viernes, 5 de febrero de 2021

DEVENIR KAFKIANO


  [Paul B. Preciado, Yo soy el monstruo que os habla, Anagrama, 2020, págs. 105]

             Hay una dimensión dialéctica de este ensayo que no termino de entender. Si he leído bien a Preciado, la postulación de una revolución cultural, un cambio de paradigma ideológico que reconozca la vida en toda su multiplicidad y mutación, en especial en lo que se refiere al sexo, debería llevar consigo la abolición del psicoanálisis y de la figura de comisario de la psique ejercida por el psicoanalista desde los tiempos primigenios de Freud. En el fondo, el psicoanálisis surgió en la historia para mantener bajo vigilancia terapéutica a los individuos aquejados de los síntomas y patologías que el orden patriarcal burgués producía como secuelas de sus restricciones y prohibiciones en materia sexual.

Después de Foucault, supimos que el psicoanálisis no era sino un instrumento para hacer hablar al sexo en voz alta y provocarlo a delatarse. De ahí la etiqueta de monstruosos con que fueron clasificados los que escapaban a la normativa victoriana decimonónica, comenzando por los homosexuales. Andando el tiempo, serían los intersexuales, individuos nacidos con genitales indefinidos, y los transexuales, individuos en tránsito entre ambos sexos, los más problemáticos por su cuestionamiento del binarismo sexual del que también la ciencia médica freudiana hacía un valor absoluto.

Como bien recuerda Preciado, fue la doctora Anne Fausto-Sterling, de la Universidad de Brown, la primera en argumentar en los años noventa del siglo pasado que los sexos eran muchos más de los que se había reconocido hasta entonces. Del mismo modo que la teórica Judith Butler, reconocida ahora en California como persona de género no-binario y a quien va dedicado el ensayo, planteó la identidad sexual como una cuestión performativa y no sustantiva del sujeto, ya hubiera nacido con genitales masculinos o femeninos.

Este ensayo surge bajo el signo estratégico de Kafka y esta dimensión literaria redunda en la inteligencia del planteamiento. Preciado, invitado a un congreso de psicoanalistas parisinos, se planta ante ellos como el simio eximio del relato “Informe para una academia”, invocado como símil imaginario a lo largo del discurso, para contarle a los respetables miembros de la academia freudiana y lacaniana cuáles fueron las vicisitudes de su metamorfosis sexual: la transformación de un cuerpo femenino con tendencias lesbianas en un cuerpo masculinizado por la testosterona, en primer lugar, y por la cirugía física y mental, más tarde, a fin de extirparse todo aquel componente somático o ideológico de su constitución subjetiva que lo arraigara en el sexo de nacimiento.

Para pasmo de los psicoanalistas, Preciado se presenta ante ellos como un monstruo y un mutante, un freak que ha conocido en sus propias carnes la incisiva acción del análisis psíquico, y exhibe verbalmente las cualidades de tal condición, buscando forzar la convicción y el reconocimiento de los profesionales de una medicina pensada, sobre todo, para mantener a raya las posibilidades de mutación psicosomática de lo humano. Es en esta parte de su alegato donde Preciado seduce y persuade con su fuerza retórica y su polémica veracidad, recordándome por momentos a otros personajes kafkianos también enjaulados en un papel circense o espectacular de la diferencia, como el “artista del hambre” y el “artista del trapecio”.

En esta y otras intervenciones similares, Preciado piensa y escribe con todo el cuerpo, no solo con el cerebro, más allá o acá de la razón freudiana. Pese a todo, estoy seguro de que el doctor Freud no se resistiría a sostener con este espécimen singular llamado Paul B. Preciado una de las conversaciones más provechosas sobre sexualidad humana que se hayan producido en la historia.

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