miércoles, 13 de abril de 2022

LA GRAVEDAD DEL ARCOÍRIS

  

[Desde que comenzó la guerra de Ucrania, estoy releyendo a fondo, como era mi deseo desde hace mucho tiempo, El arcoíris de la gravedad de Thomas Pynchon. Se me impuso su lectura como una necesidad histórica dictada por las especiales circunstancias y ha terminado siendo, veinte años después de la primera relectura, un redescubrimiento apasionante, obsesivo y muy, muy productivo. Esta meganovela de Pynchon es una de las obras fundacionales (como 2001: una Odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968) en el cine o Einstein on the Beach (Bob Wilson, 1976) en el teatro, por citar creaciones de análoga trascendencia) de la nueva cultura posmoderna de finales del siglo XX. Tenía razón Jonathan Lethem cuando decía esto: si El arcoíris de la gravedad hubiera ganado el Premio Nebula de 1973, y La Estrella de Ratner el de 1976, la ciencia ficción sería hoy la forma literaria culturalmente dominante… En febrero de 2023 se cumplirán cincuenta años de su publicación. Será el momento de festejarla, pase lo que pase hasta entonces, como se merece…] 

El arcoíris de la gravedad (1973), la tercera novela de Pynchon, es la más renovadora e importante de la segunda mitad del siglo XX. Su título original, de una exactitud provocativa, era “Placeres descerebrados” (“mindless pleasures”, el mapa aleatorio de las donjuanescas actividades sexuales de Tyrone Slothrop en el Londres bombardeado por los cohetes V-2 que intriga y excita a los investigadores militares que lo vigilan; Vintage, 1995, p. 270), pero no gustó al editor. Le negaron el premio Pulitzer por ilegible y obscena, aunque ganó el Premio Nacional en 1974. Si el Ulises de Joyce había probado, cincuenta años atrás, la ineficacia del realismo decimonónico para dar cuenta de la nueva realidad de su tiempo, El arcoíris de la gravedad fue aún más allá al certificar la fosilización de cualquier estética literaria que no asumiera la influencia determinante de la ciencia y la tecnología sobre la forma de contar historias en las sociedades más avanzadas de la historia. En esta sátira enciclopédica diseñada como una película de vanguardia, las experimentaciones más audaces en torno a cohetes, ordenadores, misiles, cerebros y plásticos se combinan con delirios paranormales, excentricidades sexuales, bromas musicales, films porno, alucinaciones lisérgicas y perversiones ideológicas para trazar un retrato apocalíptico del turbulento fin de la segunda guerra mundial y los gérmenes del futuro que comenzaban a gestarse entre las ruinas de un mundo devastado cuya imagen idílica había saltado por los aires junto con millones de sus habitantes.

En los fragmentos de El arcoíris de la gravedad que reproduzco a continuación, la novela habla de sí misma. El texto habla del texto y de la tarea de desciframiento del texto a través del “tropo”, como lo llamaría William Gass, en torno al cual orbita la totalidad de la trama novelesca: el Cohete. Este “tropo” astronáutico, como Santo Grial tecnológico u objeto sagrado del inconsciente, estructura la narración como búsqueda incesante y como obsesión mental y sexual de sus personajes principales (Slothrop, Blicero, Enzian). Mito y metáfora del poderío científico de los nazis que será trasplantado a la América de la posguerra y propulsará la carrera espacial de los años cincuenta y sesenta. Pynchon está gestando la novela cuando se producen dos acontecimientos emparentados. Uno, cinematográfico, el mítico estreno en 1968 de 2001 de Kubrick, con su pesquisa del monolito extraterrestre desde la prehistoria hasta más allá del infinito; y otro, histórico, político y tecnológico, el alunizaje iniciático en julio de 1969, cuando el falo yang del cohete espacial alcanza el orgasmo cósmico por primera vez acoplándose con éxito con la orografía yin de la luna…

En El arcoíris de la gravedad, Pynchon sabe leer los signos culturales y contraculturales de su tiempo con la agudeza de un semiólogo y maneja el arsenal de sus tropos con la pericia de un ingeniero patafísico a fin de hacer visible esa lectura trascendente mediante la ficción y la metaficción. Así, por ejemplo, quizá no existiría el comando africano (el Schwarzkommando) de adoradores del poder destructivo del Cohete (el S-Gerät) si Pynchon no hubiera visto en un cine californiano la secuela Regreso al planeta de los simios, estrenada en 1970, donde un grupo humano de telépatas mutantes, víctimas del holocausto nuclear, vive en el subsuelo venerando la Divina Bomba que destruirá definitivamente la vida en la Tierra. Gracias al espectro cromático del Cohete y sus fantasmas ideológicos, el arcoíris de la gravedad se invierte, al fin, en gravedad del arcoíris. La insoportable pesadez de la técnica vencida, contra la Historia, por la infinita levedad del ser: “descubrir que la Gravedad, tan conocida, es en realidad algo misterioso, mesiánico, extrasensorial en el cuerpo-mente de la Tierra” (“To find that Gravity, taken so for granted, is really something eerie, Messianic, extrasensory in Earth´s mindbody”; Vintage, ibid., p. 590 (la traducción es mía)).

Estos son los dos fragmentos de El arcoíris de la gravedad que inspiran esta reflexión parcial:

 

1) «Sí, así fue, ¿y si nosotros nos pusiéramos ahora a hacer de cabalistas al respecto? Por ejemplo, ¿decir que nuestro verdadero Destino es el de ser los magos escolásticos de la Zona, en algún lugar de la cual hay un Texto que debe ser recogido, analizado, anotado, explicado y masturbado hasta que le sea exprimida la última gota? ¿Y si diéramos por sentado — ¡naturalmente! — que ese Texto sagrado es el Cohete, orururumo orunene, el alto, el que se alza muerto, el que llamea, el más grande de todos (orunene ya está siendo modificado por los niños hereros de la Zona para convertirlo en omunene, el hermano mayor)…, nuestra Torá? ¿Qué más? Las simetrías, las posibilidades latentes, la hermosura del Texto real nos encantaron y sedujeron mientras este persistió en algún otro lugar, en su oscuridad, en nuestra oscuridad… Incluso tan lejos del Südwest, no se nos ahorrará la antigua tragedia de los mensajes perdidos, esa maldición que jamás nos dejará…

»Pero si estoy avanzando a través de él, el Texto Real, en este preciso momento, si lo es…, o si hoy mismo, yendo por entre la devastación de Hamburgo, respirando el polvo de cenizas, me hubiese pasado por completo inadvertido… […] Los bombardeos habrían sido el proceso exacto de conversión industrial, en el que cada liberación de energía se efectuaba exactamente en el lugar y momento requeridos, con cada onda de choque calculada de antemano para crear precisamente el desastre de esta noche y así descodificar el Texto…, y así codificar y decodificar una y otra vez el Texto sagrado…» (El arco iris de gravedad, trad.: Antoni Pigrau, Tusquets, 2002, p. 777; Gravity´s Rainbow, ibid., pp. 520-21).

 

2) «Sí, sí, tenemos aquí un escolasticismo: la cosmología estatal del Cohete. El Cohete sigue ese camino —entre otros— a través de otras espiras de serpientes visibles que latiguean sobre la superficie de la Tierra con irisada luz, con acerada letanía…, esas tempestades, esas cosas del profundo seno de la Tierra de que jamás nos habían hablado…, a través de ellas, a través de la violencia, hacia un cosmos de cifras, hacia una especie de Guerra de Cerebros al estilo Victoriano, entre finos paneles de madera marrón, como entre análisis vectoriales y de cuaternios en la década de 1880…, la nostalgia del Éter, de las elegantemente afiligranadas formas funcionales de plata, de estriado latón, equilibradas, como ancladas en la piedra, que reproducen las siluetas de nuestros abuelos. Estos tonos sepia están aquí, sin duda alguna. Pero el Cohete tiene que ser muchas cosas, debe responder a varias formas y siluetas diferentes en los sueños de quienes están en contacto con él —en combate, en el túnel, sobre el papel—, debe sobrevivir a las herejías con su esplendor, inconfundible… y es bien cierto que no habrán de faltar herejes: gnósticos que han sido arrastrados por una ráfaga de viento y fuego a las cámaras del trono del Cohete; cabalistas que estudian el Cohete como la Torá, letra por letra, remaches, copa del quemador y rosa de bronce, su texto es el de ellos para permutarlo y combinarlo con el fin de obtener nuevas revelaciones, siempre descubriendo; maniqueos que ven dos Cohetes, el del bien y el del mal, que hablan, en la sagrada idolatría de los Gemelos Originales (algunos dicen que sus nombres son Enzian y Blicero), de un Cohete bueno que ha de llevarnos a las estrellas y de un Cohete malo para el suicidio del Mundo, los dos en lucha perpetua.

   Pero estos herejes serán perseguidos, y el dominio del silencio se extenderá mientras cada uno de ellos desciende…; serán perseguidos por todas partes. Cada cual tendrá su Cohete personal. Memorizados en su buscador de objetivo estarán el electroencefalograma del hereje; los latidos de su corazón, tanto los más fuertes como los simplemente susurrantes; las fantasmales florescencias de su espectro infrarrojo. Cada Cohete conocerá así su cometido y dará caza a su hereje; lo perseguirá en silencio a través de nuestro Mundo, brillante y puntiagudo en el cielo, siempre detrás de él, a la vez guardián y ejecutor, cada vez más cerca…» (El arco iris de gravedad, ibid., pp. 1095-96; Gravity´s Rainbow, ibid., pp. 726-27). 

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