[Jeanette
Winterson, Frankissstein, Lumen, trad.:
Laura Martín de Dios, 2019, págs. 318]
No es casualidad que en 2019, un año después de
la celebración del segundo centenario de Frankenstein, el mismo año en que se
ambienta Blade Runner, donde los replicantes encarnaban de un modo
convincente los deseos humanos en un cuerpo artificial, dos escritores ingleses
como Ian McEwan y Jeanette Winterson hayan publicado sendas novelas que suponen
una relectura inteligente de la novela de Mary Shelley. Mientras el robot de
McEwan en Máquinas como yo cuestiona sin miramientos los fundamentos de la identidad humana, de tal
modo que la conciencia implacable de la máquina detecta sus debilidades,
inconsistencias y deficiencias, Winterson, más audaz y literal que su colega,
se enfrenta directamente a la reescritura de Frankenstein a fin de actualizar
sus contenidos a la luz de los nuevos desafíos científicos y tecnológicos que
están redefiniendo lo que entendemos por vida biológica.
Estos postulados abren
un nuevo campo de posibilidades para que el cuerpo y la mente, el cerebro y su
soporte material, puedan fundirse con la informática y vencer a la muerte, a la
entropía de la información, la negatividad natural y la decrepitud irreversible de todo lo que
amamos. Por ello esta fantástica novela de Winterson habla de ciencia, pasión,
conocimiento, filosofía y también de amor: el amor de la carne humana literalmente
enamorada de sí misma y de sus complejos procesos cognitivos y afectivos.
En principio, la historia es contemporánea,
transcurre en Manchester, una ciudad cargada de significados relacionados con
la revolución industrial, las teorías sobre el capitalismo de Marx y Engels y la lucha de los obreros contra las máquinas que los
dejan sin trabajo, y se centra en dos personajes principales: el doctor Ry
Shelley, un atractivo chico transexual, y el doctor Víctor Stein, un científico
obsesionado con la transferencia de la información cerebral a una red
informática con quien Ry mantiene una intensa relación amorosa. La dualidad encarnada
por ambos personajes es uno de los grandes aciertos narrativos de Winterson.
Así, mientras el doctor Shelley trabaja en un hospital con cadáveres y se
enfrenta a diario, en su cuerpo y en otros cuerpos, a los dilemas de la
carnalidad y la finitud, el deseo de cambiar de cuerpo y de encontrar un
equilibrio en un organismo que posee poder y autonomía, el doctor Stein es un pensador poshumano que sueña con abandonar la materialidad que condiciona la vida y
alcanzar la inmortalidad con la mente, pudiendo transferirla a voluntad a un
cuerpo elegido.
Al mismo tiempo, Winterson reescribe la
biografía de la jovencísima creadora de Frankenstein desde su perspectiva
intransferible, examinando en primera persona las ideas y las vivencias que
acompañaron la creación de su monstruosa obra y señalando cómo esta terminó absorbiendo,
como trozos de carne desgarrada, las terribles experiencias que padeció en su
juventud, desde la muerte de sus tres hijos a la de su marido, el poeta
Shelley. Esta magnífica revisión de la dolorosa vida de Mary culmina con su
encuentro, durante una fiesta en casa del científico Babbage, con Ada Lovelace,
la genial hija del poeta lord Byron: una matemática visionaria que prefiguró asombrosos
avances informáticos sobre la generación de máquinas pensantes y computadoras
gigantescas (como ya analizó con agudeza crítica Sadie Plant, hace dos décadas, en su libro pionero Ceros + unos, que Winterson parece
conocer aunque no lo cita). El diálogo entre mujeres tan singulares como Mary
y Ada, en pleno corazón del siglo XIX, presagia también los trabajos futuros de
Víctor Stein, cuyo antepasado, el doctor Frankenstein, el científico demente inventado
por Mary, se oculta entre los invitados a la fiesta de Babbage como una sombra aguardando una
oportunidad de encontrarse con su desdichada autora.
Finalmente, Winterson demuestra en esta original
novela la tesis de que Mary dio a luz con Frankenstein no solo a una novela
romántica precursora de la ciencia-ficción, sino a un mito trascendental, como
el de Pigmalión aludido en el ingenioso título (el beso de amor que engendra en la
piedra la vida mortal del ser de carne). Un mito que se ha hecho realidad
gracias a la ciencia y la tecnología capitalista. El deseo de la criatura
humana de recrearse, a imagen de los dioses, liberada de la muerte y la
enfermedad, el sufrimiento y la tristeza. Un sueño prometeico tan grandioso como
peligroso.
Saludos Juan Francisco. Lo primero: soy un lector de tu misma edad y, aunque no nacido en Málaga, sí con ascendientes de allí. Llevo mucho tiempo siguiéndote a través de tu blog y es de los pocos a los que he seguido siendo fiel a través de los años. No he leído ningún libro tuyo aunque he tenido la tentación de solucionarlo con Karnaval.
ResponderEliminarEl motivo de este comentario es que nada más leer tu reseña sobre FranKissstein lo pedí por correo y en unas horas lo tenía en casa. (Es imposible que así sobreviva nada parecido al Círculo de Lectores en el que tantos años fui socio). Me está entusiasmando. No sabía nada de su autora pero me está resultando fantástico, inteligente, creativo, ameno.
Muchas gracias porque tengo en cuenta tus recomendaciones y es un orgullo hablar de tí a los amigos cuando me preguntan de dónde sacos esos libros tan interesantes.
Y para terminar: ¿Una recomendación para leer el primero de tus libros? ¿Provindece? ¿Karnaval?
Un saludo. Mi nombre es Herminio.
Muchas gracias a ti, por tus generosas palabras. Cualquiera de las dos que nombras es excelente para comenzar a leerme, pero por qué no atreverte con la última, Revolución, la más reciente, ya me cuentas, un abrazo!...
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