margarita del Campo en La Habana; la propia Miriam Gómez en Cuerpos y alguna otra. Las segundas son muchas más, mujeres de la cultura y la literatura que, ay, no pasaron por la cama de Caín, como la gran Lydia Cabrera a quien rinde homenaje en Cuerpos divinos...
Así que no estoy de acuerdo en lo que dices. Precisamente, Cabrera ha hecho de las mujeres, de todas las mujeres, sin distinción social o cultural, desde su madre hasta Miriam Gómez, su compañera de vida adulta, uno de los más sensibles retratos de la literatura moderna.

Comprendo que cada vez que un individuo de sexo masculino aborda estas cuestiones (como yo ahora mismo) resulte sospechoso, pero gracias a escritores y artistas que no han temido a los prejuicios podemos conocer qué representan las mujeres, en toda su multiplicidad, para el sexo opuesto. Ojalá tuviéramos un catálogo simétrico de lo que las mujeres ven en sus inveterados "antagonistas" sexuales...

Anónimo dijo...

Muy de acuerdo con tus planteamientos, y muy grata la energía entusiasta de tu post y comentarios.
Cómo vibra siempre Cabrera Infante!

Madison dijo...

ES un placer leer comentarios tan interesantes.
Gracias