miércoles, 20 de abril de 2022

MIEDO Y ASCO EN UCRANIA


[Publicado ayer en medios de Vocento]

 Termina la semana de penitencia y aflicción y la guerra de Ucrania se hace interminable. Sí, no podemos perdonarle a Putin sus pecados. Son demasiados y demasiado groseros. Cometidos, para más inri, en nombre de la Madre Rusia, esa santa matriarca. El pecado capital, imperdonable, son los muertos e impedirnos pensar en aquello que el ruido y la furia mediática desatados contra el dictador ruso han pretendido ocultar. Cualquier vicio parece irrelevante en comparación. La inflación, la precariedad energética y laboral, la pobreza, la incompetencia, la corrupción, la torpeza, la cobardía, la mezquindad. Con nombres y apellidos y caras reconocibles que más vale no evocar por prudencia.

La guerra es la economía por otros medios, sin duda, pero la política real no es el motivo de esta guerra. Todas las guerras han tenido causas económicas. La paz también las tiene. Así en la paz como en la guerra. La guerra y la paz son producto de equilibrios que no sabríamos nombrar sin desnudar la infraestructura del sistema. Cuando la paz se quiebra y se impone la lógica de la destrucción sobre la realidad, la economía nunca es la única explicación válida. Esta es una guerra tan capitalista como la paz previa, a juzgar por la fortuna de Putin y familia, pero hay un factor diferencial en esta guerra cuya incógnita geopolítica se despejará en el futuro.

La guerra ya es de por sí bastante espantosa como para soportar el suplemento de la propaganda de sus promotores. Como si estos criminales no pudieran afrontar la crueldad sádica de sus actos sin crear ficciones y comunicárselas enseguida a sus destinatarios reales, los súbditos rusos que deben respaldar la barbarie y el horror con su credulidad y sumisión. Y hay que aguantar además los discursos de sus cómplices. La derecha soberanista proyecta en Putin la fantasía wagneriana de un emperador reaccionario opuesto al progreso del pensamiento “woke” y el pluralismo sexual. Mientras la izquierda desnortada, en su tercermundismo estratégico, ve en Putin al eterno enemigo del imperio americano.

A Bill Maher, agudo comentarista televisivo, le da tanto asco hablar en su tertulia semanal de los desastres de la guerra de Ucrania que prefiere no hacerlo. Es la actitud más inteligente, desde luego. Sentir asco y también miedo. Miedo y asco. Asco por lo que está pasando y no conocemos del todo. Miedo por lo que podría pasar y no podemos imaginar. No soy tan inteligente. Entre el miedo y el asco, prefiero no elegir. 

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