lunes, 9 de diciembre de 2024

SUPERINTELIGENCIA

[Yuval Noah Harari, Nexus, Debate, trad.: Joandomènec Ros, 2024, págs. 605] 

          No hay que tenerle miedo a la inteligencia artificial (en adelante, IA). Hay que dejar de temer a esta superinteligencia que los humanos, en nuestra falibilidad extrema, hemos generado para controlar un mundo cada vez más complejo y exacto. Cuanto más vemos a diario que los seres humanos nos esforzamos por estar a la altura de las circunstancias, más palpamos los límites de nuestros talentos y habilidades, fuerzas y capacidades.

Si algo han demostrado los humanos a lo largo de la historia, como bien nos cuenta Harari en este espléndido e instructivo libro, además de la ignorancia y la brutalidad de nuestras peores tendencias, es la necesidad y la importancia de las redes de información para la conformación de sociedades y civilizaciones que garanticen la evolución de la especie hacia mayores cotas de racionalidad, es decir, de libertad, igualdad, justicia y eficacia. La eficiencia no se improvisa, no es producto de la grandeza de unos períodos sobre otros, o de la primacía de unas culturas respecto de otras. La eficiencia es un valor unido a otros y no se alcanza nunca si por medio se cruzan conspiraciones de poder, ambiciones totalitarias, religiones o supercherías analfabetas.

Harari, pensador de moda, se ha convertido en un referente global sobre cuestiones candentes del mundo contemporáneo. La materia de la IA es una de las más inquietantes para la mayoría de ciudadanos del siglo XXI que comienzan a acostumbrarse a vivir en un entorno de ciencia ficción sin haberse habituado a pensar con categorías adecuadas. Uno de los primeros problemas planteados por estas nuevas tecnologías nace de este conflicto entre mentes programadas por valores morales y culturales en franco declive, los derivados de la cultura humanista, y supermentes artificiales que evalúan la experiencia y la información con criterios de una hiperracionalidad inhumana.

Como dice Harari, la originalidad total de la IA, a la que también denomina inteligencia extraña o ajena (“inteligencia alien”), es la de ser la primera tecnología de la historia capaz de tomar decisiones y de generar ideas por sí misma. Es la primera tecnología, por tanto, generada por un ser inferior que da origen a un ser superior con el fin de que controle, verifique y fiscalice la complicada realidad en la que vive inmerso el ser creador. Jugando con las metáforas y las mitologías, a las que Harari atribuye un papel fundamental en la historia humana, es como si una criatura subalterna creara una divinidad superior para que ejecute tareas y acciones que se sintiera incapaz de realizar ella misma. Hemos construido un mundo de información tan sofisticado que necesitamos máquinas superinteligentes para gobernarlo. Aquí nacen todas las incertidumbres, inquietudes e interrogantes que Harari examina con rigor y agudeza en las tres partes y los once capítulos del libro.

Las redes de información primigenias, las múltiples formas de escritura, los documentos y archivos, las bibliotecas babélicas, la revolución de la imprenta, la evolución científica y, por fin, la invención del ordenador o el computador, en la genealogía de Harari, parecerían estar cumpliendo con las estaciones de un itinerario prefijado, con sus accidentes y catástrofes, de modo que la IA representaría el punto final de la evolución del cerebro y la inteligencia humana sobre la Tierra. No conviene fomentar, por tanto, el temor a los peligros de esta tecnología radical, fundada en la información, pero sí hacer caso al autor en la detección y prevención de las posibilidades siniestras que la aparición en el escenario de la historia de estos “nuevos dioses”, como los califica Harari, podrían significar para la supervivencia de los humanos.

Podríamos incluso pensar que una IA habría necesitado muchas menos páginas y palabras para formular muchas de las brillantes especulaciones y reflexiones que Harari escribe en este libro. Pero, desde luego, no existe ninguna garantía de que lo hiciera desde una posición en la que aún pueda gozar del crédito que los humanos atribuimos, en esta fase de transición, a los pensadores y analistas de nuestra especie.