viernes, 21 de mayo de 2021

NUEVOS TIEMPOS


  [Armen Avanessian, Meta-Futuros. Perspectivas especulativas para el mundo que viene, Holobionte ediciones, trad.: Federico Fernández Giordano, 2021, págs. 140] 

            Todas las profecías se han cumplido y ya vivimos en el futuro. El futuro ya está aquí, con toda su carga de angustia y fascinación. El futuro, decía Don DeLillo, significa vivir en presente entre las ruinas del futuro y seguir mirando al futuro desde los vestigios del pasado. Eterna recursividad del tiempo, inagotable especulación del pensamiento. Estas son las dos premisas de las que parte el discurso poliédrico de este contundente tratado de Armen Avanessian, uno de los filósofos europeos más originales e innovadores del momento, el gran discípulo quizá de Jacques Rancière. Un pensamiento que se mueve a caballo del arte contemporáneo, la literatura, la filosofía y la lingüística. En esa línea sintética, son valiosas sus tentativas de fundar una poética del presente de indicativo y una ontología del lenguaje que comprenda la remodelación mutua del lenguaje y el cerebro, el bucle de recursividad que crea lo humano.

Este libro, publicado en Cambridge inicialmente, es una magnífica presentación de sus peculiares perspectivas sobre el mundo del porvenir, entendiendo por tal un mundo que deviene sin cesar al mismo tiempo que avanza hacia lo desconocido e impredecible. Lo más sorprendente de sus propuestas radica en una doble maniobra para restituir a la filosofía su peso en la comprensión de la realidad en conexión con una refundación de la metafísica. Es innegable que la razón científica, con todas sus disciplinas especializadas, y el aparatoso despliegue tecnológico habrían desautorizado con su poder sobre la vida la posibilidad de esta de comprenderse a sí misma a partir de un lenguaje abstracto que le sirva de referente ético y político.

Como indica Avanessian con acierto, el mundo está padeciendo una revolución absoluta de sus estructuras y, sin embargo, carecemos de categorías adecuadas para abordar ese proceso radical de cambio: “Estamos buscando ideas que nos ayuden no solo a conceptualizar, sino también a navegar la lógica de los desarrollos culturales y políticos dentro del tejido del capitalismo global”. Ya hace más de sesenta años que un filósofo fundamental como Martin Heidegger diagnosticó lo que llamaba, con pesimismo apenas disimulado, la superación de la metafísica, la consumación de esta por la realización de sus presupuestos a través de la técnica. Avanessian se sitúa en esa postrimería de la razón moderna para devolver a la metafísica la condición de conciencia de la totalidad, desprovista de cualquier connotación religiosa esencialista, de la que la ciencia pura, en su pugna contra la irracionalidad, la había desposeído.

Con agilidad dialéctica, Avanessian plantea sus perspectivas en tres movimientos. El primero centrado en la enunciación de una “metafísica del futuro”, recargando de valor crítico los debates en torno a la sustancia y el accidente, la forma y la materia, la vida y la muerte, con objeto de eliminar las incertidumbres sobre la absoluta contemporaneidad de su pensamiento, tan embebido de existencialismo y marxismo como de posestructuralismo derridiano y deleuziano. En un movimiento posterior, más atrevido, Avanessian cuenta con los recursos idóneos para redefinir las nociones de verdad, realidad y política a la luz de la evolución de la historia planetaria. Y, por último, se lanza ya sin prevenciones a una especulación arriesgada sobre las dimensiones del futuro donde la filosofía hallaría un anclaje diferente: postulando la “metanoia” como transformación total del mundo, el ser y la mente por medio de la alteridad y la alteración de sus fundamentos ancestrales.

No obstante, un lector escéptico puede encontrar seductor el modo en que el pensamiento múltiple de Avanessian intenta proyectarse más allá de los límites que el tiempo contemporáneo le opone y dudar, simultáneamente, de la eficacia de esa operación intelectual de rehabilitación de una filosofía que, a lo mejor, como Heidegger creía, ya había concluido su trabajo en la historia.

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