jueves, 22 de abril de 2010

PROVIDENCE FEEDBACK (15)

WE (ALL) ARE PROVIDENCE

RICARDO MENÉNDEZ SALMÓN

Revista Mercurio

Dos poéticas de peso dialogan en Providence, la más ambiciosa novela de Juan Francisco Ferré hasta la fecha, una de raíz narrativa, otra de carácter icónico, ambas gravitantes en torno a uno de los temas centrales de la novela y de nuestra época: el conflicto entre la realidad y sus simulacros, o dicho de otro modo, la abierta disolución de aquélla en éstos, siguiendo el paradigma propuesto por Barth a finales de los años 50 del pasado siglo, según el cual «la realidad no existe» y el objeto de la literatura consiste en probar tan disolvente tesis.

El protagonista de Providence, Álex Franco, resulta el mejor epítome houellebecquiano que ha propuesto nuestra narrativa. Houellebecq, a quien tengo por uno de los lectores de privilegio del malestar de la época, ha construido, desde Ampliación del campo de batalla a La posibilidad de una isla, pasando por ese logro mayor que es Las partículas elementales, una de las más conspicuas representaciones del varón blanco europeo tras la muerte de las ideologías. Esa representación se encarna en una voz misógina, racista, logorreica, apolítica y descreída, cuyo horizonte de intereses se reduce al dinero (la figura abstracta del poder) y el sexo (su figura material), los rostros de Jano con que llenar el vacío de una existencia anómica.

Ferré recoge en Providence el impulso de Houellebecq y organiza el material narrativo de su novela al servicio de un miserable moral ante el que resulta imposible no descubrirse y, a la vez, no sentirse asqueado. Es el triunfo de la ausencia de ética. El sujeto, que ha dejado de creer en todo menos en su propio instinto, deviene un campeón del nihilismo, un caníbal con licenciaturas. De ahí que, en una sociedad concentracionaria (al modo de Bolaño en 2666, Ferré describe América como un gigantesco campo de concentración), la supervivencia pase por la impiedad. Las academias del buen gusto y de la frónesis han muerto. Sólo quedan en pie las viejas pulsiones eróticas y tanáticas, filtradas ahora por los juegos de la hiper o de la hiporrealidad.

Pero además Álex Franco hace películas, y la historia en la que se ve enredado proyecta la sombra de la otra gran poética de la novela, la de David Cronenberg, el cineasta vivo que con mayor fortuna ha reflexionado acerca de la relación entre cuerpo y tecnología (imposible leer Providence sin pensar en Videodrome y en ExistenZ), acerca de los vínculos entre el placer y la muerte (el eco de Inseparables o de la ballardiana Crash recorre así mismo ciertos tramos de la narración) y a propósito de la evidencia de que el sujeto contemporáneo vive preso de un mundo de corporaciones, contubernios y conspiraciones (y ahí acude a la memoria Scanners, obra magna de la década de los 80 y, como el propio Ferré acaso suscribiría, cine fantapolítico a nivel molecular).

Partiendo de estas atractivas fuerzas, Ferré construye su novela sobre el mito fáustico del intercambio (la Dignidad a cambio del Éxito) y propone una aventura por momentos mágica (episodios como el de Martha’s Vineyard en torno a la metáfora del tiburón blanco resultan memorables), a veces irritante (los tramos de softcore llegan a resultar anafrodisiacos, al menos literariamente), en la que la figura de Lovecraft, patrón intelectual de la puritana Providence, permite paso a una trama detectivesca que no agota esta alucinación infecciosa y notable, que indaga a escala planetaria en las miserias que La fiesta del asno, su anterior novela, auscultó a nivel local.

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