Apenas
cinco semanas han bastado para que todo el mundo sepa a qué juega Trump en su
segundo mandato presidencial. Lo que nadie sabe es qué quedará en pie cuando
pasen los cuatro años de este huracán de arrogancia y malos modos del inquilino
de la Casa Blanca, la fachada farisea de América. Si hay alguien que encarne
hoy la voluntad de poder de un imperio, no es el genocida Putin, un actor
secundario, sino el brutal Trump, que ha resucitado a su cómplice ruso para que
la esperanza de una revolución neoconservadora en Occidente no se desvanezca.
El extraño
caso de Trump es el de un doctor Jekyll que llevara acoplado a Mr. Hyde, el
hombre y el monstruo superpuestos en la misma imagen. Trump es un “freak”, un
fenómeno de feria que ha convertido la política americana en un espectáculo
degradante con el fin de complacer al 30% de los votantes que lo apoyan a muerte
haga lo que haga. Da miedo pensar en los millones de ese ejército de clones,
una legión de zombis a las órdenes del emperador maléfico que los conduce a la
guerra contra todo lo que amenace sus valores arcaicos.
Tenía razón
Rushdie cuando comparaba a Trump con el Joker, un payaso patológico y agresivo
que actúa al servicio del imperio capitalista neoliberal con todo el poder en
sus manos para hacer mucho daño. Se le ha visto con Zelenski, judío ucraniano
al que ha humillado sin tapujos para demostrarle quién manda en el mundo y
quién obedece porque es inofensivo y vulnerable.
El problema
en este tablero geopolítico que ha explotado, diseminando piezas y cambiando
las reglas, lo representamos los europeos, jugadores de segunda mesa que vemos
con estupefacción la impotencia grandilocuente de nuestros líderes y las
maniobras groseras del aliado transatlántico. Incapaces de plantear una
alternativa válida a la situación en Ucrania que frene las ambiciones
criminales de Trump y Putin, y de significarnos en el conflicto con una voz
única que imponga el valor de la ética y la política frente a la inmoralidad de
los intereses y las ganancias.
Al final, las “tierras raras” son las de la Europa de los pequeños egos nacionales y las pequeñas naciones aún más egoístas. Es nuestro mal y la debilidad que Trump, el sheriff interino del distrito occidental, olfatea como un depredador. Hace mucho tiempo, por temor a nuestras derivas más oscuras, apostamos por la pequeñez y la mediocridad y así nos va. No nos quejemos. La lucidez es nuestra mayor virtud y nuestra mejor arma. No erremos el tiro. Es hora de despertar.