miércoles, 17 de septiembre de 2025

MÁS ALLÁ DE LO HUMANO Y LO DIVINO (volumen 4)

 

    Cuarta entrega del podcast MÁS ALLÁ DE LO HUMANO Y LO DIVINOEn esta ocasión hablamos del placer y del dolor en torno de la inmensa obra de Ernst Jünger y más allá, como siempre. El placer y el dolor, es decir, el placer de vivir y el dolor de estar vivo, o lo que es lo mismo, de los muchos placeres de la vida y los otros tantos dolores, y viceversa, del mucho dolor, en suma, y del sumo placer de existir…

martes, 2 de septiembre de 2025

PANEGÍRICO NEOYORQUINO


 [N. K. Jemisin, La ciudad que nos unió, Random House, trad.: David Tejera Expósito, 2024, págs. 465] 

        Algunos estudiosos creen que vivimos en lo que llaman la “era de Lovecraft” (ver libro homónimo editado por Carl H. Sederholm y Jeffrey Andrew Weinstock). Un período de la historia donde las ficciones del maestro de Providence han alcanzado un nivel de relevancia e influencia absolutas, tanto en el imaginario como en la realidad. Esa influencia puede ser positiva o negativa, crítica o reverente, pero es en cualquier caso la demostración de que Lovecraft acertó al escribir un tipo de narraciones que, con el paso del tiempo, se han vuelto fundamentales para la comprensión de determinados aspectos paradójicos de la vida contemporánea.

          Escritores como Victor LaValle o Matt Ruff y escritoras como Caitlín Kiernan o N. K. Jemisin, cada uno a su modo singular, cada una con su estilo y su bagaje cultural, responden a las ficciones de Lovecraft con una aguda conciencia de lo que significa escribir ficción en una época convulsa como esta. El tiempo del Antropoceno, el Capitaloceno o el Chthulhuceno, como lo llama la teórica Donna Haraway. Entre todos ellos, quizá sea la afroamericana Jemisin quien, con esta bilogía novelesca (“La ciudad que nos unió”, 2020; “El mundo que forjamos”, 2022) consagrada a las mutaciones recientes de la ciudad de Nueva York, mejor ha sabido aplicar con ironía y sentido crítico las lecciones de la visión lovecraftiana del mundo, invirtiendo sus categorías y mitos para hacerlas corresponder a un mundo multicultural y diverso. Un multiverso genuino.

Además de Lovecraft, la otra gran influencia para narrar una conspiración insidiosa y tentacular contra la ciudad de Nueva York y sus habitantes es la narrativa de China Miéville y, en particular, sus novelas donde la fantasía y la ciencia ficción se alían para dar cuenta de mundos paralelos, realidades alternativas, multiversos marvelianos y demás engendros de la razón científica o la imaginación fantástica que aparecen en novelas como “La estación de la calle Perdido”, “La ciudad y la ciudad” o “Kraken”.

          Jemisin pone en marcha un mecanismo narrativo de resonancias metafóricas que pasa por dos fases, a cuál más estimulante. En primer lugar, se sirve de la premisa de que las grandes ciudades, a partir de cierto nivel de autoconciencia, cobran vida, como un ente, alcanzan un grado de existencia superior que las convierte en seres con identidad propia y autonomía total. Así sucede con Nueva York, al comienzo de la novela, como antes había sucedido con Hong Kong y São Paulo. En segundo lugar, para preservar el cosmopolitismo de la ciudad así constituida contra las amenazas internas y la confabulación de poderes extraños que pretenden evitar su nacimiento, cada distrito de la ciudad se personifica a través de un personaje dotado de superpoderes y de una visión trascendental de la situación.

En el caso de Nueva York, cada uno de estos superhéroes prosaicos se asocia con sus cinco distritos y sus múltiples barrios más alguna vecina cómplice: la lesbiana sexagenaria Bronca, artista indígena y gestora del centro de arte del Bronx; el misterioso afroamericano recién llegado Manny, de pasado turbio y presente ambiguo, como encarnación de Manhattan; la ex rapera llamada Brooklyn, abogada de mediana edad y concejal afroamericana de esta ciudad; la estudiante hindú Padmini, experta en cálculos prodigiosos y ecuaciones cuánticas, como avatar exótico de Queens; una treintañera irlandesa reacia y rebelde, Aislyn, asume la personalidad de Staten Island, el distrito menos integrado; la joven Veneza, fascinante mestiza afroamericana y portuguesa, personificando con encanto a Jersey City; y, finalmente, el personaje que los conecta a todos, Nik, el avatar de Nueva York, un grafitero y chapero negro, desnutrido y sin hogar.

Como se ve, Jemisin celebra en estos personajes aquellos valores que Lovecraft, durante su estancia neoyorquina, más aborrecía: la mezcla racial, la promiscuidad y diversidad sexual, etc. En esta aventura inicial, el combate cosmogónico de la pandilla de “vengadores” contra las fuerzas del mal (“el Enemigo”) se sustancia en evitar que los neoyorquinos sean abducidos por unos alienígenas de tentáculos blancos liderados por la Mujer de Blanco, una villana carismática que encarna la monstruosidad inhumana que pretende apoderarse del espacio urbano para someterlo a su lógica social, política y económica. La alegoría está servida con ingenio literario y recursos de cómic. En la secuela, como veremos, el combate continúa...

***

 [N. K. Jemisin, El mundo que forjamos, Random House, trad.: David Tejera Expósito, 2025, págs. 384] 

Si el primer volumen de la bilogía de las “Ciudades Grandiosas” nació de un relato independiente, que figura levemente alterado en la introducción del mismo, este segundo volumen surge como continuación del anterior, secuela de su planteamiento inconcluso y su trama sin resolver. El tránsito semántico del título de la primera novela (“La ciudad que nos unió”) al título de la segunda (“El mundo que forjamos”) ya indica la evolución de la historia, desde un origen que aglutina a un destino que construye.

Nada más empezar la narración, en el prólogo, aparece la voz narrativa de Nik, personaje que encarna en su totalidad a la ciudad de Nueva York, para tomar las riendas de la historia tres meses después de los traumáticos acontecimientos que marcaron la primera entrega e informar al lector del estado de cosas en la ciudad y también del estado vital de los demás avatares urbanos. Esa misma voz reaparece en la coda, tras todas las peripecias vividas por este grupo de superhéroes enfrentados a las fuerzas de un mal procedente del multiverso, un siniestro ente lovecraftiano llamado R´lyeh, para proporcionarle un final feliz a la historia de amor entre él y Manny, el dubitativo avatar de Manhattan.

          De ese modo, las dos líneas narrativas principales de “El mundo que forjamos” se cargan de componentes políticos más explícitos que se resuelven, en la batalla final, con una prodigiosa dosis de fantasía e imaginación. La primera línea se centra en las elecciones a la alcaldía de Nueva York donde se enfrentan en desigualdad de condiciones Brooklyn, avatar afroamericana del distrito homónimo, y Pánfilo, el representante republicano y aliado indispensable de R´lyeh en su deseo de destrucción de la singular vida neoyorquina. La segunda línea, más global, narra los esfuerzos por organizar una cumbre de grandes ciudades mundiales con objeto de implicarlas en la defensa de Nueva York contra los insidiosos tentáculos del archienemigo.

La primera línea se revela la más previsible, mientras la segunda permite realizar una ingeniosa gira mundial para poder reunir una asamblea de ciudades que finalmente se acaba celebrando en la isla de la Atlántida, la primera ciudad de la historia en haber sido destruida por R´lyeh, inspirada en la “Nueva Atlántida” de Francis Bacon y reinventada por Jemisin para la ocasión como una especie de república ideal a la que las ciudades convocadas deberían mirar como modelo utópico. Detrás de esta alegoría novelesca subyace una idea sugestiva de lo que significan las ciudades en el siglo XXI: territorios de dominio de la libertad y la multiplicidad de culturas y costumbres, espacios dinámicos de convivencia e intercambio productivo para el desarrollo tanto de los individuos como de las comunidades.

En la victoria metafórica de las ciudades de esta dimensión sobre la invasora ciudad de otras dimensiones, en un combate en suelo neoyorquino en el que participan París y Sao Paulo, Barcelona y Estambul, Tokio, Seúl y Hong Kong, Londres y Bombay, son los ideologemas culturales y no solo el armamento lo que se moviliza contra el poderío del peligroso adversario, cuya única pretensión es acabar con la riqueza y pluralidad de la experiencia humana en la ciudad. Que la explotación inmobiliaria, la corrupción policial y política, el supremacismo racial, la homofobia y la xenofobia, la gentrificación y la exclusión social sean algunas de las armas estratégicas de R´lyeh demuestra que Jemisin ha tomado el partido antagónico de Lovecraft para celebrar la vibración de las multitudes y la creatividad de las minorías, la exuberancia multicultural y la permanente novedad de Nueva York. 

lunes, 18 de agosto de 2025

MÁS ALLÁ DE LO HUMANO Y LO DIVINO (volumen 3)


Tercera entrega del podcast MÁS ALLÁ DE LO HUMANO Y LO DIVINO. En esta ocasión hablamos, sin pelos en la lengua, del ardor de los Vedas y de la corrupción imperante en la política occidental, de los escritores santurrones y los monaguillos de la derecha y la izquierda cultural, de la idolatría machista de Putin, de la misoginia y de los bucles de la masculinidad, de la autobiografía psíquica y de los secretos sexuales de los escritores y los artistas, del fin del mundo y del fin del capitalismo, de la teleserie y el videojuego The Last of Us, de la trilogía MADDADDAM de Margaret Atwood y de mi novela El Rey del Juego, de la Inteligencia Artificial y del Supremo Hacedor, entre otros muchos temas.

viernes, 8 de agosto de 2025

ANIMALADAS


  [Publicado en medios de Vocento el martes 5 de agosto] 

  El humano es el único animal que hace de la muerte una cultura y una política. 

          El humano es el único animal que mata a otros animales por placer. Llamarlo sadismo es simplificarlo. Pienso en esto mientras veo, impresionado, “Tardes de soledad”, la película de Albert Serra sobre la fiesta de los toros. Me había negado a verla por un rechazo visceral a la crueldad de su objeto, la tortura pública de un animal transfigurada en sacrificio primitivo. Ahora la estrena Movistar Plus, acompañada de una entrevista a su director en la que reivindica la inteligencia del cine frente a la brutalidad de la tauromaquia. Y me rindo a la idea y la comparto, pese a todo. La mirada impasible de la cámara no legitima filmar cualquier cosa. Un documental reciente sobre la cineasta nazi Leni Riefenstahl así lo muestra.

Al principio, las caras totémicas de dos toros de lidia, piel negra bañada por la luz de la luna, miran a la cámara fijamente, en primer plano, nos miran a nosotros, los espectadores, con gesto imponente. Qué sentido tiene esto, nos preguntan esos ojos negros y esos belfos babeantes. Para qué nos hacéis esto. Veo el resto de la película sobrecogido por la verdad culpable de esas imágenes. Y la coreografía escalofriante de sus secuencias de toreo se revela puramente cinematográfica. No detecto ahí la supuesta belleza de la corrida ni el heroísmo del matador de toros. Hace bien Serra en excluir al público taurino. La soledad del espectador ante la pantalla lo enfrenta al grosero papel del espectador en la plaza.

La cobardía atávica de quien asiste al linchamiento del animal sin correr peligro alguno es análoga a la impotencia que se siente al ver los coches de caballos recorriendo las calles turísticas de Málaga. El maltrato convierte a esos caballos en imágenes ambulantes del sufrimiento ciego y el dolor silencioso. Cada vez que veo esta atrocidad permitida por la ley me acuerdo del caballo herido del “Guernica” de Picasso, ese heraldo del terror y la destrucción. No me extraña que Swift, en “Los viajes de Gulliver”, imaginara un mundo más evolucionado regido por caballos inteligentes, donde los humanos eran tratados con desprecio como especie inferior.

El humano, por cierto, es el único animal que mata a sus semejantes en nombre de entelequias políticas o de pasiones mezquinas. Llamarlo sadismo, una vez más, es simplificarlo. La masacre en Gaza y en Ucrania no tiene nombre. Y permitimos esa infamia, como la carnicería de los toros y la mortificación de los caballos. La barbarie ancestral. El corazón de las tinieblas. El horror, el horror. 

martes, 29 de julio de 2025

IMPOSIBLE DUELO


[Han Kang, Imposible decir adiós, Random House, trad.: Sunme Yoon, 2024, págs. 252] 

       Cuando una autora recibe el Premio Nobel y esa autora pertenece, además, a una literatura periférica, como ocurre con Han Kang, escritora coreana de prestigio internacional ya antes de la nobelización, o con Olga Tokarczuk, escritora polaca de envergadura mundial, la ocasión debe ser celebrada doblemente: que sea una mujer y que proceda de literaturas excéntricas, que suponga, en este sentido, la afirmación de una voz original en una lengua singular y minoritaria. En el contexto de la literatura mundial, la globalización de la novela como género principal favorece esta clase de reconocimientos.

No se puede leer esta novela de Han, la undécima suya, publicada en Corea en 2021, sin conectarla, como exige la autora, a una novela anterior, Actos humanos, publicada en 2014 y traducida al español en 2018. Muchos elementos de esa novela reaparecen en esta, estilizados e intensificados. Donde antes la polifonía narrativa estructuraba un relato colectivo sobre el dolor y la memoria ante una masacre histórica como la de la ciudad de Gwangju en 1980, bajo la dictadura militar, ahora es la voz íntima de un avatar ficcional de la autora la que canaliza la recuperación de la memoria de una matanza situada en la isla de Jeju en los años de la Guerra de Corea.

Pero Han es una novelista con una poderosa tendencia a la escritura poética, como demuestran La vegetariana (2007), su obra más conocida y celebrada, y Blanco (2016): el registro lírico, cargado de metáforas y símbolos, ancla su prosa en una dimensión espaciotemporal difusa, donde el pasado y el presente, lo temporal y lo intemporal, lo natural y lo histórico, lo real y lo onírico, se entremezclan hasta constituir un mundo de compleja belleza. Un mundo, por cierto, donde la belleza apenas compensa el horror y el dolor de estar vivo. No es casual, por tanto, que la novela comience con el sueño recurrente de una escritora que parece indicar que la terrible temática de su libro recién terminado no consigue cicatrizar, como una herida, y sangra todavía.

Esta evocación del período en que Han trataba de liberarse de la pesadilla de escribir Actos humanos sirve de prolegómeno a los sueños invasivos que la arrastran de un modo inexorable a escribir Imposible decir adiós, estableciendo una filiación umbilical entre ambos libros. En este caso, la mediación la establece la relación entre la narradora Gyeongha y la amiga fotógrafa, Inseon, natural de Jeju, y los traumas de su madre, Jeongsim, que perdió siendo una niña a su hermano mayor, asesinado en apariencia durante el genocidio anticomunista de los isleños.

El relato onírico impregna la novela y le confiere a la narración una apertura psíquica por la que se filtran el inconsciente individual y el colectivo, la evocación más o menos distorsionada de las matanzas y las secuelas sociales de las mismas, la recurrencia del mar como símbolo de la profundidad de la memoria y el olvido, los sueños obsesivos y, sobre todo, la comunicación extrasensorial, la transferencia de historias, entre las dos mujeres: una, Inseon, postrada en la cama de una clínica de Seúl, recuperándose de un accidente que le ha amputado los dedos de una mano, y la otra, Gyeongha, encerrada en la casa familiar de Inseon en Jeju, recopilando toda la información y los recuerdos subjetivos de la tragedia, bajo las acometidas de una tormenta de nieve y un apagón eléctrico.

La historia es horrible, como decía Sartre, algo en lo que vivimos atrapados y de lo que solo deseamos escapar, y siempre implica una victoria del poder sobre la justicia y la libertad de los pueblos. Esta hermosa e inquietante novela de Han Kang comparte la idea y demuestra que la memoria histórica no cura las heridas, pero sí la memoria poética, la memoria novelesca de los actos atroces que unos seres humanos cometen contra otros seres humanos en nombre de falacias y entelequias ideológicas. La literatura contra el olvido y la desmemoria.

martes, 8 de julio de 2025

MÁS ALLÁ DE LO HUMANO Y LO DIVINO (volumen 2)

 

    Segunda entrega del podcast MÁS ALLÁ DE LO HUMANO Y LO DIVINO. En esta ocasión hablamos, a partir de Los seductores, la reciente novela de James Ellroy sobre el asesinato de Marilyn Monroe, del mundo de Hollywood y el cine hermético, La Dalia Negra y la novela policial, el canon de Harold Bloom, el barroco y el neobarroco, Athanasius Kircher, el teatro de la memoria de Giulio Camillo, Terra Nostra, Lezama Lima, Il sorpasso, Frank Henenlotter, Jess Franco, el cine barroco de Stroheim y de Sternberg, Marienbad, Antonioni, Alphaville, Tarkovski, Los pájaros

lunes, 30 de junio de 2025

CAMPO DE JUEGO


[Richard Powers, Patio de recreo, trad.: Teresa Lanero, AdN, 2025, págs. 480] 

Los años de estudio habían convencido a Evelyne de que las mantas eran mucho más inteligentes de lo que el mundo sospechaba. Había dedicado demasiadas décadas a su observación minuciosa para que la prohibición del antropomorfismo la acobardara. Lo que empezó, siglos atrás, como una sana salvaguarda contra la proyección se había convertido en una insidiosa contribución al excepcionalismo humano, la creencia de que en la Tierra nada se asemeja a nosotros en ningún aspecto. A su edad, Evelyne Beaulieu ya no tenía tiempo para autocensuras ñoñas. Como buena empirista, no reparaba en poner nombre al comportamiento que tenía frente a ella. La forma en que el Solitario se entretenía con las burbujas lo dejaba bastante claro. Había que llamarlo como indicaban las pruebas. Había que llamarlo como lo que parecía: ese pez gigante semejante a un ave estaba jugando.

El juego era la manera con que la evolución construía cerebros, y estaba claro que cualquier criatura con un cerebro tan desarrollado como la manta gigante oceánica lo utilizaría. Si quieres que algo sea más inteligente, enséñale a jugar. 

-Richard Powers, Patio de recreo, p. 81-

 

          Esta es una novela de ciencia ficción rara. Una novela de ciencia ficción que contiene mucha ciencia y no poca ficción y se atreve, además, a poner en cuestión, sin proclamarlo, los fundamentos convencionales de la ciencia ficción. En el curso de su narración aparecen criaturas marinas más extrañas que cualquier forma de vida alienígena y máquinas más avanzadas y prodigiosas que las conocidas hasta hoy. Una tecnología, por cierto, que revoluciona el modo humano de concebir el medio marino, posibilitando incluso la resurrección y la pervivencia narrativa de los muertos y la escritura de ficción.

Es una magnífica novela en la que la ciencia ficción se aleja de la idea estereotipada del género para mostrarnos cómo el discurso de la literatura (sea literatura de laboratorio o ficción sobre el cambio climático) puede servir al conocimiento más riguroso del planeta que habitamos, a despertar la conciencia de su multiforme realidad, y a transformar ese modo de vida y de relación con la dimensión acuática del mismo. La ciencia es aquí el fundamento de las exploraciones de la ficción al mismo tiempo que la ficción funciona forzando las categorías de la ciencia a asumir la extrapolación, la especulación y la fabulación como herramientas de descubrimiento e inteligencia del mundo. Y todo ello para deleite e iluminación de los lectores.

No es la primera vez que Powers escribe una novela como esta. Desde sus comienzos en los años ochenta, los poderes inventivos de Powers han revestido el propósito cognitivo de describir niveles insólitos y facetas increíbles de la experiencia humana y no humana en el planeta Tierra. Sin ir muy lejos, su galardonada novela El clamor de los bosques (2018) era una epopeya ecológica de ambición extraordinaria sobre la vida arbórea y quienes buscan protegerla de los desmanes de la explotación capitalista.

Patio de recreo narra, en capítulos alternos, una historia enredada en la que los cuatro personajes principales comparten un vínculo más allá de la vida y la muerte: un genio informático de cerebro enfermo, Todd Keane, creador de una IA (Profunda) omnipotente y omnisapiente; su amigo del colegio en Chicago, el genial afroamericano Rafi Young, siempre competitivo y protestón; el amor absoluto de este, la artista activista Ina Aroita, oriunda de Hawái; y la oceanógrafa de Montreal y buceadora pionera Evelyne Beaulieu, sirena amante del mar y de los habitantes de las profundidades oceánicas. 

Todos estos personajes acaban reunidos en el desenlace en la maravillosa isla de Makatea, como en una versión posmoderna de La tempestad (1611) de Shakespeare, uno de los referentes esenciales de la novela, en la que el papel del mago renacentista Próspero lo desempeñaría Keane, dueño de una tecnología cibernética superior a la magia que obra el milagro de reconciliar a todos estos personajes en la recreación virtual de una isla micronesia, de arenas blancas y aguas azules, que es también la novela-simulacro donde viven en paz como inmortales. Tampoco es la primera vez que Powers introduce en su compleja narrativa, para clausurarla, el bucle metaficcional generado por un cerebro artificial, como ya sucedía en Galatea 2.2 (1995). 

El verbo preferido de los protagonistas, el verbo que conjuga las actividades recreativas de los humanos y los animales marinos más asombrosos, como la raya gigante o la sepia, es jugar. El juego ayuda a evolucionar a los diversos reinos naturales y, finalmente, los enlaza con el nuevo dominio computacional en un campo de juego unificado donde la inteligencia se expande jugando consigo misma y con el entorno más o menos artificial. El amor a la naturaleza y a la tecnología anima el proyecto de esta espléndida novela que propone una utopía planetaria que se lee como una alegoría optimista sobre el Antropoceno, el Capitaloceno, el Chthuluceno, o como demonios prefiera denominarse nuestra época.