jueves, 27 de octubre de 2022

YIN Y YANG. EL PODER DE EROS EN LAS LITERATURAS DE ORIENTE Y OCCIDENTE


[Hoy se presenta mi libro YIN Y YANG. EL PODER DE EROS EN LAS LITERATURAS DE ORIENTE Y OCCIDENTE (Editorial Comares) y este es el texto de la introducción. El acto se retransmite también en streaming: https://youtu.be/2PHG99pkQns]

 El Yin y el Yang, las dos potencias carismáticas del Eros oriental, funcionan en este libro de dos modos complementarios. Por un lado, como metáforas adecuadas a realidades sexuales que sería mucho más espinoso nombrar con categorías occidentales. Y por otro, como encarnación literal de fuerzas libidinales que es productivo conocer en todo su despliegue de posibilidades y recursos. Por ello, este libro se plantea como una empresa ambiciosa que pretende abordar una temática tan antigua como la cultura y tan compleja como la sucesión de períodos históricos y culturas en el contexto de un mundo que no cesa de mutar, como sabían los taoístas chinos, al tiempo que conserva los fundamentos que le impiden disgregarse en motas de polvo y arena.

Es importante comprender que las concepciones antiguas y las obras que responden a ellas con fidelidad artística, desde la cultura occidental o desde la oriental, son abordadas con una mirada contemporánea que quiere eludir esos dos errores intelectuales antagónicos, el anacronismo moderno del juicio y la defensa a ultranza de lo viejo, en materias tan refinadas y esenciales como el sexo y el erotismo. La mirada que afronta el examen de las obras se alimenta de teorías contemporáneas, de ahí su actualidad y pertinencia, pero no violenta sus relaciones forzando exégesis ajenas a sus planteamientos. Mi método de estudio prefiere establecer un contraste recíproco entre los presupuestos de nuestro tiempo, tan cargados a veces de ideología espuria como de verdades necesarias, y las ideas que emanan de las obras nacidas en otras culturas o épocas históricas. Mutuo enriquecimiento e iluminación, es la vía que prefiero y que conduce todas las reflexiones para alcanzar la lucidez sexual que, en definitiva, la literatura aspira a causar en la mente del lector.

El Eros adopta máscaras venéreas a lo largo de la historia con el fin de encubrir su poderío y vigor y también hacerse aún más atractivo para sus súbditos. El Eros es una fuerza tan colosal que ni todas las morales, prohibiciones y policías del mundo pueden frenarla. Lo más que se puede hacer es refinar y controlar su acción, moderar su culto, trabarlo con artificios legales y técnicas milagrosas y rendirle pleitesía con inteligencia y cautela. En esto, la literatura ha sido la forma de presentación y representación preferida, acaso solo igualada por la pintura. De ahí que sea posible a través de la literatura mundial conocer y comprender las diversas interpretaciones del deseo sexual que cada cultura, elaborando respuestas locales a una problemática universal, ha producido como repertorio de estimulación y aderezo de la vida de las parejas, así como garantía de la atracción y el atractivo entre los sexos, más allá de la necesidad de conservar la especie mediante la procreación. El erotismo como juego, como diversión, como estímulo vital, es en la literatura y, en concreto, en la narrativa, donde mejor se ha plasmado. La literatura ha sido la encargada durante siglos de contarlo todo sobre la vida erótica, se ha constituido en el discurso de esa parte de la realidad que no era registrada por ningún otro discurso público, se ha construido así mismo como la lengua de lo escabroso y lo perverso, lo prohibido y lo nefando, lo infame y clandestino, lo no dicho y lo por todos sabido, aunque callado también por todos. Sin la literatura no sabríamos cómo ha sido el diálogo entre los sexos y sus múltiples variaciones culturales y sociales.

El erotismo no es solo la fuerza que comunica los cuerpos y los hace vibrar y arder de deseo y placer, es también una forma de expresión verbal, una manera de transformar la energía sexual en palabras ardientes y discursos contagiosos, un modo de trascender las imposiciones morales de la carnalidad y transformarlas en voz libre y en belleza admirable, en seducción estética y goce libidinal. En el recorrido que incorpora este libro, han jugado un papel fundamental las adquisiciones intelectuales del siglo XX: ya sean las de Georges Bataille, que entendía el erotismo como afirmación de la vida hasta la muerte y experiencia interior de ese enfrentamiento existencial, y Octavio Paz, que lo veía como conjugación y conjunción de los signos del cuerpo, hasta Michel Foucault, que entendía la historia de la sexualidad occidental como voluntad de conocimiento y control de deseos más que como búsqueda de placeres, y Camille Paglia, que atribuía al erotismo, desde la Grecia clásica hasta la cultura popular coetánea, el conflicto dialéctico entre las máscaras tragicómicas de lo masculino y lo femenino, lo político y lo natural, lo apolíneo y lo dionisíaco, lo racional y lo instintivo. De todos ellos, por razones inexplicables, solo Octavio Paz supo prestar atención inteligente al Eros oriental, una de las grandes manifestaciones culturales sobre los sexos y sus acoplamientos, rituales y técnicas.

Yin y yang, pues. El viaje interminable comienza, por ello, en la China milenaria. El primer bloque de ensayos (“El Eros oriental (clásico)”) aborda la materia erótica a partir de la novelística china de las eras Ming (1368-1644) y Qing (1644-1911), examinando los contenidos sexuales de novelas tan importantes como el Jin Ping Mei (“Jin Ping Mei: Un culebrón chino”) o La alfombrilla de rezos de la carne (Rouputuan; 1657) de Li Yu (“Li Yu y el círculo vicioso de la carne: Un comentario sobre el Rouputuan”), obras emblemáticas de la mentalidad china en la comprensión de los fenómenos del sexo y de los cambios históricos que se estaban produciendo a fines del período Ming. Otro ensayo (“Un cuarteto libertino”) trata de novelas menos conocidas y a veces no traducidas, como la Historia no oficial del lecho bordado (Xiuta yeshi; 1597/1608), de Lü Tiancheng, comparándola con otras novelas eróticas o pornográficas del mismo período como El señor de la perfecta satisfacción (Ruyi qun zhuan; 1520-1565), Bella de Candor (Zhulin yeshi; siglo XVI) o Historia de una mujer viciosa  (Chipo zhizhuan; mediados del siglo XVI), que son paradigmas de una visión libertina de las relaciones amorosas que se anticipa dos siglos al surgimiento de la novela galante y libertina francesa del siglo XVIII (Crébillon, Laclos, Nerciat, Sade, Restif, etc.). Como el Yin y el Yang son los conceptos clave de esta aproximación, no podía faltar un poeta como Wang Wei y un comentario a su poesía sobre la naturaleza nutrida por la filosofía taoísta del yin (“Renacer taoísta a la luz del yin”), como tampoco se podía sortear la enorme influencia y prestigio de esa síntesis de la literatura clásica china que es Sueño en el pabellón rojo (Honloumeng; 1791) de Cao Xueqin, del que se examina en un ensayo (“La lujuria de la mente: una nota sobre el erotismo de Sueño en el pabellón rojo”) su idea del erotismo a partir de un concepto singular (la “lujuria de la mente”) que habría encantado a Baudelaire y a Nabokov, entre otros. Por último, dando por sentado que el Eros chino inseminó a todas las culturas colindantes de Asia oriental, desde Corea a Japón, pasando por el sudeste asiático, propongo un estudio exhaustivo, quizá el primero escrito en español, de la primera novela transexual de la historia: Torikaebaya monogatari, un clásico polémico de la era Heian (siglo XII), que suscita numerosas reflexiones sobre el género y el sexo de vigencia incuestionable (“Masculin Féminin: Eros y karma en Torikaebaya monogatari”). En el apéndice final completo la perspectiva con dos breves textos sobre el papel del Eros en el pensamiento ascético de Yoshida Kenkō (1284-1350) (“Pensamiento ocioso”) y en el mecanismo narrativo de las Mil y una noches (“Palimpsesto oriental”).

El segundo bloque del libro (“El Eros libertino”) se ocupa del fenómeno del libertinaje del siglo XVIII, comenzando, como es preceptivo, por la sulfúrea novelística del Marqués de Sade (1740-1814), sus temas dominantes y modelos discursivos preferidos (“El Marqués de Sade explicado a las niñas”), mostrando que Sade, al contrario de lo que han sostenido muchos estudiosos y expertos en su obra, no es solo un filósofo del falo, ni un revolucionario total o un político panfletario, sino un novelista erótico y un novelista consecuente: alguien que trascendía todos esos atributos y tomaba muy en serio el valor de lo que Milan Kundera llamaba el “arte de la novela” a fin de ofrecer un cuadro crudo y devastador del mundo social que le tocó conocer desde una posición privilegiada, ese mundo anterior y posterior a la Revolución francesa que tantas cosas cambiaría y tantas otras dejaría intactas. En la órbita novelística de Sade, del que también estudio en detalle La filosofía en el tocador (1795) (“El tocador de la filosofía”), otros ensayos de esta sección abordan novelas tan significativas de la época como Las relaciones peligrosas (1782) de Choderlos de Laclos (1741-1803), paradigma de un libertinaje literario más mental que descriptivo, más en la línea austera del “placer de la cabeza” del que hablara Roland Barthes (“Lucidez libertina”), o la Shamela (1741) de Henry Fielding (1707-1754), parodia cervantina y subversiva de los rancios valores morales de la célebre Pamela (1740) de Samuel Richardson (1689-1761) (“Palimpsesto celestinesco”). Y, para concluir, una breve pieza (“Mozart en el tocador”) dedicada al libertinaje de una figura esencial del siglo, el músico y compositor Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791), autor de óperas tan libertinas como Don Giovanni (1787) o Cosí fan tutte (1789) con la colaboración en el libreto del ingenioso y libertino Lorenzo Da Ponte (1749-1838).

El tercer bloque (“El Eros joyciano (Fils de joie)”) afronta sin pudor la noción del Eros joyciano como goce textual, partiendo de una relectura múltiple del Ulises de James Joyce y del protagonismo del cuerpo y el lenguaje del cuerpo en su discurso, sin olvidar la presencia verbal y carnal del yin de Molly Bloom en las páginas finales de la novela y la reconciliación de los hombres y las mujeres celebrada en sus aleluyas eróticos. El Eros joyciano tiene personalidad propia, por eso ha sido tratado aquí con ciertas dosis de creatividad en el planteamiento argumental, y se ha transmitido como un virus infeccioso a todas las literaturas importantes. He preferido, sin embargo, examinarlo en el ámbito del español a través de dos figuras esenciales del erotismo hispano como son el cubano Cabrera Infante, de quien radiografío la textura erógena de sus cinco novelas (“Quod Eros demonstrandum: el Eros narrativo de Guillermo Cabrera Infante”), y Julián Ríos, cuyas obras principales repaso también con esa dudosa intención pedagógica (“La novela Ríos, o la cuadratura del círculo vicioso de Babel”).

Con el cuarto bloque (“El Eros oriental (moderno)”) regresamos a la erótica asiática representada por un escritor como Tanizaki Junichirô (1886-1965), de quien estudio cinco novelas canónicas (El amor de un idiota, Algunos prefieren las ortigas, Arenas movedizas, La llave y Diario de un viejo loco) que incorporan el sexo en todas sus variantes y combinaciones patológicas o no patológicas: el sadomasoquismo, la homosexualidad masculina y femenina, el fetichismo, el adulterio o la prostitución, entre otras (“Insular y singular: El Eros narrativo de Tanizaki Junichirô”). El bloque concluye con una reflexión sobre una tendencia estética altamente distintiva de la era Showa como fue el Eroguro (“Japón grotesco”) y su máximo representante, el novelista policial Edogawa Rampo (1894-1965), que supo introducir un perverso y refinado erotismo en todas sus tramas criminales, jugando con la barrera entre los sexos y coqueteando con las patologías de lo equívoco y lo ambiguo (“Edogawa Rampo: un Poe nipón”) o con los malentendidos sexuales entre hombres y mujeres abordados desde una perspectiva femenina (“Orgullo, prejuicio y kimonos: Uno Chiyo”). Y concluyo este apartado con un breve análisis del representante contemporáneo más iconoclasta de la estética eroguro (“Murakami el Oscuro: Murakami Ryū”).

El espíritu de este libro se propone asumir estas ideas y estos discursos con todas las consecuencias y tratar de contrastarlas con una realidad mucho más compleja de lo que la visión occidental ha creído durante siglos. El tumultuoso viaje del Eros alrededor del mundo constituye acaso la demostración evidente de que la literatura es el lenguaje universal en el que hablan todas las lenguas y las culturas sobre las cuestiones más trascendentes.

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