Sexta entrega del podcast MÁS ALLÁ DE LO HUMANO Y LO DIVINO. En esta ocasión hablamos de Vineland, de Thomas Pynchon, con motivo del estreno de Una batalla tras otra, de Paul Thomas Anderson, y para llevar la contraria a la opinión crítica oficial nos lanzamos a reivindicar las virtudes y méritos de Eddington, de Ari Aster, también estrenada hace poco. Y, sobre todo, diseccionamos el vicio puro de la escritura y los goces impuros de la literatura en torno a mi novela Todas las hijas de la casa de mi padre. Puro ardor, en suma…
miércoles, 29 de octubre de 2025
miércoles, 15 de octubre de 2025
TODAS LAS HIJAS DE LA CASA DE MI PADRE
El relato de la iniciación sexual de una narradora adolescente, digna heredera del Proust de Sodoma y Gomorra, que descubre los secretos y mentiras del mundo adulto en plena transición...
«Dios no quiere que
escriba esta novela», dice la narradora. Pero la escribe, y en ella relata el
despertar a la vida adulta desde su adolescencia en una urbanización llamada El
Atabal, fundada por holandeses, donde su rebelde hedonismo y su amistad con la
omnipresente Regina la catapultarán lejos de la mediocridad circundante. La
suya es una novela sobre la memoria, sobre la escritura como arma contra el
mundo, atravesada de transiciones e iniciaciones: de transiciones, porque lo
que se cuenta sucede en España entre 1976 y 1983, y de iniciaciones, porque lo
que se cuenta es el descubrimiento del mundo adulto a través del sexo y el
deseo.
En pleno amanecer
sexual, la narradora conoce a un pintor llamado Carlos y a un escritor llamado
Ángel. Acaso uno de ellos sea Dios y el otro el Diablo, y acaso ella sea una
Eva gnóstica y andrógina a la que Carlos pinta desnuda en su particular
Paraíso. El cuadro forma parte de una serie de lienzos en los que aparecen
retratados, también desnudos, los capitostes de la urbanización, una
transgresión que derivará en chantaje y en un escabroso asesinato.
Esta nueva novela de Juan Francisco Ferré es un artefacto literario y explosivo con múltiples capas y lecturas, repleta de guiños y juegos —de seducción— que retan al lector a adentrarse en un mundo de transiciones políticas e íntimas, de descubrimientos vitales y literarios. El enésimo testimonio del talento y la escritura radical de Juan Francisco Ferré, una voz única, inimitable e imprescindible de la actual narrativa española.
[Leer fragmentos en Anagrama
y en Letras
Libres]
miércoles, 8 de octubre de 2025
MÁS ALLÁ DE LO HUMANO Y LO DIVINO (volumen 5)
Quinta entrega del podcast MÁS ALLÁ DE LO HUMANO Y LO DIVINO. En esta ocasión hablamos, sin complejos culturales ni parches ideológicos, de la inmortalidad, la literatura de ciencia-ficción de Kim Stanley Robinson, la saga Alien y la Hispanidad bien entendida...
miércoles, 1 de octubre de 2025
MAGGIE NELSON: LA ARGONAUTA DESBOCADA
The presumptuousness of it all. On the one hand, the
Aristotelian, perhaps evolutionary need to put everything into categories—predator,
twilight, edible—on the other, the need
to pay homage to the transitive, the flight, the great soup of being in which
we actually live.
-Maggie Nelson, The Argonauts, pp. 46-47-
Maggie Nelson (1973) es el último
fenómeno literario norteamericano de ese género múltiple que es la no ficción,
es decir, el discurso que renuncia a la invención, rehúye los mecanismos y trampas
de la narrativa, concede protagonismo a la figura del autor y facilita así la
identificación inmediata (Anna Kornbluh dixit)
con el lector. No es tan fácil como parece y hay una legión de aspirantes
intentando alzarse a las cumbres del talento y el éxito con un instrumental
bastante pobre. No es el caso de Nelson, brillante poeta, magnífica pensadora y
crítico, dotada de una mente analítica de primer nivel y de una infrecuente
capacidad para discurrir sobre los temas y los asuntos más candentes del
presente sin balbucear ni bloquearse.
Desde la publicación de su gran libro Los
argonautas (2015) es reconocida como una de las estrellas más
rutilantes del firmamento literario americano y una de las más reclamadas por
revistas especializadas, grandes museos y galerías importantes. Los
argonautas era una prodigiosa meditación sobre el sexo, el cuerpo y la
maternidad escrita por una mujer que se había casado con un artista transexual
(Harry Dodge) sin renunciar a ser madre y había decidido transformar esa
experiencia única en una escritura fragmentaria que fundía lo lírico con lo
teórico y lo aforístico y generaba un estilo superior. Después de esta obra
singular, anticipada por un libro anterior tan sugerente como Bluets
(2009), Nelson ha puesto en pie un edificio de pensamiento y expresión
basado en la frecuentación de las teorías más atrevidas del pasado y el
presente, en contacto directo con los movimientos intelectuales y artísticos
más innovadores de su país, sin olvidarse de someter ese bagaje tumultuoso y
conflictivo al filtro de su extraordinaria inteligencia, conocimiento de la
historia, la literatura y el arte y una sensibilidad siempre alerta.
Al género que practica, siguiendo los postulados
de Paul B. Preciado, uno de sus coetáneos más afines, a pesar de sus
diferencias significativas, se lo denomina “autoteoría”: una amalgama de biografía
vibrante, pensamiento complejo y dicción aguda y libérrima. De su poderío analítico
ya habían dado testimonio libros previos como El arte de la crueldad
(2011), en el que revisaba la noción de arte y literatura transgresores y el
concepto de violencia estética, desde Artaud y las vanguardias hasta Mathew
Barney o Mary Gaitskill; y Sobre la libertad (2021), un tratado
sobre la mutación contemporánea de la idea de libertad que acaba siendo una sutil
apología de la política de los cuidados.
En esta novísima recopilación de ensayos y
conversaciones, Nelson realiza la proeza de exhibir su relación íntima y
reflexiva con numerosos artistas e intelectuales de la escena norteamericana de
los últimos sesenta años. El título del conjunto procede del texto que dedica
al escritor afroamericano Hilton Als, otro de sus precursores en la escritura de
no ficción altamente creativa. Junto a Als desfilan por el libro las afinidades electivas de Nelson: Carolee
Schneemann, Mathew Barney, Fred Moten, Eileen Myles, Moyra Davey, Kara Walker,
Hervé Guibert, Prince, Eve Sedgwick, Alice Notley, Ben Lerner, Björk, Judith
Butler o Tala Madani, entre otros.
Sin duda ninguna, el ensayo más conmovedor, por el que habría que comenzar la lectura quizá, es el que dedica a su amiga en la distancia, la cantante Lhasa de Sela, muerta de cáncer prematuramente. Pero es, una vez más, comentando unas palabras de Hilton Als cuando Nelson formula una de sus ideas más potentes: “una cosa es teorizar sobre el funcionamiento de la identidad y el deseo…y otra es soltar ese mecanismo en el lenguaje y dejarlo que se desboque. Darle boca”. Así Maggie Nelson, argonauta desbocada. No por casualidad, su nuevo libro se subtitula La historia de mi boca.
miércoles, 17 de septiembre de 2025
MÁS ALLÁ DE LO HUMANO Y LO DIVINO (volumen 4)
Cuarta entrega del podcast MÁS ALLÁ DE LO HUMANO Y LO DIVINO. En esta ocasión hablamos del placer y del dolor en torno de la inmensa obra de Ernst Jünger y más allá, como siempre. El placer y el dolor, es decir, el placer de vivir y el dolor de estar vivo, o lo que es lo mismo, de los muchos placeres de la vida y los otros tantos dolores, y viceversa, del mucho dolor, en suma, y del sumo placer de existir…
martes, 2 de septiembre de 2025
PANEGÍRICO NEOYORQUINO
Algunos estudiosos creen que vivimos
en lo que llaman la “era de Lovecraft” (ver libro homónimo editado por Carl H. Sederholm y Jeffrey Andrew Weinstock). Un período de la historia donde las
ficciones del maestro de Providence han alcanzado un nivel de relevancia e
influencia absolutas, tanto en el imaginario como en la realidad. Esa
influencia puede ser positiva o negativa, crítica o reverente, pero es en
cualquier caso la demostración de que Lovecraft acertó al escribir un tipo de
narraciones que, con el paso del tiempo, se han vuelto fundamentales para la comprensión
de determinados aspectos paradójicos de la vida contemporánea.
Escritores como Victor LaValle o Matt
Ruff y escritoras como Caitlín Kiernan o N. K. Jemisin, cada uno a su modo
singular, cada una con su estilo y su bagaje cultural, responden a las
ficciones de Lovecraft con una aguda conciencia de lo que significa escribir
ficción en una época convulsa como esta. El tiempo del Antropoceno, el
Capitaloceno o el Chthulhuceno, como lo llama la teórica Donna Haraway. Entre
todos ellos, quizá sea la afroamericana Jemisin quien, con esta bilogía
novelesca (“La ciudad que nos unió”, 2020; “El mundo que forjamos”, 2022) consagrada
a las mutaciones recientes de la ciudad de Nueva York, mejor ha sabido aplicar con
ironía y sentido crítico las lecciones de la visión lovecraftiana del mundo,
invirtiendo sus categorías y mitos para hacerlas corresponder a un mundo
multicultural y diverso. Un multiverso genuino.
Además de Lovecraft, la otra gran influencia para
narrar una conspiración insidiosa y tentacular contra la ciudad de Nueva York y
sus habitantes es la narrativa de China Miéville y, en particular, sus novelas
donde la fantasía y la ciencia ficción se alían para dar cuenta de mundos
paralelos, realidades alternativas, multiversos marvelianos y demás engendros
de la razón científica o la imaginación fantástica que aparecen en novelas como
“La estación de la calle Perdido”, “La ciudad y la ciudad” o “Kraken”.
Jemisin pone en marcha un mecanismo
narrativo de resonancias metafóricas que pasa por dos fases, a cuál más estimulante.
En primer lugar, se sirve de la premisa de que las grandes ciudades, a partir
de cierto nivel de autoconciencia, cobran vida, como un ente, alcanzan un grado
de existencia superior que las convierte en seres con identidad propia y
autonomía total. Así sucede con Nueva York, al comienzo de la novela, como
antes había sucedido con Hong Kong y São Paulo. En segundo lugar, para
preservar el cosmopolitismo de la ciudad así constituida contra las amenazas internas
y la confabulación de poderes extraños que pretenden evitar su nacimiento, cada
distrito de la ciudad se personifica a través de un personaje dotado de
superpoderes y de una visión trascendental de la situación.
En el caso de Nueva York, cada uno de estos
superhéroes prosaicos se asocia con sus cinco distritos y sus múltiples barrios
más alguna vecina cómplice: la lesbiana sexagenaria Bronca, artista indígena y
gestora del centro de arte del Bronx; el misterioso afroamericano recién
llegado Manny, de pasado turbio y presente ambiguo, como encarnación de
Manhattan; la ex rapera llamada Brooklyn, abogada de mediana edad y concejal afroamericana
de esta ciudad; la estudiante hindú Padmini, experta en cálculos prodigiosos y ecuaciones
cuánticas, como avatar exótico de Queens; una treintañera irlandesa reacia y
rebelde, Aislyn, asume la personalidad de Staten Island, el distrito menos
integrado; la joven Veneza, fascinante mestiza afroamericana y portuguesa,
personificando con encanto a Jersey City; y, finalmente, el personaje que los
conecta a todos, Nik, el avatar de Nueva York, un grafitero y chapero negro, desnutrido
y sin hogar.
Como se ve, Jemisin celebra en estos personajes aquellos valores que Lovecraft, durante su estancia neoyorquina, más aborrecía: la mezcla racial, la promiscuidad y diversidad sexual, etc. En esta aventura inicial, el combate cosmogónico de la pandilla de “vengadores” contra las fuerzas del mal (“el Enemigo”) se sustancia en evitar que los neoyorquinos sean abducidos por unos alienígenas de tentáculos blancos liderados por la Mujer de Blanco, una villana carismática que encarna la monstruosidad inhumana que pretende apoderarse del espacio urbano para someterlo a su lógica social, política y económica. La alegoría está servida con ingenio literario y recursos de cómic. En la secuela, como veremos, el combate continúa...
***
Si el primer volumen de la bilogía de las “Ciudades
Grandiosas” nació de un relato independiente, que figura levemente alterado en
la introducción del mismo, este segundo volumen surge como continuación del
anterior, secuela de su planteamiento inconcluso y su trama sin resolver. El
tránsito semántico del título de la primera novela (“La ciudad que nos unió”)
al título de la segunda (“El mundo que forjamos”) ya indica la evolución de la
historia, desde un origen que aglutina a un destino que construye.
Nada más empezar la narración, en el prólogo,
aparece la voz narrativa de Nik, personaje que encarna en su totalidad a la
ciudad de Nueva York, para tomar las riendas de la historia tres meses después
de los traumáticos acontecimientos que marcaron la primera entrega e informar
al lector del estado de cosas en la ciudad y también del estado vital de los
demás avatares urbanos. Esa misma voz reaparece en la coda, tras todas las
peripecias vividas por este grupo de superhéroes enfrentados a las fuerzas de
un mal procedente del multiverso, un siniestro ente lovecraftiano llamado
R´lyeh, para proporcionarle un final feliz a la historia de amor entre él y Manny,
el dubitativo avatar de Manhattan.
De ese modo, las dos líneas narrativas
principales de “El mundo que forjamos” se cargan de componentes políticos más
explícitos que se resuelven, en la batalla final, con una prodigiosa dosis de
fantasía e imaginación. La primera línea se centra en las elecciones a la
alcaldía de Nueva York donde se enfrentan en desigualdad de condiciones
Brooklyn, avatar afroamericana del distrito homónimo, y Pánfilo, el
representante republicano y aliado indispensable de R´lyeh en su deseo de
destrucción de la singular vida neoyorquina. La segunda línea, más global, narra
los esfuerzos por organizar una cumbre de grandes ciudades mundiales con objeto
de implicarlas en la defensa de Nueva York contra los insidiosos tentáculos del
archienemigo.
La primera línea se revela la más previsible,
mientras la segunda permite realizar una ingeniosa gira mundial para poder
reunir una asamblea de ciudades que finalmente se acaba celebrando en la isla
de la Atlántida, la primera ciudad de la historia en haber sido destruida por
R´lyeh, inspirada en la “Nueva Atlántida” de Francis Bacon y reinventada por
Jemisin para la ocasión como una especie de república ideal a la que las
ciudades convocadas deberían mirar como modelo utópico. Detrás de esta alegoría
novelesca subyace una idea sugestiva de lo que significan las ciudades en el
siglo XXI: territorios de dominio de la libertad y la multiplicidad de culturas
y costumbres, espacios dinámicos de convivencia e intercambio productivo para
el desarrollo tanto de los individuos como de las comunidades.
En la victoria metafórica de las ciudades de esta dimensión sobre la invasora ciudad de otras dimensiones, en un combate en suelo neoyorquino en el que participan París y Sao Paulo, Barcelona y Estambul, Tokio, Seúl y Hong Kong, Londres y Bombay, son los ideologemas culturales y no solo el armamento lo que se moviliza contra el poderío del peligroso adversario, cuya única pretensión es acabar con la riqueza y pluralidad de la experiencia humana en la ciudad. Que la explotación inmobiliaria, la corrupción policial y política, el supremacismo racial, la homofobia y la xenofobia, la gentrificación y la exclusión social sean algunas de las armas estratégicas de R´lyeh demuestra que Jemisin ha tomado el partido antagónico de Lovecraft para celebrar la vibración de las multitudes y la creatividad de las minorías, la exuberancia multicultural y la permanente novedad de Nueva York.
lunes, 18 de agosto de 2025
MÁS ALLÁ DE LO HUMANO Y LO DIVINO (volumen 3)
Tercera entrega del podcast MÁS ALLÁ DE LO HUMANO Y LO DIVINO. En esta ocasión hablamos, sin pelos en la lengua, del ardor de los Vedas y de la corrupción imperante en la política occidental, de los escritores santurrones y los monaguillos de la derecha y la izquierda cultural, de la idolatría machista de Putin, de la misoginia y de los bucles de la masculinidad, de la autobiografía psíquica y de los secretos sexuales de los escritores y los artistas, del fin del mundo y del fin del capitalismo, de la teleserie y el videojuego The Last of Us, de la trilogía MADDADDAM de Margaret Atwood y de mi novela El Rey del Juego, de la Inteligencia Artificial y del Supremo Hacedor, entre otros muchos temas.
viernes, 8 de agosto de 2025
ANIMALADAS
El humano es el único animal que hace de la muerte una cultura y una política.
El
humano es el único animal que mata a otros animales por placer. Llamarlo
sadismo es simplificarlo. Pienso en esto mientras veo, impresionado, “Tardes de
soledad”, la película de Albert Serra sobre la fiesta de los toros. Me había negado
a verla por un rechazo visceral a la crueldad de su objeto, la tortura pública
de un animal transfigurada en sacrificio primitivo. Ahora la estrena Movistar
Plus, acompañada de una entrevista a su director en la que reivindica la
inteligencia del cine frente a la brutalidad de la tauromaquia. Y me rindo a la
idea y la comparto, pese a todo. La mirada impasible de la cámara no legitima
filmar cualquier cosa. Un documental reciente sobre la cineasta nazi Leni
Riefenstahl así lo muestra.
Al principio,
las caras totémicas de dos toros de lidia, piel negra bañada por la luz de la
luna, miran a la cámara fijamente, en primer plano, nos miran a nosotros, los
espectadores, con gesto imponente. Qué sentido tiene esto, nos preguntan esos
ojos negros y esos belfos babeantes. Para qué nos hacéis esto. Veo el resto de
la película sobrecogido por la verdad culpable de esas imágenes. Y la coreografía
escalofriante de sus secuencias de toreo se revela puramente cinematográfica.
No detecto ahí la supuesta belleza de la corrida ni el heroísmo del matador de
toros. Hace bien Serra en excluir al público taurino. La soledad del espectador
ante la pantalla lo enfrenta al grosero papel del espectador en la plaza.
La cobardía
atávica de quien asiste al linchamiento del animal sin correr peligro alguno es
análoga a la impotencia que se siente al ver los coches de caballos recorriendo
las calles turísticas de Málaga. El maltrato convierte a esos caballos en
imágenes ambulantes del sufrimiento ciego y el dolor silencioso. Cada vez que
veo esta atrocidad permitida por la ley me acuerdo del caballo herido del
“Guernica” de Picasso, ese heraldo del terror y la destrucción. No me extraña que
Swift, en “Los viajes de Gulliver”, imaginara un mundo más evolucionado regido
por caballos inteligentes, donde los humanos eran tratados con desprecio como especie
inferior.
El humano, por cierto, es el único animal que mata a sus semejantes en nombre de entelequias políticas o de pasiones mezquinas. Llamarlo sadismo, una vez más, es simplificarlo. La masacre en Gaza y en Ucrania no tiene nombre. Y permitimos esa infamia, como la carnicería de los toros y la mortificación de los caballos. La barbarie ancestral. El corazón de las tinieblas. El horror, el horror.
martes, 29 de julio de 2025
IMPOSIBLE DUELO
Cuando una autora recibe el Premio Nobel
y esa autora pertenece, además, a una literatura periférica, como ocurre con
Han Kang, escritora coreana de prestigio internacional ya antes de la
nobelización, o con Olga Tokarczuk, escritora polaca de envergadura mundial, la
ocasión debe ser celebrada doblemente: que sea una mujer y que proceda de
literaturas excéntricas, que suponga, en este sentido, la afirmación de una
voz original en una lengua singular y minoritaria. En el contexto de la
literatura mundial, la globalización de la novela como género principal
favorece esta clase de reconocimientos.
No se puede leer esta novela de Han, la undécima
suya, publicada en Corea en 2021, sin conectarla, como exige la autora, a una
novela anterior, Actos humanos,
publicada en 2014 y traducida al español en 2018. Muchos elementos de esa
novela reaparecen en esta, estilizados e intensificados. Donde antes la
polifonía narrativa estructuraba un relato colectivo sobre el dolor y la
memoria ante una masacre histórica como la de la ciudad de Gwangju en 1980,
bajo la dictadura militar, ahora es la voz íntima de un avatar ficcional de la
autora la que canaliza la recuperación de la memoria de una matanza situada en
la isla de Jeju en los años de la Guerra de Corea.
Pero Han es una novelista con una poderosa tendencia
a la escritura poética, como demuestran La
vegetariana (2007), su obra más conocida y celebrada, y Blanco (2016): el registro lírico,
cargado de metáforas y símbolos, ancla su prosa en una dimensión espaciotemporal
difusa, donde el pasado y el presente, lo temporal y lo intemporal, lo natural
y lo histórico, lo real y lo onírico, se entremezclan hasta constituir un mundo
de compleja belleza. Un mundo, por cierto, donde la belleza apenas compensa el
horror y el dolor de estar vivo. No es casual, por tanto, que la novela comience
con el sueño recurrente de una escritora que parece indicar que la terrible
temática de su libro recién terminado no consigue cicatrizar, como una herida,
y sangra todavía.
Esta evocación del período en que Han trataba de
liberarse de la pesadilla de escribir Actos
humanos sirve de prolegómeno a los sueños invasivos que la arrastran de un
modo inexorable a escribir Imposible
decir adiós, estableciendo una filiación umbilical entre ambos libros. En
este caso, la mediación la establece la relación entre la narradora Gyeongha y
la amiga fotógrafa, Inseon, natural de Jeju, y los traumas de su madre, Jeongsim,
que perdió siendo una niña a su hermano mayor, asesinado en apariencia durante
el genocidio anticomunista de los isleños.
El relato onírico impregna la novela y le confiere
a la narración una apertura psíquica por la que se filtran el inconsciente
individual y el colectivo, la evocación más o menos distorsionada de las
matanzas y las secuelas sociales de las mismas, la recurrencia del mar como
símbolo de la profundidad de la memoria y el olvido, los sueños obsesivos y,
sobre todo, la comunicación extrasensorial, la transferencia de historias,
entre las dos mujeres: una, Inseon, postrada en la cama de una clínica de Seúl,
recuperándose de un accidente que le ha amputado los dedos de una mano, y la
otra, Gyeongha, encerrada en la casa familiar de Inseon en Jeju, recopilando
toda la información y los recuerdos subjetivos de la tragedia, bajo las
acometidas de una tormenta de nieve y un apagón eléctrico.
La historia es horrible, como decía Sartre, algo
en lo que vivimos atrapados y de lo que solo deseamos escapar, y siempre
implica una victoria del poder sobre la justicia y la libertad de los pueblos. Esta
hermosa e inquietante novela de Han Kang comparte la idea y demuestra que la
memoria histórica no cura las heridas, pero sí la memoria poética, la memoria
novelesca de los actos atroces que unos seres humanos cometen contra otros
seres humanos en nombre de falacias y entelequias ideológicas. La literatura
contra el olvido y la desmemoria.
martes, 8 de julio de 2025
MÁS ALLÁ DE LO HUMANO Y LO DIVINO (volumen 2)
Segunda entrega del podcast MÁS ALLÁ DE LO HUMANO Y LO DIVINO. En esta ocasión hablamos, a partir de Los seductores, la
reciente novela de James Ellroy sobre el asesinato de Marilyn Monroe, del mundo
de Hollywood y el cine hermético, La
Dalia Negra y la novela policial, el canon de Harold Bloom, el barroco y el neobarroco, Athanasius
Kircher, el teatro de la memoria de Giulio Camillo, Terra Nostra, Lezama Lima, Il
sorpasso, Frank Henenlotter, Jess Franco, el cine barroco de Stroheim y de Sternberg, Marienbad, Antonioni, Alphaville, Tarkovski, Los pájaros…
lunes, 30 de junio de 2025
CAMPO DE JUEGO
Los años de estudio habían convencido a Evelyne de que las mantas eran mucho más inteligentes de lo que el mundo sospechaba. Había dedicado demasiadas décadas a su observación minuciosa para que la prohibición del antropomorfismo la acobardara. Lo que empezó, siglos atrás, como una sana salvaguarda contra la proyección se había convertido en una insidiosa contribución al excepcionalismo humano, la creencia de que en la Tierra nada se asemeja a nosotros en ningún aspecto. A su edad, Evelyne Beaulieu ya no tenía tiempo para autocensuras ñoñas. Como buena empirista, no reparaba en poner nombre al comportamiento que tenía frente a ella. La forma en que el Solitario se entretenía con las burbujas lo dejaba bastante claro. Había que llamarlo como indicaban las pruebas. Había que llamarlo como lo que parecía: ese pez gigante semejante a un ave estaba jugando.
El juego era la manera con que la evolución construía cerebros, y estaba claro que cualquier criatura con un cerebro tan desarrollado como la manta gigante oceánica lo utilizaría. Si quieres que algo sea más inteligente, enséñale a jugar.
-Richard Powers, Patio de recreo, p. 81-
Esta es una novela de ciencia ficción
rara. Una novela de ciencia ficción que contiene mucha ciencia y no poca
ficción y se atreve, además, a poner en cuestión, sin proclamarlo, los
fundamentos convencionales de la ciencia ficción. En el curso de su narración
aparecen criaturas marinas más extrañas que cualquier forma de vida alienígena y
máquinas más avanzadas y prodigiosas que las conocidas hasta hoy. Una
tecnología, por cierto, que revoluciona el modo humano de concebir el medio
marino, posibilitando incluso la resurrección y la pervivencia narrativa de los
muertos y la escritura de ficción.
Es una magnífica novela en la que la ciencia
ficción se aleja de la idea estereotipada del género para mostrarnos cómo el
discurso de la literatura (sea literatura de laboratorio o ficción sobre el
cambio climático) puede servir al conocimiento más riguroso del planeta que
habitamos, a despertar la conciencia de su multiforme realidad, y a transformar
ese modo de vida y de relación con la dimensión acuática del mismo. La ciencia
es aquí el fundamento de las exploraciones de la ficción al mismo tiempo que la
ficción funciona forzando las categorías de la ciencia a asumir la
extrapolación, la especulación y la fabulación como herramientas de descubrimiento
e inteligencia del mundo. Y todo ello para deleite e iluminación de los lectores.
No es la primera vez que Powers escribe una novela
como esta. Desde sus comienzos en los años ochenta, los poderes inventivos de
Powers han revestido el propósito cognitivo de describir niveles insólitos y
facetas increíbles de la experiencia humana y no humana en el planeta Tierra.
Sin ir muy lejos, su galardonada novela El
clamor de los bosques (2018) era una epopeya ecológica de ambición
extraordinaria sobre la
vida arbórea y quienes buscan protegerla de los desmanes de la explotación
capitalista.
Patio de recreo narra, en capítulos alternos, una historia enredada en la que los cuatro personajes principales comparten un vínculo más allá de la vida y la muerte: un genio informático de cerebro enfermo, Todd Keane, creador de una IA (Profunda) omnipotente y omnisapiente; su amigo del colegio en Chicago, el genial afroamericano Rafi Young, siempre competitivo y protestón; el amor absoluto de este, la artista activista Ina Aroita, oriunda de Hawái; y la oceanógrafa de Montreal y buceadora pionera Evelyne Beaulieu, sirena amante del mar y de los habitantes de las profundidades oceánicas.
Todos estos personajes acaban reunidos en el desenlace en la maravillosa isla
de Makatea, como en una versión posmoderna de La tempestad (1611) de Shakespeare, uno de los referentes esenciales
de la novela, en la que el papel del mago renacentista Próspero lo desempeñaría
Keane, dueño de una tecnología cibernética superior a la magia que obra el
milagro de reconciliar a todos estos personajes en la recreación virtual de una
isla micronesia, de arenas blancas y aguas azules, que es también la novela-simulacro
donde viven en paz como inmortales. Tampoco es la primera vez que Powers
introduce en su compleja narrativa, para clausurarla, el bucle metaficcional
generado por un cerebro artificial, como ya sucedía en Galatea 2.2 (1995).
El verbo preferido de los protagonistas, el verbo
que conjuga las actividades recreativas de los humanos y los animales marinos
más asombrosos, como la raya gigante o la sepia, es jugar. El juego ayuda a
evolucionar a los diversos reinos naturales y, finalmente, los enlaza con el
nuevo dominio computacional en un campo de juego unificado donde la
inteligencia se expande jugando consigo misma y con el entorno más o menos
artificial. El amor a la naturaleza y a la tecnología anima el proyecto de esta
espléndida novela que propone una utopía planetaria que se lee como una alegoría
optimista sobre el Antropoceno,
el Capitaloceno, el Chthuluceno, o como demonios prefiera denominarse nuestra
época.
viernes, 20 de junio de 2025
TIBURÓN EN PROVIDENCE
[Publico un montaje de cuatro fragmentos de mi novela Providence (Anagrama, 2009) para rendir
homenaje a los 50 años de la película Tiburón,
estrenada en Estados Unidos el 20 de junio de 1975. En el primer extracto, un
sueño de gloria fílmica del director Álex Franco, se parodia hasta el absurdo
el análisis freudiano (con Buñuel y Dalí en el trasfondo) de sus temas más
recurrentes; y en los tres siguientes, que reproduzco editados, se plantea un
posible remake (El
gran blanco) de las secuencias playeras del
principio de la novela de Benchley y de la película de Spielberg, recreándolas en las playas de Martha´s Vineyard y
mezclándolas sin renunciar a las proyecciones psicoanalíticas, teóricas y
cinematográficas de sus componentes…]
A Fredric Jameson y a Robert Coover
I
…Buñuel quiere quedarse con mi mano derecha a toda
costa, ésa es su pretensión manifiesta mientras me distrae una vez más
hablándome de la película, quiere llevársela para jugar con ella a solas esta
noche o regalársela a Dalí, que se ha quedado sin voz durante la proyección y
no podría contrariarlo, para que también aprenda a jugar en serio y abandone de
una vez las cursilerías onanistas de su pintura. Sin embargo, en mitad de
nuestro forcejeo, Buñuel se pone serio de repente, la seriedad infalible con la
que resolvía todos los conflictos durante los rodajes de sus películas. Serio
y, sobre todo, alerta. Como si hubiera percibido una vibración extraña en el
entorno, un cambio en la atmósfera recalentada del cine. Renuncia a sus
intenciones anteriores, lo que me tranquiliza, no podía sostener el pulso con
Buñuel por más tiempo, y decide marcharse a toda prisa, tirando a duras penas
del fardo adormecido de Dalí, al notar que Spielberg, parapetado tras una de
las rojas cortinas de acceso a la sala, se había impacientado con nuestra
conversación y había decidido en ese mismo instante avanzar hacia nosotros,
detenidos en mitad del vestíbulo, sin darle tiempo a que acabara de instruirme.
Ha esperado su oportunidad en la sombra y no acepta que ningún otro
contrincante, y menos que nadie Buñuel, se la dispute ahora. Oculto tras una
gorra de béisbol y unas gafas de aviador de la segunda guerra mundial para
disimular la edad, es verdad que ha envejecido mucho desde la última vez, Spielberg
se precipita a estrecharme la mano mientras me advierte contra Buñuel sin
contemplaciones. Tenga cuidado. Es un tipo muy peligroso, recuerde La dalia negra. Pobre Brian. El autor
del crimen fue él, el autor de Él, no
se equivoque de hombre. Tengo pruebas concluyentes sobre el caso, aunque no
podría utilizarlas ante ningún jurado, ya me comprende, películas y fotografías
de aficionados, cartas de Buñuel a algunas de sus amiguitas de Hollywood
comunicándoles que se excita con la idea de cortarlas en pedazos, confidencias in extremis de testigos moribundos a los
que no podría traicionar ahora sin perder a una parte de mi público, secuencias
inéditas de sus propias películas y, por si fuera poco, el bodrio de Brian. Si
no me cree, pregúntele a Marty, que lo sabe todo sobre películas y directores.
Todo, créame. Marty es una enciclopedia ambulante, aunque cuando se pone
pedante no lo aguanta nadie, ni siquiera ese bobo de George… Me estoy
entusiasmando, disculpe, luego nadie se cree que no bebo alcohol ni me meto
drogas. Soy así. Es la grandeza del cine. Cuando se trata de películas, me
pongo como loco, no lo puedo evitar. La suya, por ejemplo. Me ha puesto a cien.
Esto no me pasaba desde que vi en la intimidad de un pase privado, a solas con
la viuda de Stanley, ya me entiende, su película póstuma, ¿cómo se llamaba?
Algo sobre los ojos, ¿es que nadie se acuerda ya?…
Después de unos segundos de vacilación, vuelve a
felicitarme por mi película exprimiendo mi mano aún más, pero sé con seguridad
que no se la quiere llevar. Tiene la suya y le basta. Le trae suerte. La idea
del celuloide virgen es brillante, permítame que se lo diga. No se me habría
ocurrido pensar en nada parecido, me dice, pero me sugiere al mismo tiempo, por
solidaridad entre colegas, ya me entiendes, una lista exhaustiva de doscientos
cincuenta y tres retoques, los trae anotados en una libreta que extrae de
debajo de la gorra con la mano libre, simples recomendaciones para incrementar
el peso de la acción y la trama narrativa en el metraje final y compensar el timing de los actores. No pierda nunca
la conexión con la taquilla, amigo Franco, ni desespere por las dificultades y
si tiene alguna duda financiera llame a mis abogados, me tiende una tarjeta,
ellos sabrán sacarle del apuro. Esto es lo fundamental. Esta convicción
técnica. Esta capacidad para crear en medio del agotamiento más extremo.
Dígamelo a mí. Quién dijo que esta profesión era como la jardinería, menudo
gilipollas. Este negocio es como la guerra, como me decía siempre el tío Sam, mi
maestro, un tipo duro de verdad. Por cierto, hablando de guerra, acabo de
acordarme, ¿ha visto usted a Francis por aquí? Hemos venido juntos en la
limusina con un par de amigas suyas, una rubia y una morena de escándalo, y a
mitad de la proyección los perdí de vista. Siempre fue muy sensible a los
guiños eróticos del cine y su película, no lo negará usted, tiene de todo para
perturbar a un hombre de la envergadura y las debilidades de Francis…
Spielberg tampoco parece atreverse a soltarme la mano mientras habla sin parar para acaparar mi atención, temiendo que se la preste a los otros directores que nos rodean en el vestíbulo. He reconocido a David Lynch en la menguante cola de los que esperan para transmitirme en persona sus comentarios y felicitaciones y me he puesto nervioso al ver el tamaño de la sonrisa que me dirigía, como una navaja en las manos del carnicero apropiado. Y aún más nervioso cuando he descubierto escondido tras él a Tarantino, otro navajero del gueto, sonriendo también como un canalla de película de serie B antes de cometer una tropelía sangrienta. A éstos no les interesa la mano, en absoluto, como a ese anticuado de Buñuel, éstos vienen directamente a por el ojo, me digo preocupado en el sueño, a ser posible los dos, sin contemplaciones. Mientras tanto, Spielberg, asido a mi mano como a una palanca de propulsión en un mecanismo de feria, insiste contra toda razón en proseguir con sus desmesurados elogios. Magnolia me parece, se lo digo en confianza, no lo publique por ahí porque lo negaré por completo, el mejor remake no americano de Tiburón que hubiera podido imaginar. Sinceramente, es impecable su reformulación de los viejos estereotipos de mi tercera película. La agresividad hipermasculina del monstruoso pene blanco atacando a la chica desnuda en la playa, una eyaculación digna del porno más duro, la enorme vagina dentada contra la que combaten los hombres en el barco como desesperada negación de su homosexualidad, la victimización de las minorías sexuales y culturales, por no hablar del grosero comentario sobre la situación política. Ufff, qué horror, se me ponen los vellos de punta sólo de recordar los excesos de esta película atroz. La peor de todas las que he hecho sin discusión, reconózcalo. Pretenciosa, intelectual, sectaria y aburrida. Siento decepcionarle. Desde que soy padre, la responsabilidad me obliga a reconsiderar mi filmografía desde una perspectiva mucho menos radical, ya me comprende. Usted es más joven, puede permitirse estos juegos peligrosos. Estos discursos ambiguos. Yo ya no puedo, sinceramente. Mire, yo no soy como Francis ni como Marty que cambian de opinión cada decenio, según de dónde soplen las modas de los festivales. Yo lo he hecho una vez en mi vida y con eso tengo suficiente. Me refiero a cambiar de opinión, no me malentienda. Soy fiel a mis convicciones. No puedo perder tanto tiempo de mi vida como ellos en estar al día. Además, soy muy feliz en mi matrimonio, ¿no lo sabía?... Bueno, en todo caso quiero que sepa que ha sido todo un honor asistir a la primera proyección pública de su película. Esta fecha de hoy, no lo dude, se recordará en el futuro como aquella gloriosa efeméride de los hermanos Lumière. Ha reinventado usted el arte cinematográfico en pleno siglo veintiuno. Espere a que dentro de un rato, si Francis no me entretiene mucho con sus caprichos seniles, se lo cuente a Marty por teléfono. Tendré que aguardar un par de horas a que me cuente plano a plano las treinta películas que ha visto en esta última semana en todos los formatos existentes, pero al final merecerá la pena haber sabido esperar para contárselo y Marty me envidiará por haber asistido al estreno. Por cierto, ¿no se le ha ocurrido invitarlo? Lo de su anterior película no fue para tanto, un tropiezo lo tiene cualquiera, ¿no cree? Ah, por fin, ahí veo a Francis del brazo con sus amigas. Si me disculpa, seguiremos hablando en otro momento, me esperan…
[Providence, pp. 227-231]
II
No hacía ningún frío, a pesar del otoño
incipiente, el mar estaba en calma y estábamos solos en la casa, como pudimos
comprobar en cuanto varamos la lancha en la playa y subimos los escalones que
conducían al porche, desde donde, a pesar de la disminución de la intensidad de
la luz, aún era posible divisar una panorámica asombrosa del mar y, creando a
su alrededor un anfiteatro ideal para contemplarlo, las dunas blancas moteadas
de arbustos aplastados y las precarias vallas de madera destruidas por el viento
salino al final del verano pasado, cuando todos los veraneantes emprendieron la
huida de la isla por temor a la soledad. Se apoderaba de mí una sensación
indefinible frente a esta vista cargada de promesas y premoniciones. Era como
volver a la escena del crimen muchos años después de haberlo cometido. Ninguna
barrera de arena, me dije sin abandonar la inspección del hermoso escenario,
podría contener ahora al escualo feroz que rondaba el perímetro insular en
busca de suculentas presas, la mordedura del mar más desaprensiva en la
renegrida madera de la casa que los colmillos del monstruo en las planchas de
la embarcación de pesca con que trataban de cazarlo.
-¿No te apetece bañarte? Te despejará la cabeza.
-Ahora voy. No te preocupes tanto por mi cabeza.
Estoy bien.
-Allá tú.
Sin que me diera cuenta, extasiado en la
contemplación de uno de mis paisajes cinematográficos favoritos desde la
infancia, estaba a punto de repetir la escena inicial de la película. Tras
comprobar algún detalle nimio en el interior de la casa, Eva se había desnudado
en el porche sin perder un minuto y pasó a mi lado corriendo camino de la
orilla, donde hundió sus tobillos y luego sus rodillas antes de desaparecer
engullida en el agua que no conseguiría lavar mis ojos enfermos de toda la
putrefacción visual que años y años de visionado de las mismas imágenes
obsesivas habían implantado en mis retinas sin que pudiera librarme de su
influjo inconsciente.
No estaba en clase, así que en vez de seguir
divagando sobre la evanescencia de las percepciones fílmicas y los recuerdos
perturbadores me desnudé lo más aprisa que pude y corrí en busca de Eva que,
por lo que pude ver enseguida, había comenzado la gimnasia acuática de rigor.
Dejé mi ropa amontonada en la orilla, junto a la toalla que ella había dejado
caer minutos antes al pasar corriendo camino del agua, y mis gafas de sol
encima como una garantía de que la renuncia a mi identidad sería sólo
provisional. De poco me servirían en el agua para localizar a Eva. Lo hizo ella
en cuanto me zambullí, nos abrazamos y nuestros cuerpos reaccionaron de
inmediato a los estímulos habituales. Nos separamos por un instante y
comenzamos a nadar uno alrededor del otro como en los prolegómenos de un rito
sexual, difiriendo el apareamiento, y a bucear como distracción rastreando la
escasa profundidad y la exigua vegetación del arenoso fondo. Nos abrazamos de
nuevo y la suave corriente nos arrastró a la orilla donde me permitió
penetrarla por primera vez. Me gustó que ella no cerrara los ojos mientras la
inseminaba sin protección. Cuando acabamos, volvimos a zambullirnos cada uno
por su lado. Hundido hasta las rodillas, me entretuve mirándola de espaldas en
ese instante milagroso en que ella creía que nadie, ni siquiera yo, la podía
mirar. El agua no la cubría por entero, así que Eva se puso de pie con un
respingo grácil, se apartó el cabello de los ojos, y continuó caminando hasta
que el mar le cubrió los hombros. Allí comenzó a nadar sin esfuerzo, con la
cabeza fuera del agua y la brazada desigual propia de aquéllos que han
aprendido a hacerlo con corrección y luego han preferido olvidarlo todo por
conveniencia…
-¿Te gusta mi estilo al nadar? De niña era una buena nadadora, ¿sabes? Participé en competiciones nacionales y gané algunas medallas. Con mi primera regla se acabó mi carrera…
[Providence, pp. 276-278]
III
El chapoteo obsceno de la marea ascendiendo vino a
poner la nota estridente al final de nuestro abrazo. Eva no me permitió
inseminarla y tuve que salirme a desgana y correrme en la arena como un molusco.
Exhaustos, nos tumbamos después boca arriba y cada uno se sumió en sus
pensamientos más autistas. Un cielo oscuro que empezaba a encapotarse ofrecía
escaso espectáculo a la observación, así que nos zambullimos de nuevo, a
instancia mía esta vez. Ya no sentía ningún miedo a las presencias que el mar
podía ocultar tras su ciega apariencia de masa informe. Escrutaba el entorno a
ras del agua, como un documentalista ávido de acontecimientos, y casi deseé,
sin temerlo ya, ver una enorme aleta dorsal y una cola en forma de media luna
brotar de pronto de la espuma y dirigirse hacia mí como teledirigidas por un
operador remoto. Habría supuesto una suerte de culminación coherente con mi
historia personal y con la evolución de las especies y la historia humana, si
me apuran, que un gran pez mecánico usurpara con su voluntad de poder
controlada por la tecnología el ecosistema de un depredador natural en vías de
extinción. Para mí, en cualquier caso, zarandeado ahora por la corriente
submarina, habría sido un orgasmo salvaje. Al revés del cine, la vida casi
nunca es tan perfecta…
-¿Sabes una cosa divertida? Tiene que ver con uno
de los estudios más sesudos sobre la película de Spielberg, el autor es Fredric
Jameson, no sé si lo has leído, yo lo hice para mi clase, si te interesa está
en la biblioteca a la que tanto te gusta ir con tus amigas…
-Me sobran tus sarcasmos.
-Perdona. El caso es que Jameson atribuye una
importancia política extrema a la alianza final entre el policía Brody y el
oceanógrafo Hooper, es el punto fuerte de su argumentación, ¿lo recuerdas?...
-No, no conozco ese ensayo, aunque sí otros libros
suyos…
-Pues resulta que en el guión original, como en la
novela, Hooper, el barbudo oceanógrafo, moría en la jaula mordido por el gran
blanco. Pero ocurrió algo imprevisto durante el rodaje. Las tomas se las
encargaron a un segundo equipo que se fue a Australia a filmar escenas
subacuáticas de ataques de tiburón. A veces metían un enano en la jaula para
que cuando los tiburones la atacaran parecieran mayores de lo que eran, pues no
se trataba de blancos todo el tiempo. Una de las veces en que la jaula estaba
en el agua sin el enano dentro y las cámaras filmando todavía un tiburón de
gran tamaño embistió contra la jaula abandonada y la destrozó, de modo que, a
la hora de montar la secuencia, que había quedado perfecta, tuvieron que salvar
a Hooper en contra del guión que el actor había firmado…
-¿Y qué tiene esto que ver con Jameson?
-No lo entiendes porque no has leído el maldito
ensayo. Toda la interpretación de la América de su tiempo que Jameson se saca
de la manga está fundada en una puta casualidad. En realidad, Hooper tenía que
morir como Quint, el pescador local, en boca del tiburón, que era la gran
amenaza para todos. Tenían que morir los dos, el pescador y el oceanógrafo, los
dos expertos en peces y en la vida marina, y salvarse sólo el puto policía de
ciudad al que el mar acojonaba a muerte, ¿lo entiendes ahora? Ésa era la idea
narcisista que Spielberg tenía en la cabeza al rodar la película, salvarse a sí
mismo a través de su igual en la ficción. No existía, por tanto, ninguna
conspiración paranoica para ofrecer al público una versión consumible de la
forma de poder, una temible combinación de ciencia, tecnología y control, ante
la que debían claudicar como electores para salvar la deteriorada imagen del
país…
-Te repito que no conozco ese ensayo, ni lo he
oído nombrar nunca, no sé si te lo estás inventando como excusa para que nos
estemos aquí en el agua discutiendo sin parar sobre una película que te
enloquece y nunca comprenderé por qué…
-Ésa no es la palabra exacta, si no te importa. Y
no, no me lo he inventado, aunque me gustaría, ya puestos. Uno de los síntomas
más odiosos de nuestra cultura de especialistas es que, a partir de un cierto
nivel educativo, nos parece más deseable haber escrito una tesis doctoral sobre
Tiburón que haber dirigido la propia Tiburón…
-No sé de qué me hablas, pero estás consiguiendo
estropearnos este momento con tus estúpidas obsesiones. Parece que echas de
menos tu clase de por la mañana. ¿Es que te quedaba algo más importante por
decirles a tus alumnos? Resérvalo para la próxima clase, por favor…
-Ése es tu problema, Eva, reconócelo, no seas
hipócrita. Estás prisionera, como tantos otros, del puto prestigio de la mentalidad
académica y no puedes escapar de ello. Es una extraña perversión del síndrome
de Estocolmo aplicada al mundillo universitario, aunque a veces tengo la
sensación de que son los alumnos los que han secuestrado a sus profesores y a
todo el maldito sistema, y no al contrario…
-No sé de qué te extrañas. ¿No estamos acaso
gobernados por la alianza de la tecnología y el control policial? Tú mismo lo
repites constantemente, como una aburrida letanía…
-Perdona. Me confundes con otro.
-Es imposible confundirte con otro.
-¿Estás segura? ¿Has visto en tu vida alguna
película de Hitchcock?
-Me aburren tus referencias cinematográficas, ¿no
tienes otras?...
-Desgraciadamente, es demasiado tarde para
cambiar…
-Ya. ¿Podemos salir del agua?
[Providence, pp. 280-283]
IV
Estábamos todavía en el mar, con medio cuerpo
sumergido y los pies anclados en el fondo, era noche reciente y no veíamos
muchos metros más allá de nuestra posición. Sin embargo, yo no cesaba de mirar
en todas direcciones en busca de la aleta delatora de un Bruce auténtico, generado por la evolución para exterminar a todas
las demás especies de la tierra, y no de un simulacro mecánico de tres al
cuarto diseñado para asustar con su gigantesca estupidez a los niños y a los
padres que abonaron la entrada al parque temático del estudio. El humor de Eva
mutaba con la marea y ahora, como si esperara otra aparición de signo inverso,
se dedicaba a mirar cada tanto, con inquietud creciente, hacia la casa que
permanecía a oscuras como un mal augurio, una mole negra coronando las dunas
grises moteadas de arbustos apelmazados, la única edificación visible en esta
zona agreste de la isla.
-Lo único que pretendía Spielberg con esta
película es que lo tomaran en serio como director, como artista de masas, y eso
el sagaz Jameson y sus muchos imitadores académicos y periodísticos no parecen
poder comprenderlo fácilmente porque todavía no han alcanzado a entender el
sentido histórico y la misteriosa fascinación de Hollywood. Como artista del
medio cinematográfico, Spielberg realizó con esta superproducción un manifiesto
en el que proclamaba tres cosas fundamentales para el cine por venir: puedo
filmar el asesinato de una mujer, haciendo visibles aspectos psíquicos de la
cuestión que nadie se habría imaginado antes, y puedo hacerlo mucho mejor que
el maestro de Psicosis, entre otras
cosas porque él lo hizo en la sórdida ducha de un motel de carretera y yo en
exteriores, en mar abierto, con un montón de hombres tirando de las cuerdas
desde la playa para simular el ataque feroz contra la mujer, una marioneta
desnuda encarnada por la especialista Susan Backlinie…
-¿Te pasa algo, Álex? No paras de moverte y de
agitar el agua con tu maldito entusiasmo. Pareces un epiléptico a punto de
ahogarse...
-¿Qué pensarías si te dijera que tengo un ataque
de pánico como el que acometió a Spielberg tras abandonar la isla después de
haber estado prisionero en ella durante siete meses, el tiempo de un embarazo
prematuro, y darse cuenta de que había dado a luz a una criatura monstruosa, la
propia película aún sin montar, que amenazaba con devorarlo a él y a todo el
estudio que la había producido?...
-¿No pretenderás atraer a uno de ellos agitando el
agua con tu estúpida gesticulación, verdad?
-Reconozco que estas cosas me excitan en exceso,
pero lo único a lo que quiero atraer, te lo aseguro, lo tengo ahora mismo
frente a mí, al alcance de mis manos…
-No cuentes conmigo, si estás pensando en lo que
yo creo. No tengo ninguna intención de quedarme embarazada. Ya sabes que no
soporto a los niños menores de veinte años. Me basta con los otros. Tú y tantos
como tú…
-Eva la cínica, Eva la desengañada, la descreída
de su sexo y, todavía más, del otro sexo…
-¿Por qué te empeñas en ver sólo dos, masculino y
femenino? ¿No te parece pobre como única opción? Yo descubro muchos más sexos a
mi alrededor, en la gente que me rodea, y también dentro de mí. Todo el tiempo.
Hace un momento, por ejemplo…
-No te pierdas en tonterías, Eva, ya sé dónde
quieres acabar. Muchas veces ni siquiera soy capaz de distinguir dos, así que
no me malinterpretes más…
-Está claro que en mí sólo ves clichés. Cada uno
ve lo que quiere, desde luego, en el otro como en uno mismo. Tengo la sensación
de que me usas como pantalla. Para ti no consigo ser más que eso y me apena…
-Te equivocas. Préstame atención por un instante,
por favor, y te prometo terminar enseguida…
-A ver si es verdad, me estoy quedando helada…
-La segunda proclamación del nuevo aprendiz de
brujo de la industria era ésta: puedo filmar las escenas de acción mucho mejor
que el maestro Sam Peckinpah porque no las concibo como una salida nihilista o
una respuesta hiperviolenta a mi metafísica existencialista de perdedor
profesional en un mundo del que no puedo escapar, sino como una prolongación
pública de mi fantasía de niño modelo de la clase media judía, representante de
todas las lacras y las virtudes del medio social en que nací. Y por eso,
entérate bien, querida Eva, el malencarado pescador lleva cuando muere entre
los colmillos del tiburón el pañuelo en la cabeza que el viejo Peckinpah solía
usar durante sus tortuosos rodajes. La tercera cosa que Spielberg tenía ganas
de proclamar ante el tribunal que lo iba a juzgar por vender su talento a los
mercaderes del templo es, sin embargo, la más importante de todas…
Su insistente modo de mirar hacia la casa desde el
agua, desatendiendo nuestra conversación sin disimulo alguno, me obligó a
interrumpirme cuando estaba a punto de hilar una idea que creía podría atrapar
la atención de Eva y anular su despectiva insolencia hacia mis palabras. Me
estaba empezando a preocupar y a poner nervioso su actitud, como si ella, sin
una razón clara, se sintiera obligada a vigilar con cada vez más crispada
atención cualquier movimiento o sombra, cualquier contraste de luz o
modificación del aire, producidos en las tenebrosas inmediaciones de la playa.
-¿Qué miras tanto? ¿Estás esperando a alguien?
-Nada. Estoy pendiente de tus palabras, pero no te
aproveches de mí. Quítame las manos de encima ahora mismo, no me gusta mezclar
las cosas, ya lo sabes, me parece de muy mal gusto…
-Lo siento, no he podido resistirme. Explicarte
esto aquí, precisamente, me estaba excitando más de la cuenta, ya te lo he
dicho. Además, estás tan hermosa ahora, con esta luz. Tu piel, tu pelo, tu
cuerpo húmedo, tus…
-Venga ya, Álex. Ya te voy conociendo. Dime de una
vez, ¿cuál es, según tú, la tercera proclamación mundial del gran artista
Steven Spielberg en esta obra maestra de la cultura humana?
-Eva no te rías. No le veo la gracia. Vuestra
guerra de Irak se parece mucho a una superproducción, por lo que deberías
considerar estas cuestiones con otra actitud menos condescendiente, por tu
propio interés y por la seguridad de tu país. Nada menos…
-Otra vez estás mezclando las cosas. ¿Qué te hace
presuponer que esa guerra de mierda tiene que ver conmigo o con mucha otra
gente de este país? ¿No lees los periódicos, no ves la televisión? Acabas de
llegar y ya nos estás prejuzgando sin haber entendido nada.
-Por favor, Eva. Soy un adicto a los programas de
la Fox, no se te ocurra decirme que no estoy informado…
-Por supuesto. Lo había olvidado. Con los bodrios
de Hollywood y los noticiarios de la Fox tienes suficiente para conocernos a
fondo. ¿Por dónde íbamos, profesor?...
Una repentina cadena de olas estuvo a punto de
arruinar mis pretensiones docentes. Eva se vio sorprendida por su altura y
fuerza, perdió pie y se hundió con brusquedad en el agua, como succionada por
la corriente, mientras yo conseguía mantenerme a flote a duras penas. Fue una
espera tensa hasta que la vi reaparecer sana y salva a unos metros más allá.
-¿Qué ha sido eso?
-A mí qué me preguntas…
-Acabo enseguida, créeme. El tercer postulado del sistema Spielberg de concebir el cine, como me gusta calificarlo, se podría llamar prudencia, se podría llamar capacidad de adaptación, se podría llamar coherencia, se podría llamar sentido de la oportunidad, llámalo como quieras, pero yo, que he improvisado esta teoría para dar sentido a este momento especial entre nosotros, aunque no parezcas aceptarlo con agrado, prefiero llamarlo realismo. El realismo que consiste en mostrar desde la plataforma de un producto concebido para las masas esta gran verdad del negocio: mi cine, el cine que planeo hacer en los años venideros, será todo lo creativo que sea posible en este período de la historia dentro de los férreos límites marcados por el desarrollo de la tecnología (Hooper), el orden establecido (Brody) y, agárrate ahora con fuerza a mí, no te lo vas a creer, la maquinaria descomunal del sistema de producción (el tiburón)…
[Providence, pp. 286-290]
lunes, 9 de junio de 2025
PERFIL PEYORATIVO
Hay una idea fija, una morbosa obsesión,
en el corazón de esta fascinante novela: el cadáver desnudo de Marilyn Monroe,
tendido boca abajo en su cama, con el pelo plateado derramándose sobre la
almohada como un enigma de belleza artificial. Hay también una psique obsesiva,
un cerebro monomaníaco, conectado a las vibraciones sexuales de la realidad con
hipersensibilidad e inteligencia animal, encarnada por el detective Freddy
Otash, ex policía corrupto reconvertido en agente al servicio de los famosos y
los poderosos. Otash es el narrador febril de la historia, la máscara que
Ellroy utiliza para ocultar sus turbios manejos como prosista forense al
enfrentarse a un submundo tan complejo y atractivo como el Hollywood de
comienzos de los años sesenta, tiempo real de la ficción, y las décadas
inmediatamente anteriores de los cuarenta y los cincuenta, momentos traumáticos
de algunos hechos desvelados en la trama.
Como se ve, Ellroy emplea en la novela uno de los
recursos predilectos de los novelistas posmodernos, desde Doctorow y DeLillo en
adelante, para envolver sus misterios policiales extraídos de la realidad en
los efluvios y las emanaciones tóxicas de la imaginación más calenturienta.
Muchos de los personajes secundarios y las subtramas que rodean el caso de la
muerte de Marilyn son ficción, como en La dalia negra, su novela más famosa, y permiten explorar la realidad acreditada con
una luz ambigua que la desnuda y la encubre al mismo tiempo, como el cuerpo vivo
o muerto de Marilyn ofreciendo a la mirada de sus espectadores partes selectas
de su exuberante anatomía y cubriendo otras de un pudor falsificado que la
hacía aún más deseable y seductora.
Ficción y realidad confunden sus dimensiones a tal
grado, en la trama calculada por Ellroy con tanto cuidado a los detalles, que el
lector tiene que aguardar al final, como un sabueso que a su vez fiscaliza la
labor de los detectives y policías que investigan todas las ramificaciones del
caso, para sentir la misma satisfacción que los hermanos Kennedy, Jack y Bobby,
el presidente y el fiscal general, con la resolución inesperada. Otash entrega
a Bobby, a cambio de cincuenta mil dólares, un objeto precioso: la “baraja
porno” de cartas que Orson Welles había realizado en 1948, en un picadero de
Palisades, donde se retrataba desnudos y copulando en todas las posturas
imaginables al futuro presidente de los Estados Unidos y la futura estrella de
Hollywood, muchos años antes de que Jack Kennedy y Marilyn Monroe fueran
amantes reales, según la historiografía oficiosa, al menos una vez al año.
En la retorcida versión de Ellroy, sin embargo, la
muerte de Marilyn no tiene nada que ver con los Kennedy, trama colateral engañosa,
sino con su asociación ilícita con una banda de huérfanos angelinos como ella,
llenos de ambición y codicia, aficionados al robo y al asalto de domicilios y a
otros crímenes terribles, perturbados mentales o mentes frágiles en muchos
casos, como Gwen Perloff, Ricky Dawes o Albie Haaland. Esta trama inventada por
Ellroy le permite introducir al sesgo a uno de los grandes personajes reales de
la novela, Natasha Lytess. Perdidamente enamorada de Marilyn y dispuesta a todo
con tal de salvarla de sí misma y de sus peores tendencias, esta actriz fracasada
y profesora de interpretación de origen ruso es la gran beneficiada en la trama:
de hecho, los cincuenta mil dólares que recibe Otash de los Kennedy a cambio
del documento escandaloso van a parar a su buzón en recompensa por sus generosos
servicios y su valor moral.
Este guiño irónico es una prueba de que Ellroy concibe y escribe la novela con el mismo espíritu crítico y la rabia moralista de Kenneth Anger en Hollywood Babilonia (1965-1975). Nadie está a salvo allí de la inmoralidad, la indecencia y el crimen, y las supuestas víctimas del sistema, como Marilyn, son ellas también depravados engranajes de su funcionamiento implacable.

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