La
preservación del sistema capitalista espectacular en este período crítico de su
evolución pasa por la hipocresía y la demagogia. La hipocresía y la demagogia
de simular la creación de unas condiciones políticas más seguras y reguladas
del capitalismo que excluyan la corrupción pública y privada y el
enriquecimiento desmedido, que gestionen con acierto las esperanzas e ilusiones
de la mayoría y pongan límites a la codicia y distribuyan con mayor justicia la
riqueza entre los ciudadanos. Nadie podrá negar que entre estos extremos se
sitúa la dialéctica de un mundo tan turbulento como el actual: entre la
indignación impotente y la violencia revolucionaria, entre la represión brutal
y la mistificación humanitaria, entre la irracionalidad expansiva del sistema y
las tentativas fallidas de domesticarlo, entre la desesperación patológica de
los excluidos y el fascismo defensivo de los incluidos...
[Zygmunt Bauman y Carlo Bordoni, Estado de crisis, trad.: Albino Santos Mosquera, Paidós, págs. 205]
Cuando hablamos de política damos por hecho con
demasiada facilidad que las categorías intelectuales que hasta hace tres
décadas eran válidas para analizar la realidad de las sociedades democráticas
lo siguen siendo hoy. Nada más engañoso, por tanto, que discutir sobre el estado
de cosas actual dando por acreditadas una serie de ficciones políticas ya
desmanteladas o, como diría Bauman, “liquidadas” por la historia. Categorías
puestas en cuestión tan radicalmente que resulta imposible acertar un
diagnóstico sobre los males actuales de las sociedades occidentales si no
percibimos antes su bancarrota intelectual.
Más que un enjundioso dialogo entre
dos reconocidos expertos este libro podría ser considerado un breviario de
ideas sobre el presente, un lúcido manual de consulta para cuestiones
esenciales del mundo global, un sesudo estudio del estado de la cuestión en
problemas contemporáneos de ardua resolución que sorprende tanto por lo
exhaustivo de los planteamientos expuestos y lo informado de las respuestas
como por la agudeza de sus diagnósticos.
Elaborando un sumario apresurado se
podría concluir que las sociedades avanzadas del siglo veintiuno se enfrentan a
un entorno complejo y caótico donde todo lo que se daba por garantizado se
volatiliza. Para empezar, el estado nación naufraga como ente desprovisto de
eficacia en un contexto globalizado donde el capitalismo impone escenarios de
liquidez financiera e impotencia reguladora. Como evidenció la reciente crisis
económica, el estado se enfrenta a un espacio cibernético de circulación
dominado por poderes transnacionales que solo responden a sus intereses
corporativos. Ante esta situación, bien poco pueden hacer los gobiernos
nacionales, sometidos por la deuda a los mismos operadores que manejan los
flujos financieros en el casino global, y mucho menos los ciudadanos,
ensimismados en el consumo desesperado y la supervivencia laboral, a quienes se
había convencido de que la democracia electoral les atribuía una cuota de poder
simbólica.
Analizado con realismo, como hacen Bauman y Bordoni,
el fin de las promesas de la modernidad abre un horizonte de acontecimientos
nada halagüeños. No solo la política ha permitido que la economía se apodere
del escenario mundial con sus crasos argumentos, condenando a la mayoría de los
actores a la irrelevancia, sino que lo ha hecho, como atestigua el desastre de
la última década, hipotecando la realidad al modelo de gestión más vampírico de
la historia: el capitalismo neoliberal.
El giro financiero del capitalismo (ese proceso
en que el dinero, secundado por el suelo urbano, se transforma en el recurso
prioritario de explotación) acarrea como secuelas la bancarrota del contrato
social y la expansión de la miseria. En tal estado crítico, se genera una
escisión radical entre la minoría adinerada que acapara el máximo de beneficios
de la especulación financiera y la mayoría masificada que se entrega a un
consumo desenfrenado de bienes materiales y cachivaches tecnológicos que incorporan a sus vidas
privadas para intensificar los déficits emocionales de las relaciones y constituir
comunidades artificiales.
Surge así, según Bauman, el concepto de
posdemocracia para redefinir el sistema político conforme a los presupuestos de
la “vida líquida”: supremacía de los mercados bursátiles, apatía electoral,
gestión mezquina de los recursos económicos, subcontrata neoliberal del sector
público y privatización de las funciones estatales, decadencia del estado de
bienestar, prevalencia de las corporaciones, políticas espectaculares,
formalización jurídica del procedimiento democrático, flagrante vacío
ideológico, propagación del ideal de “felicidad a través del consumo”.
Con todo, el principal factor de conflicto
radicaría en la condición global de los problemas a que se enfrentan los
estados nacionales con una caja de herramientas desfasada, instrumentos
políticos insuficientes para responder a las demandas de una ciudadanía cada
vez más acomodada con cinismo a un modo de vida donde nada se parece a lo que
conocieron las generaciones anteriores.
De ese modo, la transformación fundamental la
cifra Bauman en “el salto a la totalidad imaginada de la humanidad”.