[Noah Berlatsky, Wonder Woman: Bondage y feminismo,
GasMask Editores, trad.: Carlos Pranger, 2018, págs. 316]
Es curioso que el mismo año en que Wonder Woman
se convirtió en una exhibición mundial de poderío femenino ejercido a través
del cine, los documentos privados de su creador, William Moulton Marston,
fueran depositados para su conservación y estudio en el Instituto Radcliffe de la Universidad de Harvard. Es curioso que el mismo año en que la superheroína amazónica imponía
su fuerza mítica dentro y fuera de la pantalla, con aplauso universal, se
realizara una interesante película independiente (El profesor Marston y las Wonder Women) sobre la vivencia íntima
del profesor Marston y sus eximias compañeras, Elizabeth Holloway, su emprendedora
esposa, y Olive Byrne, amante de ambos y antigua alumna de Marston, destapando
una placentera relación de poliamor y
juegos prohibidos a tres bandas.
Este estupendo libro de Berlatsky, a pesar de su
agudeza analítica y su apasionada reivindicación de la importancia del cómic
original de Marston, prefiere no entrar a fondo en la extraña convivencia del
trío que dio origen a un personaje fascinante como Wonder Woman. Varios
aspectos de la personalidad de Marston son decisivos para entender la génesis
del cómic y la influencia cultural que ha tenido desde entonces, aunque la
Wonder Woman de Marston, como bien señala Berlatsky, desarrollada solo entre
1941 y 1947, año de la muerte de su creador, padecería con posterioridad alteraciones
significativas en temas polémicos que interesan al estudioso bloguero Berlatsky
y al lector con sensibilidad cómplice: el feminismo, el lesbianismo, el
fetichismo sexual, la violencia masculina, el poder femenino, etc.
Marston era un psicólogo avanzado y su Teoría DISC
sobre las emociones de la gente normal demostró que no existe tal gente, ni nada que pueda llamarse normalidad en la conducta humana, pero
sí una combinación de cuatro factores (dominación, inducción, sumisión,
conformidad) que determinan las relaciones entre las personas en cualquier
contexto social. Marston creía en la superioridad de la mujer y en la
importancia de la educación para hacer valer esa supremacía moral en contra del
orden patriarcal, impuesto por el sexo masculino, el más primitivo y agresivo de
los dos reconocidos. Pero Marston no era un analista ingenuo y sabía que ese
orden basado en la sumisión femenina necesitaba también de la cooperación efectiva
de las mujeres para funcionar. La educación infantil era la mejor forma de
corregir ese error inicial y el cómic el instrumento didáctico idóneo para
penetrar en la imaginación de niños y niñas y modificar su comprensión de las
relaciones de fuerza entre los sexos y apreciar en su justa medida la
singularidad del aporte afectivo y libidinal de las mujeres.
Marston formularía esta idea con rotundidad en
un artículo publicado en la revista American
Scholar en 1944: “Las fortalezas de las mujeres han acabado despreciadas
por sus debilidades. El remedio obvio es crear un carácter femenino con toda la
fuerza de Superman más todo el atractivo de una mujer buena y hermosa”. Así
nació la fantástica Wonder Woman, en plena segunda guerra mundial, para
combatir el fascismo, en casa y fuera de casa, como subproducto degenerado del
dominio masculino sobre la realidad. Si a eso añadimos una experiencia
heterodoxa con dos mujeres brillantes a las que Marston amaba y admiraba, ya
tenemos resuelta en términos simbólicos, como diría Berlatsky, la compleja
ecuación del sexo.
Hasta una
feminista tan influyente como Gloria Steinem celebró el feminismo creativo de
Wonder Woman en los años setenta diciendo que simbolizaba “los valores
culturales de las mujeres que ahora las feministas están tratando de introducir
en lo convencional; mujeres fuertes y autosuficientes; hermandad y apoyo mutuo
entre las mujeres; paz y respeto por la vida humana; etc.”.
El lesbianismo larvado de Wonder Woman, su
simpatía infinita y tierna amistad con múltiples personajes femeninos, es uno
de los fantasmas obsesivos de Marston, por razones biográficas obvias, y uno de los motivos que sus timoratos
seguidores de décadas posteriores más se han empeñado en limar, suavizar o
borrar, como sucede en la anodina película estrenada con éxito mundial el año
pasado. Berlatsky afirma sin ambages que Marston era lesbófilo, como Baudelaire
y como tantos artistas y escritores posteriores, entre los que me incluyo. En
el fondo, Marston, experto en el laberinto sin salida de la psique humana, era
un masoquista moderno y un inocente pornógrafo. Con la creación gráfica de esta
maravillosa supermujer, logró expresar un deseo revolucionario y utópico para
el hombre en el seno de la cultura patriarcal. El deseo de ser (de devenir) mujer.
Yo ya no sé que hay detrás del feminismo, si homenaje e imitación del macho más clásico , si separación total de roles, si emancipación económica, si igualdad de derechos.
ResponderEliminarLo que me parece cada día más claro es que hay un tipo de feminista que trata de imitar a los superhombres masculinos, y esto es una contradicción feminista.