Me cansa la autobiografía, lo reconozco. Me
cansa la escritura que toma la vida del autor como pretexto para elaborar
textos configurados conforme a las categorías engañosas del yo. No me cansa la
vida de los otros. Me cansa la moda de la escritura literaria que ha renunciado
a los placeres y artificios de la ficción en favor de una concepción limitada
por el mezquino principio de realidad.
Salvo que el yo que se autorretrata sea
portentoso, repleto de experiencias increíbles, especialmente sexuales, como es
el caso excepcional de Philippe
Sollers, o dotado de una vivacidad estilística y un don excepcional para la
vida del lenguaje, como en los casos afines de Michel
Leiris y de Cabrera
Infante, la escritura del yo suele producir textos anecdóticos de una
pobreza onanista, libros tejidos de vivencias insignificantes. Cabría
preguntarse, entonces, si a una época narcisista como la nuestra, de paroxismo
individualizador inducido por un contexto normalizado y masificado, le
corresponde también como género más genuino la forma autobiográfica.
En un ensayo famoso decía Paul de Man que la personificación
es el tropo dominante en los textos autobiográficos, es decir, aquellos que mediante
el afrontamiento desvergonzado de los contenidos existenciales hacen del nombre
propio del autor algo tan inteligible y memorable como un rostro. Este proceso de
formalización estética, según de Man, permite a una obra singular alzarse a
niveles distintos de participación en la realidad.
Este es el caso de la escritura de Angot, desde
luego, a quien la dicción autobiográfica sirve para especular sobre sí misma y
sus orígenes familiares (esto es, ponerse ante el espejo con gesto
interrogativo) en una doble operación que implica al progenitor amante y a la
madre amada con reparos. El efecto textual de tal ecuación de escritura reside en prestar
relevancia a la intimidad conflictiva de la escritora, nutrida de una
culpabilidad innombrable, y enfrentarla al tribunal de la conciencia colectiva
con todos los argumentos que logran suspender el juicio moral.
Es como si Angot, al escribir Un amor imposible en un ataque de pudor o
vergüenza, hubiera deseado recusar las malas lecturas libertinas del escandaloso
libro anterior. Esas licencias eróticas cristalizaron en la concesión del
premio Sade que Angot rechazó por razones morales, puestas ahora en evidencia
con convincente sinceridad. En Una
semana de vacaciones, Angot escenificaba una relación incestuosa con su
padre biológico, dueño del apellido patriarcal de la escritora, mediante un
procedimiento de escritura gráfica que evocaba sin tapujos la crudeza carnal de
los actos más abyectos, felación filial incluida. Al mismo tiempo, transformaba
los juegos prohibidos del padre corruptor y la niña virginal en una ceremonia
simbólica de desposesión mutua.
En este nuevo libro, el amor imposible del
título es triple: en primer lugar, el de la madre Rachel, judía y pobre, por el
padre Pierre, seudointelectual clasista y antisemita; en segundo lugar, el de
la hija natural por el padre que la inicia sexualmente para acendrar su perverso
desprecio hacia ambas mujeres; y, por último, el de la propia Christine por una
madre a la que solo puede declarar sus sentimientos en la edad adulta, ya
siendo madre, cargando vengativa contra la vileza del padre.
Angot descubre así, en definitiva, la verdad de la
escritura autobiográfica: esta solo puede realizar sus fines mediante la
desfiguración del escritor, ya que, como dice de Man, “el yo no es nunca capaz
de conocer lo que él mismo es, nunca puede ser identificado como tal, y los
juicios que el yo emite sobre sí mismo, los juicios reflexivos, no son juicios
estables”.
Autobiografía
por autobiografía: quizá Angot no estaría tan obsesionada por esclarecer las escabrosas
circunstancias de su vida a través de la escritura si en lugar de atravesar la
ojiva vaginal con la cabeza y el resto del cuerpo, como cuenta, a su madre parturienta
se le hubiera practicado la cesárea, como fue mi caso, extrayendo al bebé del vientre materno con
el cráneo intacto.
Hola:
ResponderEliminarSeguro que la autoficción literaria no entra en su clasificación, ¿verdad? Hablo, por ejemplo, de "La vaga ambición", de Ortuño. A mí me ha parecido espectacular.
Completamente de acuerdo con el primer párrafo y sobre todo con ese «Me cansa la moda de la escritura literaria que ha renunciado a los placeres y artificios de la ficción...».
Apunto "Un amor imposible", por supuesto.
Creo que es el primer comentario que realizo en este blog y aprovecho para "enhorabuenártelo". Se hace sonora la enhorabuena, hasta se lee: ¡Enhorabuena, por este blog, Juan Francisco!
Gracias, Blumm. Acepto que la autoficción corrige para bien los defectos de la autobiografía. De hecho, ese pacto ambiguo con el lector me parece más interesante que el pacto falsamente ingenuo por el que un individuo escritor declara, como en un simulacro de juicio, estar contando la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad sobre su...¡ombligo!...Por desgracia, rara vez es otra la zona anatómica narrativizada, con el permiso de mi querida Charlotte Roche, que me divirtió en su primera entrega y me aburrió a muerte en las siguientes, como Moran y tantos otros explotadores de la musa notarial del ego...
ResponderEliminarLe dediqué al pacto ambiguo un post hace años: http://juanfranciscoferre.blogspot.com.es/2011/11/el-espejo-y-la-mascara_11.html
Muchas gracias por su aprecio y simpatía. Un placer tenerle como lector.
Blumm, y qué decir del gran Raymond Federman, sobre todo con "La fourrure de ma tante Rachel" ! Lo ha leido ?
ResponderEliminarestara traducido al castellano ?
Juan Francisco, usted seguro debe saberlo .
Un saludo , gusto siempre leer sus articulos