Hay varias formas de leer esta novela
y de comprender su sentido, o su mensaje, teniendo en cuenta que toda la trama
gira en torno a la comunicación o no de un mensaje extraterrestre a todo el
universo. Una de esas formas se refiere a su adscripción a un género literario
como el de la ciencia ficción, o la ficción especulativa. Es así como debió ser
leída en su publicación original en la escena americana, en 1959, procediendo
de un autor inclasificable que no pertenecía al mundillo de la ciencia ficción.
Y también en su primera traducción en español, en 1971, obra de la excelente
traductora Aurora Bernárdez.
En efecto, “Las sirenas de Titán” debe
considerarse una novela de ciencia ficción, aunque sea como divertida parodia
del género en su edad dorada, en la medida en que en su complejo desarrollo
narrativo aparecen viajes espaciotemporales, cohetes y naves espaciales,
extraterrestres, una guerra contra Marte, una estancia en Mercurio y un final
idílico en la luna de Saturno llamada Titán. Y todo ello envuelto en el humor
habitual, sarcástico e incisivo, de Vonnegut, el más grande seguidor de la
inventiva cómica de Mark Twain y la patafísica irónica de Alfred Jarry (pienso,
sobre todo, en “Gestas y opiniones del Doctor Faustroll”) en el siglo XX.
Esta segunda novela de Vonnegut, dividida en doce capítulos y un
epílogo, también podría ser considerada una alegoría sobre la necesidad de la
creencia religiosa como sucedáneo de la carencia de conocimiento sobre el
sentido de la vida y el universo. Desde el principio, la voz del narrador
omnisciente nos advierte que la intención de su relato consiste en explicarnos
cómo la humanidad abandonó la búsqueda impaciente de certezas en el espacio
exterior y descubrió el infinito en el espacio interior. Para ello, esa voz
suavemente distante nos adentra en la peripecia “cosmicómica” (anterior al gran Italo Calvino) de un millonario americano, Winston Niles Rumfoord y su afán científico
por desentrañar los misterios de la creación y huir así del espacio doméstico
donde su virginal esposa, Beatrice, hermosa poeta y mujer inquietante, lo
desafía a diario negándole el conocimiento carnal.
Durante su aventura galáctica, el cohete de Rumfoord
cae por azar en un punto singular del cosmos (“un infundíbulo
cronosinclástico”), un embudo donde convergen todas las líneas temporales del
universo, revelándole la paradoja que da sentido a este: “que todo lo que ha
sido lo será siempre y que todo lo que será lo ha sido siempre”. A partir de
esta idea sublime, Rumfoord diseña un plan maquiavélico para que los terrícolas
fraternicen y nazca una nueva religión de la humanidad: un credo planetario que
supere a los existentes fundándose perversamente en la Sagrada Familia
compuesta por la dantesca Beatriz, el magnate y aventurero Malachi Constant, su
violador, y el hijo de ambos, Crono.
Como en “Matadero cinco”, el papel de “deus ex machina”
corresponde a los tralfamadorianos: instigadores de la trama novelesca y
responsables de la evolución humana hacia el pleno desarrollo tecnológico con
un fin ridículo como el de fabricar la pieza que le falta a una nave averiada
en Titán desde hace millones de años. Esta astronave y su piloto, el robot
Salo, tenían la misión banal de llevar al otro extremo del universo un mensaje
de saludo. Especular sobre que la humanidad habría sido guiada por
extraterrestres hacia el conocimiento técnico era algo que Arthur C. Clarke ya
planteó en su célebre novela “El fin de la infancia” (1953). Vonnegut añade a
esta ficción científica una lección de absurdo y existencialismo para terminar
imponiendo el amor al prójimo como único sentido real de la vida.
Nota bene: Vonnegut liquida con esta novela singular las raíces de la ciencia ficción americana de la edad dorada del género, ese cruce paradigmático de la época (años cuarenta y cincuenta) entre materialismo científico y discursos de espiritualidad religiosa (Campbell, Asimov, Simak, Heinlein, Clarke, etc.), y abre con aguda inteligencia las puertas de la nueva ola del género de los años sesenta y setenta (Delany, Herbert, Russ, Moorcock, Tiptree, etc.). “Las sirenas de Titán” será releída de manera fructífera por Philip K. Dick antes de escribir una de sus obras más excéntricas y trascendentales, “Los tres estigmas de Palmer Eldritch” (1964). Nada más absurdo, en este sentido, que la actitud dogmática de Fredric Jameson, habitualmente un lector y un intérprete inteligente, al celebrar a Dick, por error, como el “anti-Vonnegut”. Nada más lejos de la realidad…
Cada (frecuente) vez que me acuerdo de Vonnegut me entra la pena: no hay modo de metérselo a los lectores españoles, siendo, como sin duda es, uno de los grandes escritores del siglo cada vez más pasado, uno de los pocos escritores que generan pensamiento creativo en sus lectores. Agradezco esta nota tuya sobre The Sirens of Titan. Abrazo.
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