[William
Carlos Williams, Paterson, Cátedra, trad.:
Margarita Ardanaz, 2017, págs. 330]
Who
restricts knowledge? Some say
it
is the decay of the middle class
making
an impossible moat between the high
and
the low where
the
life once flourished . . knowledge
of
the avenues of information —
-W. C. Williams, Paterson-
Tras ver la estupenda película “Paterson” de Jim
Jarmusch es muy recomendable la lectura o relectura, según los casos, del
poemazo homónimo del gran William Carlos Williams, una de las personalidades más singulares
de la poesía del siglo XX. Williams fue poeta de vocación y médico de profesión
y sus especialidades, la ginecología y la pediatría, no deben dejarse al margen
cuando se aborda su labor poética y, muy en especial, la escritura de una exorbitante
epopeya vernácula como esta. “Paterson” es el topónimo de la ciudad de New
Jersey donde Williams ejerció casi toda su vida dando a luz a miles de bebés y el
nombre propio del gigante imaginario que surca la vertiginosa cascada de versos
y textos, concebida a imitación de las cataratas del río Passaic, el símbolo
nuclear del libro.
Williams gestó “Paterson” durante tres décadas, desde
1926, fecha del poema inicial, y 1946, año de edición del Libro Uno, donde
aparecen las líneas mayores de su discurso caudaloso, hasta 1958, cuando se
publica el Libro Cinco, epílogo jeroglífico que algunos críticos consideran un
comentario prescindible. Como libro unitario solo se publicaría en 1963, el mismo
año de la muerte de Williams. [Esta reedición de la primera traducción al español (2001) de “Paterson” incluye, por cierto, las notas del Libro 6 que Williams había planeado añadir para prolongar los ecos del poema hasta la extenuación.]
Inspirada por la exuberante fusión de mito antiguo
y prosa cotidiana del “Ulises” de Joyce, y también por los poemas más dantescos
de Eliot (“La tierra baldía”) y Pound (“Los Cantos”), la caótica arquitectura
de “Paterson” pretende transmitir a la dicción innovadora del modernismo toda
la fuerza genuina de la experiencia secular americana, hecha a partes iguales,
como sabían sus grandes precursores Emily Dickinson y Walt Whitman, de
provincianismo cultural e infinitud espiritual.
Es muy instructivo revisar ahora las
peculiaridades estilísticas y estructurales de uno de los grandes monumentos literarios
del siglo veinte, una de esas obras que desafía, con su dificultad y
originalidad expresivas, la intelección humana y la tendencia de esta a
conferir a todo un sentido predecible. Ante una obra de tal magnitud, la
inteligencia reconoce sus límites cognitivos y disfruta de la exploración mental
de un territorio que ni siquiera su autor podría cartografiar sin problemas. De
ahí que algunos severos intérpretes, juzgando el logro desigual de sus partes,
digan que la grandeza estética de “Paterson” es directamente proporcional al
tamaño mallarmeano de su fracaso.
En cualquier caso, si uno se deja arrastrar,
libro tras libro, por el torrente verbal que la mente de Williams genera, descubre
que la mejor forma de no ahogarse consiste en atender, sobre todo, al doble
mecanismo que agita sus aguas: la unidad mínima (versos o documentos
fragmentarios) y su conexión precaria con el flujo de la totalidad. Los giros
inesperados, el ingenioso poder del poema para asociar voces dispares,
metáforas fulminantes y anécdotas históricas, es lo que más gratifica,
finalmente, el esfuerzo de conferir un significado transitorio al montaje
(hiper)textual. Y es que “Paterson”, cuya génesis es contemporánea de los
primeros desarrollos de la cibernética de Norbert Wiener y el esbozo del hipertexto
primigenio de Vannevar Bush (el “memex”), se configura también como un dispositivo innovador
de organización de la información.
¿De qué trata “Paterson”, en suma, si es que
esta operación tiene algún sentido con una obra de estas características? Del
fracaso histórico de la vida americana, de la lengua fallida con que los
americanos tratan de crear una cultura genuina, de cómo la naturaleza, la
economía y la historia, lo masculino y lo femenino, nunca encuentran un lugar
utópico en que no reine la muerte, la guerra, la frustración, el crimen o la injusticia,
por más que el deseo se empeñe en fundar ciudades sobre el espacio vacío y la materia elemental.
“Paterson”, como indica el juego joyceano del título, es el poema profano del
hombre que es padre e hijo al mismo tiempo. Padre de las generaciones de los
hombres (vivos o muertos) e hijo de sus obras (buenas o malas). La voz degenerada
del patriarcado, con sus éxitos y fracasos, y la voz poética regenerada, como dice
Williams al final del Libro Uno, de “la tierra, la charlatana, padre de toda
habla”.